18 junio, 2010

Pueblo Antiguo


Introducción:

Era un pueblo antiguo, desolado, como esos del lejano Oeste, de aspecto rústico y sombrío, el terreno era totalmente árido y ya habíamos caminado durante muchas horas una decena de kilómetros. Éramos cuatro sedientos en medio de la nada, y el sol ya se ocultaba tras las montañas.

Historia

El lugar estaba desierto y silencioso, sólo el ruido del viento azotaba nuestros oídos, haciendo crujir los gruesos maderos de las puertas caídas que chillaban sin cesar. Nos aproximamos a una hostería ubicada en un segundo piso, y después de un rato de incertidumbre empujé tímidamente una de las puertas que se encontraba entre abierta.

Antes que dijera nada, retrocedí un paso en reacción a una imagen de unos ojos brillosos se hacía visible desde el interior. Salió despacio y con un dejo de notoria desconfianza, frunció su seño. Era de mediana estatura, pelo largo y cano, su rostro denotaba una piel arrugada, de un color raro como el chocolate, vestía un atuendo baquero lleno de flecos, de color café oscuro como la noche, pero más parecido a un indio, de esos con pluma incluida. En su frente, un cintillo con adornos y dibujos de esfinges y figuras piramidales que se contradecían confusamente con su origen.

El anciano nos miró con desconfianza y nos dijo: - Ustedes no deben estar aquí! Nos miramos extrañados, y le explicamos, - Veníamos desde lejos, y se nos hizo tarde para regresar, nos teníamos que juntar con un amigo aquí, necesitamos descansar y un lugar para pasar la noche. El hombre hizo una mueca de inconformidad pero comprendió la situación, y nos dijo: - Pueden quedarse, pero deben seguir ciertas reglas…
1.- No importa lo que escuchen afuera, no salgan.
2.- Si ves los ruidos de la noche, será tarde, entonces no deberás moverte.
3.- No emitan ningún ruido después de las 12:00 hrs., sólo así podrán ver otro amanecer.

Nos miramos extrañados, incrédulos, aún así respetamos sus recomendaciones y nos aprestamos a ocupar los habitáculos designados lo más pronto posible.

Mientras mis amigos se acomodaban, me quedé un instante en el balcón, admirando la puesta de sol. Saqué de un bolsillo un reloj a cuerda para ver la hora, guardándolo en la camisa en mismo lugar, había tiempo suficiente como para contemplar el desierto. Todo parecía hermoso atardecer, muy seco y frío. Los minutos pasaron sin darme cuenta, y en el horizonte, ya casi cuando el sol se ocultaba, una nube oscura oscilaba entre las montañas, creciendo rápidamente en tamaño. Un ruido indescriptible llegaba hasta mis oídos, provenientes de la nube que rápidamente se aproximaba a donde nos encontrábamos. Alguien me llamaba desde el interior, pero estaba obsesionado con querer saber de que se trataba aquel fenómeno atmosférico. Cuando ya reaccioné era demasiado tarde.

Entre sombras pude distinguir unas criaturas aladas de aspecto esponjoso, que masivamente invadieron el lugar, apoderándose de cada rincón. Mis amigos no pudieron salir, la puerta fue cerrada tras de mí, y sólo recordé las recomendaciones de aquel extraño anciano, entonces me quedé inmóvil donde estaba. Las dichosas criaturas se prendían de mi ropa, y parecían no notar mi presencia. En cuestión de segundos se encaminaban hacia mi rostro, cubriendo mi cara por completo.

- No debo, no debo… mov… pensaba incansablemente tratando de mantener la concentración y la cordura, evitando así cualquier movimiento.

Sentía como mi reloj se iba escurriendo despacio entre mis ropas, hasta quedar colgando a la altura de mi cintura. El cosquilleo propio del movimiento circulante, inevitablemente hizo que el reloj finalmente se cayera al piso rodando a un metro de mí. Al instante las pequeñas criaturas se apoderaron del aparato y lo devoraron con frenesí ante mis ojos, apenas visibles.

Respiraba muy levemente, asumiendo un control total de mis emociones para no provocar ningún tipo de reacción adversa. No obstante, las prendas que vestía se iban desintegrando en trozos pequeños que eran disectados con extrema precisión por las criaturas.

Desde el interior del habitáculo, mis tres amigos, aterrados contemplaban entre los maderos del local como mi cuerpo se transformaba en una masa indescriptible, que levitaba sobre en el balcón.

En breves segundos, todo se desvaneció, y las criaturas se alejaron cuan veloz como llegaron. Miré mi ropa destrozada, miré a mis amigos que no podían salir de la casona por algún motivo. Estaba intacto, no sé si mejor o peor que ellos, yo sin entrar y ellos sin poder salir.

Luego de eso, bajé por las escaleras hacia el primer piso, buscando refugio para ocultarme, todas las puertas estaban cerradas herméticamente. Me quedé en la calle arenosa por algunos minutos, sin saber dónde ir. Todo estaba oscuro, el lugar había cambiado totalmente de aspecto, al segundo de haber bajado, y ya no escuchaba las voces de mis amigos.

De pronto, a lo lejos, ya en la oscuridad de la noche, se sintió el sonido de un galopar que se aproximaba veloz, desde la misma dirección en que venían las criaturas. Era un caballo percherón, enorme, bien ensillado con adornos brillantes y discretos, sobre él, algo lo montaba, vestido de gruesa armadura, parecido un cazador de dragones de época medieval, pero no se distinguía su rostro.

Miré a mi rededor, y pude visualizar un portón metálico entre abierto por donde pude entrar. El enorme animal deambuló por el pueblo y a paso lento se aproximó a donde me encontraba. Me tendí sobre el piso, y esperé. El portón era de fierro forjado, en su parte superior, y abajo estaba cubierto por una plancha laminada. Escuchaba aquellos pasos, nítidos aproximándose cada vez más, hasta quedar justo al frente de donde me encontraba, cosa que pude constatar por debajo del mismo y la fuerte respiración. La cabeza del enorme animal se asomaba entre los fierros, mientras yo le observaba en silencio. Algo goteaba de sus narices, miró en ambas direcciones, se sacudió y se retiró despacio.

El silencio era abrumador, y con cierto cuidado, me levanté del piso, asomándome muy despacio entre los barrotes. El lugar estaba totalmente desierto. Con total prudencia giré mi cabeza, sin darme cuenta, estaba en las afueras del pueblo, y mis amigos tras de mí, me miraban desconcertados. Me acerqué a ellos y le abracé uno por uno, sintiendo un inmenso alivio. Nos subimos de inmediato al vehículo y nos alejamos por el desierto dejando una nueve de polvo detrás.

En el trayecto, ya más tranquilos, a varios kilómetros de distancia, sacamos algunos víveres de resera que repartimos con discreta generosidad. Uno de ellos sacó un termo, mientras los otros dos acomodaban algunas frazadas, y conversamos a cerca de lo sucedido. Curiosamente, cada uno narró una experiencia distinta en cada caso.

Pasaron así un par de horas, hasta el amanecer, y vimos a la distancia un letrero en el camino que decía:

“Bienvenidos a Pueblo Antiguo”
“Total habitantes = 1”

No hay comentarios.: