30 septiembre, 2010

Pantalla

Sujetaba su pantalla mientras leía con atención, el pudor ruborizaba sus mejillas, mientras una extraña sensación recorría su espalda. La sola idea presencial presagiaba una inquietante lectura de su propia actividad. Miró su mano derecha y constató el hecho soltando la pantalla con incertidumbre y extrañeza.

Mientras leía, buscaba en el siguiente texto la profética experiencia que se acunaba en sus pequeños gestos, en sus acciones, en su distracción y en las veces que miraba a su rededor y hacia tras de sí. No, no, nadie alrededor, no hay trucos, ni fantasmas, ni cámaras ocultas, es solo el propio pensamiento que fluye en ajenas palabras.

Mientras leía esto, su entre ceja se contraía levemente, abriendo luego sus ojos al instante que seguía. Uno de sus dedos, repasaba algo del texto, y con incredulidad una leve sonrisa se acentuaba en las líneas que recorría.

Su lectura era rápida, fluida, se entorpecía a momentos con la meditación simple y directa de lo que leía, no obstante, nada de lo estaba frente era real, y sí lo era.

Escudriñando entre líneas, así se encontró un día, como hoy, de tarde oscura, cuando ya el sol casi no alumbra, tan sólo un instante, para mirarse un momento, en el espejo de su extraña compañía.

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