Introducción
Preguntas van, preguntas vienen. Lo mejor, siempre será encontrar las respuestas en nuestro propio interior. Esta historia, revela que una pregunta flota siempre en el aire, y aunque pase mucho tiempo, permanece en nuestro subconsciente, hasta el día en que descubrimos que la respuesta está más cerca de lo que pensamos, al alcance de nuestras manos, o bajo los pies de lo que caminamos.
Zapatos de Charol
Caminaba una mujer, contenta y radiante, rodeada del vigor de la naturaleza, con una fuerte convicción y algo de inexperiencia. Deseaba lo mejor para sí, siempre anhelaba obtener lo que se proponía.
Un día sin querer, se detuvo en una tienda, tan sólo un rato. Muchos objetos de diversos colores y distintos valores se apreciaban, algunos más llamativos que otros, pero nada que le llamase la atención. De pronto su vista se detuvo en unos zapatos de charol, blancos como la nieve en su interior, y plomos en su exterior. Entró en el local, realizó las actividades típicas de un cliente, y de pronto vio aquellos zapatos acercándose de manos de un vendedor. – Los quiere probar dijo -, ella no respondió de inmediato, sin embargo los contempló con cuidadosa atención. Pidió uno, el que traía el vendedor, y lo sintió muy cómodo, no obstante no se lo probó del todo. El tiempo apremiaba siempre, y pidió el otro, y el vendedor fue a buscarlo. Entre tanto, la mujer contempló aquel zapato huérfano con un dejo de ternura, y lo quiso para sí.
El vendedor volvió, pero lamentablemente no encontró su par. Los minutos pasaban rápidamente, y la mujer impaciente lo dejó y se fue. El vendedor sólo alcanzó a recordar su nombre, pero la mujer siguió orgullosa su camino.
Unos meses más tarde, pasó cerca del lugar, miró la vitrina, pero al ver que el zapato aún permanecía solitario en la vitrina, desistió. Era extraño, quizás demasiado extraño para comprender su naturaleza. Nunca supo en realidad de qué material estaba hecho, y con el tiempo los olvidó.
Pasó el tiempo, la mujer cambió su peinado, cambió su situación, cambió de domicilio, cambió muchas cosas, y como todo buen ser humano, mejoró en algunos aspectos importantes a costa de otros detalles no menos importantes. Su obstinación siempre le precedía, y con el tiempo encontró un par de zapatos de charol completitos, eran de color rojo en esta ocasión, le gustaron, le apasionaron y brillaron en sus ojos. Entró en aquel local, y sin mucho protocolo los pidió. Justo los estaba probando otra mujer. No sería esta la ocasión de perder esos zapatos, así es que la mujer insistió al vendedor para que se los trajera, y así fue. El vendedor que le tocó en esta ocasión era rápido y sin mucho trámite le trajo el par deseado. La mujer se los probó, sintió un gusto interior con sabor a victoria, y bajo el entusiasmo por el logro, los compró sin vacilar. Sin más demora se los puso, le quedaban bien, suficientemente bien para lo que pretendía, y pese a las contrarias opiniones de su familia y amigos, se quedó con ellos y los usó a más no poder.
Pasó el tiempo, y por diversas circunstancias, los zapatos rojos que tanto adoraba, los fue dejando cada vez más de lado, aún los quería, estaba claro, pero como todo buen zapato, con el tiempo, se desgastan, aunque la gente se acostumbra y les va tomando un cariño muy especial, los restauran e incluso los mejoran.
Pasaron los años, y la mujer se olvidó totalmente de los primeros zapatos, siguió caminando con los que se había comprado. Los cuidó a su manera, bajo sus leyes, bajo sus términos, y pese a algunos problemas, los conservó fielmente, arreglándolos de vez en cuando, acicalándolos y procurando siempre su buena presencia y valorización.
Sus zapatos eran de todo lujo, ya nadie le reprochaba nada, ni su familia ni sus amigos que dejó en el camino. Todo marchaba a la perfección, algo que siempre procuró.
Un día, la mujer recibió una llamada. Era el vendedor, aquel que con cuidadosa calma le atendió una vez, y que le llamaba para saber de ella. Le comentó sobre aquellos viejos zapatos de charol en tono blanco y plomo que una vez le pidió. La mujer en un principio no entendía la naturaleza de tal hazaña, pero sintió curiosidad y quiso verlo. El vendedor se acordaba perfectamente y le mostró una oscura y tenue foto de los zapatos de aquel entonces. La mujer, cuando los vio, recordó muchas cosas, y entre todas ellas, recordó su impaciencia. Le pidió al hombre una imagen más clara de los zapatos, que por suerte el vendedor tenía en su poder, se la mostró, y por primera vez logró ver el par de zapatos de charol que no se pudo probar. Habían cambiado. Sintió una extraña nostalgia, y los quiso nuevamente para sí. - Ya no están a la venta, fueron vendidos a otra mujer que los quiso y que esperó largo tiempo por ellos. - Tardé muchos años en venderlos, pero finalmente los vendí – Comentaba el vendedor.
El viejo vendedor, al ver como el rostro de la mujer cambiaba de semblante, se preocupó, se contagió en su misma nostalgia, y le dijo: - Tranquila, para todo hay una solución. Obviamente ya no se los puedo vender, pero si lo desea se los puedo mostrar, porque la persona que me los compró es una buena amiga mía. Si lo desea mañana se los puedo mostrar. – ¡Pero con devuelta! OK.
La mujer apreció el buen gesto del hombre, y quedaron de juntarse al otro día.
Al día siguiente el anciano vendedor, volvió con la caja original bajo el brazo, y dijo: - Muy buenos días, no ve, he cumplido y aquí se los traigo para que los vea, han cambiado un poco, ya no son plomos por fuera, ahora son negros, y aún brillan, y si quiere le puedo conseguir unos parecidos, ya que este modelo es único y está descontinuado -. La mujer lo miró con nostálgico entusiasmo, y se apuró a abrir la caja de cartón que aún se conservaba en buen estado, los sacó, tan precipitadamente, que casi destruye la caja sin querer. Los tomó con sus pequeños dedos y los miró con una melancolía indescriptible.
El hombre cortésmente dijo: - Disculpe señora, debo devolverlos, porque la señora que me los compró los necesita, y los echará prontamente de menos si no se los devuelvo.
La mujer vio aquellos zapatos con una emoción especial, estaban al alcance de su mano, por un breve instante, iguales como aquella vez, y distintos como el ahora, tan cerca, y sin poder siquiera probarlos como quisiera. Recordó el aroma de sus materiales, recordó la textura del charol, aún suave pese al tiempo, recordó su apuro, y guardó para sí sus comentarios. Entendió por fin la simpleza de su significado. Miró comprensivamente al vendedor, y se despidió con un beso, sabiendo que había ganado algo aún más valioso que unos simples zapatos de charol…
Preguntas van, preguntas vienen. Lo mejor, siempre será encontrar las respuestas en nuestro propio interior. Esta historia, revela que una pregunta flota siempre en el aire, y aunque pase mucho tiempo, permanece en nuestro subconsciente, hasta el día en que descubrimos que la respuesta está más cerca de lo que pensamos, al alcance de nuestras manos, o bajo los pies de lo que caminamos.
Zapatos de Charol
Caminaba una mujer, contenta y radiante, rodeada del vigor de la naturaleza, con una fuerte convicción y algo de inexperiencia. Deseaba lo mejor para sí, siempre anhelaba obtener lo que se proponía.
Un día sin querer, se detuvo en una tienda, tan sólo un rato. Muchos objetos de diversos colores y distintos valores se apreciaban, algunos más llamativos que otros, pero nada que le llamase la atención. De pronto su vista se detuvo en unos zapatos de charol, blancos como la nieve en su interior, y plomos en su exterior. Entró en el local, realizó las actividades típicas de un cliente, y de pronto vio aquellos zapatos acercándose de manos de un vendedor. – Los quiere probar dijo -, ella no respondió de inmediato, sin embargo los contempló con cuidadosa atención. Pidió uno, el que traía el vendedor, y lo sintió muy cómodo, no obstante no se lo probó del todo. El tiempo apremiaba siempre, y pidió el otro, y el vendedor fue a buscarlo. Entre tanto, la mujer contempló aquel zapato huérfano con un dejo de ternura, y lo quiso para sí.
El vendedor volvió, pero lamentablemente no encontró su par. Los minutos pasaban rápidamente, y la mujer impaciente lo dejó y se fue. El vendedor sólo alcanzó a recordar su nombre, pero la mujer siguió orgullosa su camino.
Unos meses más tarde, pasó cerca del lugar, miró la vitrina, pero al ver que el zapato aún permanecía solitario en la vitrina, desistió. Era extraño, quizás demasiado extraño para comprender su naturaleza. Nunca supo en realidad de qué material estaba hecho, y con el tiempo los olvidó.
Pasó el tiempo, la mujer cambió su peinado, cambió su situación, cambió de domicilio, cambió muchas cosas, y como todo buen ser humano, mejoró en algunos aspectos importantes a costa de otros detalles no menos importantes. Su obstinación siempre le precedía, y con el tiempo encontró un par de zapatos de charol completitos, eran de color rojo en esta ocasión, le gustaron, le apasionaron y brillaron en sus ojos. Entró en aquel local, y sin mucho protocolo los pidió. Justo los estaba probando otra mujer. No sería esta la ocasión de perder esos zapatos, así es que la mujer insistió al vendedor para que se los trajera, y así fue. El vendedor que le tocó en esta ocasión era rápido y sin mucho trámite le trajo el par deseado. La mujer se los probó, sintió un gusto interior con sabor a victoria, y bajo el entusiasmo por el logro, los compró sin vacilar. Sin más demora se los puso, le quedaban bien, suficientemente bien para lo que pretendía, y pese a las contrarias opiniones de su familia y amigos, se quedó con ellos y los usó a más no poder.
Pasó el tiempo, y por diversas circunstancias, los zapatos rojos que tanto adoraba, los fue dejando cada vez más de lado, aún los quería, estaba claro, pero como todo buen zapato, con el tiempo, se desgastan, aunque la gente se acostumbra y les va tomando un cariño muy especial, los restauran e incluso los mejoran.
Pasaron los años, y la mujer se olvidó totalmente de los primeros zapatos, siguió caminando con los que se había comprado. Los cuidó a su manera, bajo sus leyes, bajo sus términos, y pese a algunos problemas, los conservó fielmente, arreglándolos de vez en cuando, acicalándolos y procurando siempre su buena presencia y valorización.
Sus zapatos eran de todo lujo, ya nadie le reprochaba nada, ni su familia ni sus amigos que dejó en el camino. Todo marchaba a la perfección, algo que siempre procuró.
Un día, la mujer recibió una llamada. Era el vendedor, aquel que con cuidadosa calma le atendió una vez, y que le llamaba para saber de ella. Le comentó sobre aquellos viejos zapatos de charol en tono blanco y plomo que una vez le pidió. La mujer en un principio no entendía la naturaleza de tal hazaña, pero sintió curiosidad y quiso verlo. El vendedor se acordaba perfectamente y le mostró una oscura y tenue foto de los zapatos de aquel entonces. La mujer, cuando los vio, recordó muchas cosas, y entre todas ellas, recordó su impaciencia. Le pidió al hombre una imagen más clara de los zapatos, que por suerte el vendedor tenía en su poder, se la mostró, y por primera vez logró ver el par de zapatos de charol que no se pudo probar. Habían cambiado. Sintió una extraña nostalgia, y los quiso nuevamente para sí. - Ya no están a la venta, fueron vendidos a otra mujer que los quiso y que esperó largo tiempo por ellos. - Tardé muchos años en venderlos, pero finalmente los vendí – Comentaba el vendedor.
El viejo vendedor, al ver como el rostro de la mujer cambiaba de semblante, se preocupó, se contagió en su misma nostalgia, y le dijo: - Tranquila, para todo hay una solución. Obviamente ya no se los puedo vender, pero si lo desea se los puedo mostrar, porque la persona que me los compró es una buena amiga mía. Si lo desea mañana se los puedo mostrar. – ¡Pero con devuelta! OK.
La mujer apreció el buen gesto del hombre, y quedaron de juntarse al otro día.
Al día siguiente el anciano vendedor, volvió con la caja original bajo el brazo, y dijo: - Muy buenos días, no ve, he cumplido y aquí se los traigo para que los vea, han cambiado un poco, ya no son plomos por fuera, ahora son negros, y aún brillan, y si quiere le puedo conseguir unos parecidos, ya que este modelo es único y está descontinuado -. La mujer lo miró con nostálgico entusiasmo, y se apuró a abrir la caja de cartón que aún se conservaba en buen estado, los sacó, tan precipitadamente, que casi destruye la caja sin querer. Los tomó con sus pequeños dedos y los miró con una melancolía indescriptible.
El hombre cortésmente dijo: - Disculpe señora, debo devolverlos, porque la señora que me los compró los necesita, y los echará prontamente de menos si no se los devuelvo.
La mujer vio aquellos zapatos con una emoción especial, estaban al alcance de su mano, por un breve instante, iguales como aquella vez, y distintos como el ahora, tan cerca, y sin poder siquiera probarlos como quisiera. Recordó el aroma de sus materiales, recordó la textura del charol, aún suave pese al tiempo, recordó su apuro, y guardó para sí sus comentarios. Entendió por fin la simpleza de su significado. Miró comprensivamente al vendedor, y se despidió con un beso, sabiendo que había ganado algo aún más valioso que unos simples zapatos de charol…
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