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Estaba tras el bar, empecinada en sus quehaceres, nadie le había visto, era una joven de de mediana edad, piel canela. Al frente en una cama, un tipo afiebrado, también joven, le observaba con paciencia, algo inquieto por aquella presencia, se levantó, se acercó al bar y en voz muy baja, dijo: - Espera aquí, veré que puedo hacer. Dicho esto se retiro por una puerta lateral izquierda ubicada en una esquina apegado a unos ventanales.
Mientras caminaba, el piso clavado y alineado rústicamente crujía sus maderos añosos y secos en cada paso sigiloso que daba.
El joven entró en una especie de cocina, en el otro extremo del habitáculo, se acercó a una señora de bastante edad, de pelo medianamente corto, estilo afro y muy canoso, de rostro muy blanco que usaba unos lentes enormes. Sin dejar su quehacer, le escuchó pero no volteó, denotando así con aún mayor énfasis su desaprobación a la propuesta. La idea era que la joven se quedara trabajando. No hubo palabras, más sólo las del solicitante joven que insistía por un buen rato, pero los argumentos de la mujer eran poderosos y convincentes.
Entonces el volvió al bar, y cuando lo hizo, ya no había nadie. Auscultó con minuciosidad el mesón donde la joven se encontraba trabajando, y entre algunos papeles que estaban puestos sobre la mesa, encontró una nota discreta escrita a mano, diciendo: “No te preocupes”. Tras leer esto, el joven quedo meditabundo por unos minutos, y quiso salir, pero no pudo, el lugar ya no era lo que pensaba, la nota se desvanecía entre sus dedos, así como el mesón y el resto de la habitación.
Entonces despertó, miró a su rededor, estaba oscuro, desorientado vio la hora, eran casi las cinco de la madrugada, se levantó, prendió la luz, miró su rostro deschavetado en el espejo y se lavó la cara con cierto apuro, el agua estaba congelada.
El bar aún circulaba en su mente, trataba infructuosamente de recordad sus detalles, encontrar un porqué, o dilucidar un significado, hasta que finalmente se recostó de nuevo entrando rápidamente en otro profundo sueño. Luego, repentinamente abrió sus ojos por un segundo, miró el techo, encontrándose en otro lugar, ya fuera del bar, donde todo le pareció distinto.
Mientras caminaba, el piso clavado y alineado rústicamente crujía sus maderos añosos y secos en cada paso sigiloso que daba.
El joven entró en una especie de cocina, en el otro extremo del habitáculo, se acercó a una señora de bastante edad, de pelo medianamente corto, estilo afro y muy canoso, de rostro muy blanco que usaba unos lentes enormes. Sin dejar su quehacer, le escuchó pero no volteó, denotando así con aún mayor énfasis su desaprobación a la propuesta. La idea era que la joven se quedara trabajando. No hubo palabras, más sólo las del solicitante joven que insistía por un buen rato, pero los argumentos de la mujer eran poderosos y convincentes.
Entonces el volvió al bar, y cuando lo hizo, ya no había nadie. Auscultó con minuciosidad el mesón donde la joven se encontraba trabajando, y entre algunos papeles que estaban puestos sobre la mesa, encontró una nota discreta escrita a mano, diciendo: “No te preocupes”. Tras leer esto, el joven quedo meditabundo por unos minutos, y quiso salir, pero no pudo, el lugar ya no era lo que pensaba, la nota se desvanecía entre sus dedos, así como el mesón y el resto de la habitación.
Entonces despertó, miró a su rededor, estaba oscuro, desorientado vio la hora, eran casi las cinco de la madrugada, se levantó, prendió la luz, miró su rostro deschavetado en el espejo y se lavó la cara con cierto apuro, el agua estaba congelada.
El bar aún circulaba en su mente, trataba infructuosamente de recordad sus detalles, encontrar un porqué, o dilucidar un significado, hasta que finalmente se recostó de nuevo entrando rápidamente en otro profundo sueño. Luego, repentinamente abrió sus ojos por un segundo, miró el techo, encontrándose en otro lugar, ya fuera del bar, donde todo le pareció distinto.
1 comentario:
Cada universo es propio, y su límite es el universo de otro. El problema no es que existan, el problema es que se sientan.
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