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Desde su lecho blanco como la nieve, un rostro lejano mira a través de una ventana las hojas de un árbol que flamean con el viento y su oscilar. Son días nublados, a veces con sol, y la luz se posa en una silla cercana, reflejando un destello blanco con discreción. Son otros mundos, otros espacios, otros tiempos, un poco más tranquilos, un poco más serenos, que no son de nadie más, porque nada más hay en aquel espacio de voz.
El pensamiento se hace confuso, es un estado distinto donde no se puede estar. La interferencia es un ruido enorme, cuyas voces al unísono no dejan escuchar, no obstante las paredes blancas parecen vislumbrar, pequeñas sombras con un leve movimiento que da paz.
Qué hacer, que decir, si ya no se sabe más, eternamente los dedos se mueven por una incertidumbre que no se puede aguantar, porque unas gruesas paredes se posan ante el caminante que flota en su eterno andar, con su calma característica de un tal vez, de un quizás.
En la silla está, contemplando en silencio, con su eterna paciencia, respirando extraños olores que no le dejan captar, la ubicación exacta de unas manos, que levemente revolotean su rostro para señalar, más aquel vaso medio lleno, que medio vació parece estar.
Si, es cierto, se para un momento, en la inquietud mira hacia fuera el jardín con los árboles por millar. No dice nada, como siempre, porque sólo basta un pensar. La silueta tranquila acompaña al gigante con característica bondad, mientras otras inquietudes, la de varios, en una larga espera, afuera están. Así es el privilegio de este momento, que no necesita más, son sólo escasos minutos, que significativos serán. Son sólo instantes, breves momentos que ya pasarán, buenos, malos, que importa, si lo que cuenta es saber esperar… paciencia y más paciencia, no hay más.
Queda mucho por hacer, muchos temas interesantes que discutir, mucho que aprender, y mucho que entregar, en este mundo ajeno e involuntario, donde todo parece tan abstracto en su eterno esperar…
El pensamiento se hace confuso, es un estado distinto donde no se puede estar. La interferencia es un ruido enorme, cuyas voces al unísono no dejan escuchar, no obstante las paredes blancas parecen vislumbrar, pequeñas sombras con un leve movimiento que da paz.
Qué hacer, que decir, si ya no se sabe más, eternamente los dedos se mueven por una incertidumbre que no se puede aguantar, porque unas gruesas paredes se posan ante el caminante que flota en su eterno andar, con su calma característica de un tal vez, de un quizás.
En la silla está, contemplando en silencio, con su eterna paciencia, respirando extraños olores que no le dejan captar, la ubicación exacta de unas manos, que levemente revolotean su rostro para señalar, más aquel vaso medio lleno, que medio vació parece estar.
Si, es cierto, se para un momento, en la inquietud mira hacia fuera el jardín con los árboles por millar. No dice nada, como siempre, porque sólo basta un pensar. La silueta tranquila acompaña al gigante con característica bondad, mientras otras inquietudes, la de varios, en una larga espera, afuera están. Así es el privilegio de este momento, que no necesita más, son sólo escasos minutos, que significativos serán. Son sólo instantes, breves momentos que ya pasarán, buenos, malos, que importa, si lo que cuenta es saber esperar… paciencia y más paciencia, no hay más.
Queda mucho por hacer, muchos temas interesantes que discutir, mucho que aprender, y mucho que entregar, en este mundo ajeno e involuntario, donde todo parece tan abstracto en su eterno esperar…
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