Era fin de semana, domingo, totalmente solo, en casa, tiempo que generalmente ocupo para crear, pero que en demasía se hace eterno. El silencio fue abrumador, y de improviso decidí visitar a mis padres, cosa que generalmente procuro, cada vez que puedo.
Eran cerca de las 17:00 hrs. cuando llegué a la casa, no había nadie, todo cerrado, la casa estaba oscura y fría, aún más silenciosa que la mía, y como nunca tuve una sensación de abandono, que me hizo recordar mi infancia.
Por el único motivo que a veces busco soledad, es para meditar y curar. Por el único motivo que busco meditar y curar, es para que mi juicio no se nuble con lo circunstancial. Pero ciertamente los sobrinos crecen, y los padres envejecen, los hermanos se empecinan en sus propios asuntos, y cada uno en su mundo. Todo fue demasiado notorio en ese momento, y muy intenso. Entonces me sentí aferrado a mis recuerdos, y con pena confirmé que se hacía realidad lo que alguna vez visualicé hace tantos años, una familia disgregada a razón del cause natural del transcurso del tiempo.
Algo había cambiado, aquellos felices tiempos en que jugábamos loto en familia, más de 25 en la casa, todos entusiastas risueños en la mesa, unos padres vigorosos, los sobrinos chicos aún jugando y revoloteando por todas partes, los hermanos con sus familias compartiendo, en fin.
A fin de cuentas, todos somos entes independientes, almas solitarias con un mundo propio. Un día escribiré sobre este tema de los universos individuales, por mientras, comparto una película que me conmueve mucho: “What Dreams May Come” (con Robin Williams).
Tal vez la vida se cosecha de a cuerdo con lo que cada uno va sembrando, obvio, pero este mundo abstracto entre el cielo y la tierra, tal vez tenga un punto paralelo, que va más allá de las vivencias, y más allá de los sueños.
Quizás, alguna vez soñé con una familia numerosa, alegre, unida, y feliz, quizás, lo que ahora veo, sea sólo otro momento, pasajero, como muchos, que quedan grabados en la mente por siempre, para recordarnos que las cosas son solo cosas, y que las emociones y los sentimientos son nuestro eterno complemento.
Recorrí lentamente la casa, cada habitación, observando cada rincón sin tocar nada. Después de un rato, escribí una nota en una hoja amarillenta de cuaderno de matemáticas, diciendo “Te quiero mucho mamá”, y me retiré, en silencio.
Eran cerca de las 17:00 hrs. cuando llegué a la casa, no había nadie, todo cerrado, la casa estaba oscura y fría, aún más silenciosa que la mía, y como nunca tuve una sensación de abandono, que me hizo recordar mi infancia.
Por el único motivo que a veces busco soledad, es para meditar y curar. Por el único motivo que busco meditar y curar, es para que mi juicio no se nuble con lo circunstancial. Pero ciertamente los sobrinos crecen, y los padres envejecen, los hermanos se empecinan en sus propios asuntos, y cada uno en su mundo. Todo fue demasiado notorio en ese momento, y muy intenso. Entonces me sentí aferrado a mis recuerdos, y con pena confirmé que se hacía realidad lo que alguna vez visualicé hace tantos años, una familia disgregada a razón del cause natural del transcurso del tiempo.
Algo había cambiado, aquellos felices tiempos en que jugábamos loto en familia, más de 25 en la casa, todos entusiastas risueños en la mesa, unos padres vigorosos, los sobrinos chicos aún jugando y revoloteando por todas partes, los hermanos con sus familias compartiendo, en fin.
A fin de cuentas, todos somos entes independientes, almas solitarias con un mundo propio. Un día escribiré sobre este tema de los universos individuales, por mientras, comparto una película que me conmueve mucho: “What Dreams May Come” (con Robin Williams).
Tal vez la vida se cosecha de a cuerdo con lo que cada uno va sembrando, obvio, pero este mundo abstracto entre el cielo y la tierra, tal vez tenga un punto paralelo, que va más allá de las vivencias, y más allá de los sueños.
Quizás, alguna vez soñé con una familia numerosa, alegre, unida, y feliz, quizás, lo que ahora veo, sea sólo otro momento, pasajero, como muchos, que quedan grabados en la mente por siempre, para recordarnos que las cosas son solo cosas, y que las emociones y los sentimientos son nuestro eterno complemento.
Recorrí lentamente la casa, cada habitación, observando cada rincón sin tocar nada. Después de un rato, escribí una nota en una hoja amarillenta de cuaderno de matemáticas, diciendo “Te quiero mucho mamá”, y me retiré, en silencio.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario