24 agosto, 2010

Una mesa de madera

Introducción

Esta historia, está basada en la esperanza, y con mucho pesar, la escribo sin todos los detalles que quisiera. Tal vez sea sólo imaginación, eso nunca lo sabré. Lo cierto es que la sensación que puede producir un primer pensamiento, es la única razón verdadera, que nos conduce hacia el hallazgo de lo realmente que buscamos.


Una mesa de madera

Una mesa de rústica madera, fría y humedecida, de gruesos tablones, se presenta llena en la oscuridad, cosas diversas, potes, herramientas, cascos. Unas bancas improvisadas, conforman el punto de reunión donde se conocen las vidas, donde se ríe y se llora, angustia y alegría en los rostros de ellos que seguramente se miran sin ver. La poca luz, la extensa oscuridad, es una bodega destinada para sobrellevar lo inhóspito del lugar.

Escucho las noticias, y no quiero ver, porque distorsiona la realidad. Hombres de rostros duros, sometidos a la roca, miran la alternativa de excavar, pero el material frente a ellos es muy duro, se hace imposible de mover.

No existe variación, no es de noche ni es de día, no existe luz, más que lo poco que se intenta ahorrar. Un hombre escribe en un papel, pero sabe que no es un tema de esperanza, tiene fe, calma a los demás, escucha a algunos orar, las voces se acallan a ratos. Los ruidos subterráneos pasman el aliento, y el tiempo se hace eterno. No son sólo ruidos de máquinas, son otros que inquietan, trastornando los sentidos.

Conocen su oficio y no se han quedado de brazos cruzados, los topos lo intentan una y otra vez, pero con cuidado. El caracol pende de un hilo, los soportes no son confiables si el terreno en las profundidades ha cambiado, la experiencia es vital, y de eso, mucha es la que tienen.

Busco, busco, busco… la roca es sólida y no deja pasar, llego casi en diagonal, es otro camino que no comprendo, pero peor aún, es la distracción que produce el bullicio de arriba, no por sus voces, sino por lo que sienten. Entregados a la fe, a sus creencias, y lo más importante, la familia. Quiero ver, quiero ver, y no me dejan, todos hablan al mismo tiempo, otros gritan, no son las voces, son sus sentimientos. Huelo cosas que no entiendo, huelo humedad, huele a agua nacida de la tierra, y aún así se siente sed.

No conozco el terreno, bajo un caracol que no he visto, es enorme, cabe un vehículo, incluso dos pequeños. Gruesos palos redondos lo sostienen, corroídos por la humedad y el tiempo. La masa de rocas está frente a mí, avanzo, todo es lento, pequeñas grietas ayudan, es mucho trayecto, me pierdo. Quiero llegar hasta la mesa de madera, quiero tocar la astilloza superficie, clavos oxidados y negros la sostienen. Unos posillos metálicos están en ella, sirven, en realidad todo sirve. No, no puedo seguir, pena es lo que siento, una angustia indescriptible humedece mis ojos, que no son los míos, sino los de aquellos otros, que se reúnen pensando, en sus familias, en su libertad, procurando apaciguar el momento, con esfuerzo, con historias compartidas, vivos y esperanzados a razón de una simple mesa de madera, que sin duda desarmarán.



Nota: Esto lo escribí ayer, estaba con pena, pero hoy veo las noticias, hay contacto,
hay esperanza, hay voces con mucha energía, son reales, son de emoción,
de verdadera alegría. Eso señores, eso si es felicidad.

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