29 octubre, 2011

Un barco una botella



Los detalles y los por menores estaban correctamente definidos, a una precisión milimétrica, nada podía fallar. Sus manos gigantes ya no podrían sostener más la delicadeza de aquellas frágiles velas, y sólo la imaginación le conformaba, al ver su obra terminada. Hubiese deseado ser aún más perfeccionista, pero el tiempo no espera, y nada es perfecto ni eterno como se quisiera.

Era la última pieza que faltaba para asegurar el mástil de una tan pequeña embarcación. Debía terminarla, había puesto mucho tiempo y dedicación en cuidados y precaución. Aquella estructura, para sí, era hermosa, radiante, incluso brillante, pero en el fondo de su pensar, no era menos cierto que no importaba cuantas veces intentara restaurar su estructura, aquella nave seguiría ahí a merced del tiempo, bajo la convicción de un supuesto navegar.

Miró su reloj ovalado, encadenado finamente al bolsillo de su chaleco, y sobre el escritorio lo dejó, junto a la botella. Se acomodó su chaqueta, su sombrero y su bastón, abrió la puerta y se encaminó por el arenal con ella bajo el brazo. Una vez en la orilla, sintió el agua fría bajo sus pies descalzos, entonces se inclinó con cuidado, en cuclillas, y con mucho tino puso la botella en el agua.

Hubiera dado todo, absolutamente todo, por tener el mágico don de la visión, y poder apreciar el eterno migrar de aquella botella, a sabiendas de que en su interior se encontraría a resguardo por siempre la divina existencia de su tesoro más preciado, su pequeño barco a velas.

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