Introducción:
Nunca es lo suficientemente tarde o temprano para aprender, y por perfectos que nos creamos siempre se nos escaparán detalles, aunque estos hayan sido antes señalados. Es lo que nos hace más humanos, más cercanos, más dóciles y menos orgullosos.
La voz involuntaria de la inconciencia, nos provoca que el destello de una luz cobijada, se escape de aquella preciada cajita interior, como una señal que nos advierte sobre nuestra incidencia en esta trayectoria de tiempo llamada, vida.
Historia:
Caminando entre la muchedumbre, se encontraba Jahé, un tipo simple de lento caminar, quién portaba sobre sí una cajita poligonal parecida a un cubo. Era un parque de Providencia donde la gente se conglomeraba a celebrar las fiestas patrias. No había escusa para no ir, por tanto acompañó a su familia aquel día, un tanto nublado, pero cálido a la vez. Estaban al aire libre, de gran bullicio, con muchos trajes de huaso, cánticos típicos, escenarios, competencias de baile, una gran variedad de puestos de venta de objetos y juguetes. Unas piletas armonizaban el entorno que contaba con una gran extensión de minúsculas piededrecillas que a sus pies empolvaban sus zapatos, mientras recorría el lugar. Por otra parte el pasto fue su mejor aliado, y en las cercanías de un circo se hizo con su descendencia, donde permaneció como un niño más observando el espectáculo. Así pasaron las horas, en armónica compañía familiar, recorriendo aquel concurrido lugar.
No obstante, para Jahé, era inevitable estar pendiente del discreto bulto que en sus ropas hacía aquella cajita que le acompañaba, por tanto de vez en vez, la revisaba en su bolsillo una y otra vez, deseoso de saber como funcionaba.
Así, mientras la función de circo continuaba, y unos dulces eran arrojados al público, Jahé, sólo pensó por un momento en su cajita, queriendo sacarla, pese a que ya había sido advertido de que no debía ser expuesta bajo ninguna circunstancia donde hubiese público. Pero en su tozudez, Jahé se distrajo, e inconcientemente la sacó de su bolsillo bajo su mano empuñada. Cuando se dio cuenta de su acto, la ocultó rápidamente, y pensó que nadie se daría cuenta. Miró alrededor, tratando de captar si algo había sucedido, pero la gente seguía igual, como si nada.
Que alivio, pensó Jahé, encontrando absurda su preocupación, aunque sabía que quién le había dado aquel preciado objeto, sin grandes conocimientos, poseía de sabiduría, y no en vano le dijo que fuese cauto y humilde en su proceder, porque aquella cajita contenía en su interior la luz vital de su existencia.
Jahé dudó de aquellas palabras, y le inquietaba el destello que se escapaba desde su bolsillo, y siendo imprudente la sacó del envase que la contenía. El destello luminoso era muy notorio, y la gente alrededor, más próxima retrocedió en un reflejo de incertidumbre. El resto se puso de pie, mientras los trapecistas empezaban a caer.
La gente de todo lugar empezó a acercarse, así como muchos otros también desde las se asomaban ventanas de los edificios cercanos para apreciar aquel luminoso fenómeno.
De pronto, la luz de la cajita se hizo más intensa en sus manos, y creció en cuestión de segundos, encegueciendo a los curiosos, hasta que todo desapareció en un entorno blanco absoluto.
Jahé se asustó, y la cajita se soltó de sus manos, la que en ruedo fue cayendo lentamente como si el tiempo estuviese detenido, hasta romperse en el suelo, haciéndose trizas.
La luz se apagó, y todo el lugar volvió a su aparente normalidad. La función continuaba como si nada, y los niños felices seguían disfrutando del espectáculo. Ya no habían curiosos, ni el destello luminoso de la cajita que yacía intacta en el suelo.
Jahé recogió su cajita con extremo cariño, y la miró con ternura, observó alrededor y como nada vio, simplemente la devolvió con sumo cuidado a su bolsillo. Al poco rato se juntó con el resto de la familia y se encaminó hacia su casa. Nada había sucedido!.
Al otro día, Jahé realizó sus actividades normales, no obstante, observó que todas las personas tenían cola. Era curioso, en definitiva, algo había cambiado.
Nunca es lo suficientemente tarde o temprano para aprender, y por perfectos que nos creamos siempre se nos escaparán detalles, aunque estos hayan sido antes señalados. Es lo que nos hace más humanos, más cercanos, más dóciles y menos orgullosos.
La voz involuntaria de la inconciencia, nos provoca que el destello de una luz cobijada, se escape de aquella preciada cajita interior, como una señal que nos advierte sobre nuestra incidencia en esta trayectoria de tiempo llamada, vida.
Historia:
Caminando entre la muchedumbre, se encontraba Jahé, un tipo simple de lento caminar, quién portaba sobre sí una cajita poligonal parecida a un cubo. Era un parque de Providencia donde la gente se conglomeraba a celebrar las fiestas patrias. No había escusa para no ir, por tanto acompañó a su familia aquel día, un tanto nublado, pero cálido a la vez. Estaban al aire libre, de gran bullicio, con muchos trajes de huaso, cánticos típicos, escenarios, competencias de baile, una gran variedad de puestos de venta de objetos y juguetes. Unas piletas armonizaban el entorno que contaba con una gran extensión de minúsculas piededrecillas que a sus pies empolvaban sus zapatos, mientras recorría el lugar. Por otra parte el pasto fue su mejor aliado, y en las cercanías de un circo se hizo con su descendencia, donde permaneció como un niño más observando el espectáculo. Así pasaron las horas, en armónica compañía familiar, recorriendo aquel concurrido lugar.
No obstante, para Jahé, era inevitable estar pendiente del discreto bulto que en sus ropas hacía aquella cajita que le acompañaba, por tanto de vez en vez, la revisaba en su bolsillo una y otra vez, deseoso de saber como funcionaba.
Así, mientras la función de circo continuaba, y unos dulces eran arrojados al público, Jahé, sólo pensó por un momento en su cajita, queriendo sacarla, pese a que ya había sido advertido de que no debía ser expuesta bajo ninguna circunstancia donde hubiese público. Pero en su tozudez, Jahé se distrajo, e inconcientemente la sacó de su bolsillo bajo su mano empuñada. Cuando se dio cuenta de su acto, la ocultó rápidamente, y pensó que nadie se daría cuenta. Miró alrededor, tratando de captar si algo había sucedido, pero la gente seguía igual, como si nada.
Que alivio, pensó Jahé, encontrando absurda su preocupación, aunque sabía que quién le había dado aquel preciado objeto, sin grandes conocimientos, poseía de sabiduría, y no en vano le dijo que fuese cauto y humilde en su proceder, porque aquella cajita contenía en su interior la luz vital de su existencia.
Jahé dudó de aquellas palabras, y le inquietaba el destello que se escapaba desde su bolsillo, y siendo imprudente la sacó del envase que la contenía. El destello luminoso era muy notorio, y la gente alrededor, más próxima retrocedió en un reflejo de incertidumbre. El resto se puso de pie, mientras los trapecistas empezaban a caer.
La gente de todo lugar empezó a acercarse, así como muchos otros también desde las se asomaban ventanas de los edificios cercanos para apreciar aquel luminoso fenómeno.
De pronto, la luz de la cajita se hizo más intensa en sus manos, y creció en cuestión de segundos, encegueciendo a los curiosos, hasta que todo desapareció en un entorno blanco absoluto.
Jahé se asustó, y la cajita se soltó de sus manos, la que en ruedo fue cayendo lentamente como si el tiempo estuviese detenido, hasta romperse en el suelo, haciéndose trizas.
La luz se apagó, y todo el lugar volvió a su aparente normalidad. La función continuaba como si nada, y los niños felices seguían disfrutando del espectáculo. Ya no habían curiosos, ni el destello luminoso de la cajita que yacía intacta en el suelo.
Jahé recogió su cajita con extremo cariño, y la miró con ternura, observó alrededor y como nada vio, simplemente la devolvió con sumo cuidado a su bolsillo. Al poco rato se juntó con el resto de la familia y se encaminó hacia su casa. Nada había sucedido!.
Al otro día, Jahé realizó sus actividades normales, no obstante, observó que todas las personas tenían cola. Era curioso, en definitiva, algo había cambiado.
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