01 julio, 2010

Área Restringida


El paraguas estaba hecho trizas, apenas cubría su amplio atuendo negro, su cuerpo inclinado hacia fuerza contrarrestando el viento torrencial de un crudo invierno. Ella era una mujer de esfuerzo, muy vital, de no más de 30 años. Se desplazaba hacia las afueras de la ciudad, en busca de su niño, a quién entrañablemente no le veía desde hacía mucho tiempo. El lugar barroso ensuciaba sus preciados zapatos de charol, únicos que se permitía usar solo para ocasiones especiales. Caminó varios kilómetros durante horas, hasta que finalmente logró llegar a la cima de un montículo, desde donde ya pudo apreciar la casa donde supuestamente se encontraría su hijo.

Sus piernas doloridas se doblaban frente al agotamiento, respiraba con algo de dificultad, su cuerpo sucumbía a la inclemencia, no así su voluntad de seguir. Ya sólo era cuestión de bajar unos cuantos metros más por la empinada montaña, para lograr su procurado destino.

Cuando logró bajar, su cuerpo cansado no pudo más, y decidió parar un momento para recuperar el aliento. Sentada se quedó sobre una roca, mientras contemplaba el hermoso verdor del paisaje. El cielo se despejaba y el olor a tierra mojada le recordaba su propia niñez, su mirada nostálgica se fijó en unos leños que le recordaban mucho a su padre que con gran decisión y destreza cortaba para el fuego de la chimenea.

El esfuerzo valía su emoción, y con cuidado limpio sus zapatos con un pañuelo que sacó de entre sus ropas. Se ordenó un poco, y se encaminó hacia la casa. En la medida avanzaba, unos patos blancos se atravesaban ansiosos por su camino, mientras otros animales, ovejas, caballos y vacas, se divisaban libres a lo lejos.

Un hacha clavada sobre un grueso tronco de base, denotaba que no hacía mucho que se estuvo trabajando, por lo tanto era una señal indiscutible de que la casa estaría habitada.

Se acercó a la puerta principal, tímidamente golpeó tres veces. Sintió ruido desde el interior de la casa y sus ojos se iluminaron brillosos con la emoción.

Ante ella, la puerta interior se abrió, pudiendo ver borrosamente una figura alta y fornida de un hombre. Habían pasado varios años en que tuvo que obligatoriamente partir en busca de un mejor futuro para su familia, cosa que logró con mucho sacrificio. Luego se abrió la puerta externa, y ante ella apareció un hombre mayor, muy parecido a su hijo, que con amabilidad le dijo:
- ¿Buenas tardes, en que le puedo ser útil?
La mujer desconcertada, quedó petrificada y secó sus lágrimas para verle mejor. Con asombro, sus emociones inequívocas le hicieron ver aquello que era imposible de creer, el hombre de unos 50 años de edad, que le observaba erguido ante ella, era su hijo, mucho mayor de lo que esperaba.

El hombre, al ver la reacción e la mujer, apuró en sujetarla, y con cuidado la acomodó sobre una silla bajo techo a la entrada de la casa. Notó inmediatamente el esfuerzo que había realizado para llegar hasta donde el, y se prestó a traerle algunos víveres y un mate bien caliente. Preparó la mesa con esmero, pan, mantequilla, queso, entre otras cosas, y se sentó junto a ella, que aún permanecía incrédula y confundida.

Ambos conversaron un rico desayuno durante horas, bajo un cielo ya despejado, lleno de nubes blancas y algodonosas en un fondo intensamente celeste. Madre e hijo, intercambiaron sus experiencias, y ambos trataron de entender lo que pasaba. Por años aquel hombre no había salido de la zona donde estaba, porque así lo había dictaminado su madre, dejándolo a cuidado de sus abuelos. Ella por su parte trabajó arduamente durante 10 años, como nana doméstica de algunas familias acomodadas de la ciudad. El hombre, por su parte, vivió como ermitaño durante mucho tiempo, quedando totalmente solo cuando ya sus abuelos se habían ido por causas naturales, acostumbrándose a esa vida rebosante de naturaleza.

El dinero que había logrado ahorrar la mujer, lo había destinado para la educación de su hijo, quién ahora denotaba muchos más años que ella. Era imposible. Entonces le dijo:
- Ya es hora hijo, debemos salir de aquí y buscar otro rumbo.
El hombre respondió:
- Está bien, partiremos mañana, llegaré temprano.
Hizo los preparativos, y se fue a la parcela más cercana, era todo un día de camino ida y vuelta, dejando sus animales a cuidado de unos vecinos de confianza.

Cuando volvió, vio a su madre, quién le esperaba ansiosa. Algo muy extraño pasaba, y se aprestaron a partir en un coche viejo, en dirección a la ciudad.

En el árido camino de una rústica carretera, sobrepasaron una zona fuertemente alambrada, que denotaba un enorme letrero, desgastado y muy borroso, que decía:
- “Zona Experimental. Área restringida. Peligro. No pasar”.

Ante esto, inmediatamente el hombre detuvo el coche y dijo:
- Ya sé lo que sucede.
Ambos miraron el letrero, y se miraron nuevamente, entonces, comprendieron.

El hombre, inmediatamente notaba que sus pies ya no alcanzaban los pedales, y que sus ropas se hacías cada vez más anchas, pareciendo ser todo más y más grande cada vez. Era obvio lo que sucedía. Entonces, su madre lo abrazó con fuerza y entre sollozos le dijo:
-Por fin te encuentro mi niño, ya no te dejaré más en esta... “Área Restringida”.

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