02 junio, 2010

Castillos de Arena


Introducción

Esta es una experiencia que de alguna manera nos hace reflexionar sobre el significado de nuestro propio castillo interior, que deteriorado o no, está siempre con nosotros, intrínseco en lo más profundo de nuestro propio ser.

Relato

Desde las 3:00 AM un problema se acentuaba al otro lado de la ciudad, hasta que el teléfono sonó a las 7:00 AM que me despertó de improviso. Era un fin de semana, nublado, y tras lo comunicado, no mucho era lo que se podía hacer. En estricto rigor, solo llamar a la compañía de suministro de agua potable, quienes amablemente me atendieron y acudieron a la emergencia.

Terminando algunas cosas que hacer en casa, al medio día viajé, a prestar ayuda. Cuando llegué, el hedor se hacía presente, entre humedad y aguas servidas, producto de una cámara que se había rebalsado, obstruida por quién sabe qué. El lugar ya era un desastre producto del terremoto, con todos el adobe removido y los escombros, producto de los arreglos que se habían realizado. La lluvia, que además se sumaba a los desmanes, hizo que necesitara revisar la techumbre, así es que subí a ver con una improvisada escalera de madera.

Aquel día, sin embargo, fue un día precioso, el aire estaba ahí a mi merced, despejado, limpio y respirable, las montañas vestían de nubles blancas como algodón, y el cielo celeste encausaba su extraordinaria brisa sobre mi rostro.

El cielo estaba mucho más claro tras la lluvia, y me permitió ver un techo lleno de historia del cual debí remover decenas de kilos de tuberías de fierro, algunos de más de 40 kilos y casi tres metros de largo, entre rocas, un neumático de tractor, ladrillos, maceteros de cemento, y cuanta cosa extraña que se utilizó para afirmar los gruesos latones de cinc. Lo comprendía muy bien, era una época de muy pocos recursos, e improvisados conocimientos arquitectónicos, donde no existían las comodidades de la época actual, tornillos perforadores de rosca lata, la falta de taladro, entre otras muchas cosas, carencias que se hacía evidente, donde sólo ingenio, ingenuo por cierto, y mucha voluntad, hacían de la nobleza del roble un aliado ideal.

Fue titánico, no cabe duda, y la tarea no terminaba ahí, en realidad nunca termina, porque no existe un principio, ni un fin.

Es curioso, pero los roles van cambiando, me decía, recuerdo cuando antes decidían mi vida, y ahora prácticamente yo decido la de ellos.

La historia en esa casa ha sido intensa, vaya que sí, con historias aún más allá de mi nacimiento o la de mis propios padres. Mucha gente pasó por ahí, allegados, albergados, historias escritas con el esfuerzo y sacrificio extremo para lograr lo imposible con lo mínimo, pero siempre con una clara voluntad de servicio y dedicación para con los demás. De cada uno he aprendido algo bueno, y me siento agradecido.


Es tan rara la sensación que me produce esa casa, es el hecho de que cuando algo se arregla, es como si le quitara un pedazo. Mejoro algo, sí, pero al fin y al cabo, mejoro ¿qué?…

Hasta el más majestuoso de los castillos, necesita una restauración de vez en cuando. Lo que alguna vez fue nuevo, ya no lo es, y no por ello deja de ser importante. Aquellas gruesas paredes convertidas en arena, que alguna vez albergaron también los sueños de aquel niño enfermizo, pálido y solitario de sus padres, aún siguen de pie, llena de cosas, guardando en algún rincón, en el pensamiento eterno de lo que fue.

Siempre he pensado, que todo puede mejorar, y lo sostengo, aunque sea majadero, porque no sacamos nada con ser grandes, poderosos y sabios, sino somos capaces de ver en nuestro propio interior, aquel castillo que nos cobija y nos encierra en una constante obstinación.

Sé que lo sientes, al igual que yo, o como muchos otros que se niegan a creer, pero la sensación es clara y evidente, un cambio se ha producido, y el tiempo ahora parece tan distinto.

Aquel antiguo castillo se ha removido, sufriendo los embastes del tiempo, pero sin embargo, aún sigue de pié, y seguirá así, por siglos.

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