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Fueron cuatro días, y cuatro noches, que curiosa es la vida, aferrado al claustro de mi propia voluntad, tan sólo para saber que dónde no es lo mismo que con quién, y que con quién no es lo mismo qué en qué. Mirar hacia un costado, ver como una metáfora compone el susurro del viento que sopla en cada rincón, despertar entre sueños y sentir el instante divino que nunca ha de acabar en los designios de una tradición. Me devora, me enciende, y finalmente me acuna en la lejanía de los tremoles de una nostalgia sin final. Es una sensación, infinita, intensa, y sin piedad, que envuelve los sentidos aún sin estar. ¿Cómo es posible?, ¿Cómo seguirá? y un sin fin de preguntas no hechas cuya respuesta nunca se sabrá.
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