Introducción:
Bueno, he "sobrevivido", una vez más, nada fuera de lo común, sólo el precipicio a mis pies y una reflexión que se hace necesaria esta vez. La montaña imponente y hermosa como siempre, cautiva, emociona, pero también es cierto que lo importante que es procurar estar bien lo más posible. La bajada fue un tanto difícil, empinada y dolorosa. El tiempo pasa muy rápido, y en tan solo un segundo todo pudo cambiar. Un dedo inflamado, fue en esta ocasión, el precio que por ahora he de curar.
En fin, todo bien. He aquí esta sencilla historia:
Una montaña, un dedo
Viernes 3:00 AM, revisando algunas cosas de última hora, vueltas y más vueltas. Difícil se hace dormir cuando se tienen cosas en mente. Por lo menos era fin de semana, no importaría mucho, salvo que en esta ocasión, debía madrugar al otro día.
Sábado, 5:30 AM, el instinto marca la pauta de una determinación y el reloj biológico me enciende. Veo la hora, demasiado temprano todavía. Hace frío, me quedo un instante más, otra vez sumido en aquello que me envuelve y me atrapa en la cálida quietud de un nuevo sueño, los clásicos 5 minutitos que se transforman en 10 y en 30.
La música suave de la alarma empieza despacio a sonar, ya son a las 6:00 AM. El tiempo apremia, y como siempre pasa muy de prisa, sobre todo en la mañana. Como resorte me levanto, rápidamente hago lo cotidiano de cada mañana, recojo mis cosas, y me voy.
Aún es oscuro, el transporte espera, las calles vacías, rápido me movilizo y como nunca, la escarcha presagiaba el frío que haría al llegar a la montaña.
Cuando llegamos, el hielo acolchado se dejaba ver desde la basta de sus faldas, estaba heladísimo. Subimos, mis manos casi azules dolían, apenas podía sostenían los bastones. Unos guantes salvaron bien los primeros tramos hasta que el cuerpo, por fin entró en calor con la caminata. La sombra acentuaba aún más el frío, el sol en la cima era la gloria, todo era majestuoso, tan cercano a la vista, y tan lejos a nuestros pies, pero nunca imposible, me convencía una y otra vez.
Bueno, he "sobrevivido", una vez más, nada fuera de lo común, sólo el precipicio a mis pies y una reflexión que se hace necesaria esta vez. La montaña imponente y hermosa como siempre, cautiva, emociona, pero también es cierto que lo importante que es procurar estar bien lo más posible. La bajada fue un tanto difícil, empinada y dolorosa. El tiempo pasa muy rápido, y en tan solo un segundo todo pudo cambiar. Un dedo inflamado, fue en esta ocasión, el precio que por ahora he de curar.
En fin, todo bien. He aquí esta sencilla historia:
Una montaña, un dedo
Viernes 3:00 AM, revisando algunas cosas de última hora, vueltas y más vueltas. Difícil se hace dormir cuando se tienen cosas en mente. Por lo menos era fin de semana, no importaría mucho, salvo que en esta ocasión, debía madrugar al otro día.
Sábado, 5:30 AM, el instinto marca la pauta de una determinación y el reloj biológico me enciende. Veo la hora, demasiado temprano todavía. Hace frío, me quedo un instante más, otra vez sumido en aquello que me envuelve y me atrapa en la cálida quietud de un nuevo sueño, los clásicos 5 minutitos que se transforman en 10 y en 30.
La música suave de la alarma empieza despacio a sonar, ya son a las 6:00 AM. El tiempo apremia, y como siempre pasa muy de prisa, sobre todo en la mañana. Como resorte me levanto, rápidamente hago lo cotidiano de cada mañana, recojo mis cosas, y me voy.
Aún es oscuro, el transporte espera, las calles vacías, rápido me movilizo y como nunca, la escarcha presagiaba el frío que haría al llegar a la montaña.
Cuando llegamos, el hielo acolchado se dejaba ver desde la basta de sus faldas, estaba heladísimo. Subimos, mis manos casi azules dolían, apenas podía sostenían los bastones. Unos guantes salvaron bien los primeros tramos hasta que el cuerpo, por fin entró en calor con la caminata. La sombra acentuaba aún más el frío, el sol en la cima era la gloria, todo era majestuoso, tan cercano a la vista, y tan lejos a nuestros pies, pero nunca imposible, me convencía una y otra vez.
Paso tras paso, el dolor se iba acentuando en mis rodillas, con la nieve cubriendo por completo mis zapatos, avanzando sobre las huellas de los que iban más adelante, haciendo huella para quienes iban más atrás. Todos en hilera, ordenados, pacientes, perseverantes y alegres. Tallas iban, tallas venían, como debe ser en un paseo, amenizando el viaje.
El paisaje, era una combinación de hermosos colores, como si todo fuese un gran pino adornado para navidad, una cima intensamente blanca, y algodones repartidos por doquier. El cielo estaba limpio, huellas de caballos y de otras especies se podían apreciar a lo lejos, mientras que el sonido del río nos acompañaba guiando nuestros pasos.
El sendero en muchos sectores era un tanto sinuoso y muy estrecho, apenas con un ancho de un metro o menos. La nieve muy blanda y pomposa.
La cima era esplendorosa, desde arriba se podía apreciar una blancura rodeada de pecosa tierra multicolor, mientras unos cóndores volaban sobre nuestras cabezas, y nos miraban con paciencia carroñera. A lo lejos, se divisaba la contaminada ciudad bajo un manto gris, y muy sobre ella, nosotros, aprovisionando y restaurando fuerzas antes de emprender la vuelta, al comienzo del fin.
La bajada fue algo totalmente distinto. La nieve derretida ocasionó un fenómeno algo inesperado, el hielo algo derretido, se transformaba en “barro”. Los estrechos senderos que habíamos subido, cambiaron, y muchos de los contundentes zapatos se empapaban enterrándose y resbalándose en el lodo jabonoso.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiG0aQS8h_-BsvTnQ0PsP-FfikKoz9P5mMQGH8DNfYrXUKr4flW08hJHPxubGiqevAIpItnBi5f8Ly2HySzYDj97lst_MvgfhPb_mDGQy9fHop0QjcsZGkV_lIjmRLYYGeCkHv7gQ/s400/Paisaje1.jpg)
Apoyado sobre mis eficientes bastones, la tierra mojada hacía de las suyas y en ocasiones, cedía a ratos. No fue hasta en varios kilómetros, nos desviamos un poco del estrecho sendero, y tuvimos que bajar por una ruta improvisada, y empinada. Ahí estábamos, bajando entre espinas y ramas. Varios resbalaron, por suerte en zonas planas. No fui la excepción, el intenso dolor en mis rodillas se manifestaba en cada zancada, que apenas me sostenían, un breve descuido y en uno de los estrechos barrosos, cedí. Instintivamente, me afirmé como pude sobre mi mano derecha, lesionando mi dedo anular. El grupo miró, fue imposible no quejarse, el dolor fue intenso pero me incorporé rápidamente, miré hacia el precipicio a escasos centímetros de donde me encontraba y reservé mis comentarios.
Uno de mis compañeros se acercó, le dije que no se preocupara, tomé mi dedo y lo enderecé en el acto. No te explico como duele hacer eso, pero todo lo que sube tiene que bajar era el lema, y proseguimos.
De vuelta, con los zapatos embarrados hasta la rodilla, y por fin llegué a casa. No había nadie, sólo pensaba en una buena ducha, y así fue. Secador, estufa y cuanta huifa para sentir limpieza y calor de nuevo. Era temprano aún, pero el sol ya se ocultaba, y como nunca, aproveché aquel silencio y medité con un tazón de té caliente en mis manos.
Unas horas más tarde, llegó la familia, comimos, y me entablillaron el dedo con cuidado, no pude ocultarlo, luego de eso, a dormir temprano.
Horas pasaron, muchas tal vez, el trasnoche anterior había pasado la cuenta, y ya era domingo una vez más, muy temprano de nuevo, 6:00 AM, y qué cosas de la vida, me dí un gusto, una película antigua “La teniente O'Neil”, de 1997 con Demi Moore, dirigida por Ridley Scott. Qué contrariedad.
Luego de eso zzzzzzzz!
Lo curioso de toda esta historia, es que la sensación de apremio ante una caída, no se producen en el mismo momento, de echo, mientras dormía, las imágenes vividas volvían a mi mente. El riesgo de una actividad tan sana, era real. Se materializaban en la mente y se hacían presentes las sensaciones, los olores, el dolor, el precipicio que estaban ahí nuevamente, invitando a la reflexión. Hasta dónde vale la pena un riesgo por una actividad. Entonces apareció un diálogo intenso en mi mente, que ya no pudo parar.
Opiniones pueden haber muchas, y como dice el dicho, “lo vivido y lo bailado…”. Pero lo curioso de todo esto, es que la angustia del peligro, no se da en el mismo momento, sino casi al otro día, dónde tal vez, entre sueños, con la adrenalina aún expuesta, somos capaces de ver, los otros hilos, cuyos desenlaces pueden ser distintos, quizás en una misma montaña, salvado por un dedo, con todo un precipicio a los pies.
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