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Introducción
No importa el lugar, la imaginación nos acompaña en cada momento, ya sea de noche muy tarde, o desde la madrugada, siendo un verdadero alivio el poder escribir sobre ello. Esta historia la había escrito hace un par de días, nació producto de unos círculos que oscilaban sobre una mesa metálica de color plateado, que observé mientras tomaba un rico helado en aquellos momentos de soledad que busco ya sea para descansar o para despejarme de la saturación diaria de andar corriendo contra el tiempo.
No importa el lugar, la imaginación nos acompaña en cada momento, ya sea de noche muy tarde, o desde la madrugada, siendo un verdadero alivio el poder escribir sobre ello. Esta historia la había escrito hace un par de días, nació producto de unos círculos que oscilaban sobre una mesa metálica de color plateado, que observé mientras tomaba un rico helado en aquellos momentos de soledad que busco ya sea para descansar o para despejarme de la saturación diaria de andar corriendo contra el tiempo.
Es algo que a veces nos parece inmóvil pero que sin embargo no lo es. ¿O sí?
Historia
Los círculos plateados de la mesa irradiaban un efecto de profundidad que sólo era observado por quién buscaba la tranquilidad de un helado a plena lluvia. El reflejo frente a él indicaba claramente que el paso del tiempo había hecho bien su ineludible trabajo. Pese a ello, aún se sentía vital, y lleno de energía.
Miró de reojo a su rededor, el lugar estaba prácticamente vacío, y por fin pudo estar lejos del bullicio tormentoso de la ciudad. Sus manos blancas y parcialmente arrugadas le hacían pensar, mientras la música sonaba en sus oídos con cierta suavidad. Estaba tranquilo, aunque sabía que sería por breves minutos. El trabajo y las responsabilidades siempre le sumían en una constante y vertiginosa carrera que jamás se detendría.
De pronto lo recordó. Escudriño dentro de uno de sus bolsillos hasta lograr encontrar una pieza con forma de cilindro, de aspecto sólido y brilloso. Con mucho temor y duda lo puso sobre la mesa, y después de varios minutos observándolo, acercó su mano y lo giró como un trompo. Mientras giraba, todo a su rededor se volvía cada vez más y más lento. El movimiento circular del cilindro se hacía perpetuo, produciendo un efecto apenas visible, como una especie de aureola con destellos multicolores.
Por algunos minutos su vista se mantuvo clavada en el hermoso girar del cilindro, mientras los colores circulares de la mesa metálica parecían cambiar de aspecto. Sintió paz, y se relajó por completo, ya nada le apuraba porque el día se había detenido.
Se tomó las cosas con calma, se sirvió su helado con toda tranquilidad, sin apuro, descansó sobre el hecho de que por un instante, el tiempo ya no existía.
Después de un buen rato, el cilindro dejó de girar, hasta el punto de quedar inmóvil sobre la mesa, sólo necesitaría girarlo una vez más y todo volvería a su normalidad, cosa que ya sabía.
Se vio tentado a disfrutar de aquel día, y se dio un gusto impensable. Se paró de la mesa con sumo cuidado, y al ver que nadie se movía, salió del local con cierta precaución.
Recorrió la ciudad, visitó el parque, los museos, los centros comerciales, los cerros, las calles. Todo, absolutamente se encontraba inmóvil, incluso las aves, y los insectos que parecían suspendidos en el aire. Lo único incómodo, era sentir la polución entre otras minúsculas partículas que rozaban su rostro y sus manos descubiertas, que se habrían paso a su caminar, volviendo luego a su posición original.
Algunas de las cosas interesantes que más le llamaban la atención, eran esos pequeños y delgadísimos destellos de luz, que se entrelazaban como si fuesen un gran telar. Seguramente siempre existieron, por diversos temas, electrones circulantes, ondas de radio, o flujos de energía. Toda la ciudad estaba cubierto por esa luz, fina y tenue trazada, con diversas formas y espesores, seudo oblicuos que rebotaban en las sólidas paredes, mientras que en otras estructuras menos resistentes, simplemente las atravesaban. En los seres vivos, aquella luz se distorsionaba envolviendo los cuerpos como si fuesen capullos totalmente transparentes. Podía tocar esos hilos, y cambiarlos levemente de posición, algo que le distrajo como cabro chico en un jardín lleno de juguetes, así como el resto de las cosas que indudablemente eran indetectables en una velocidad normal.
En la calle, las gotas de agua que desprendían de algunas regaderas cercanas, parecían cristales esféricos brillosos de distintas formas, y cuando los tocaba explotaban entre sus dedos, esparciéndose en una forma viscosa y desforme, volviendo inmediatamente a su estado original, una vez que las dejaba.
Procuraba ser cuidadoso, puesto que temía que cada cosa que hiciera, a su paso sufriera cambios irreversibles, que podrían cambiar inadecuadamente la condición natural de los elementos existentes, independiente a que en apariencia todo volvía a su estado original.
Para asegurarse, hizo una prueba con una hoja de árbol suspendida en el aire, sobre la cual pasó su dedo, rompiéndola al instante, como si fuese una figura de sal. No obstante, una vez que su mano era retirada, los pequeños trozos de la hoja volvía a unirse, quedando en la misma posición original en que se encontraba en un inicio, como si nada.
Podía hacer muchísimas cosas, experimentar y descubrir este mundo nuevo, por sus propios medios, aprendiendo lo que nunca encontraría como respuestas en libros. Estaba fascinado, los mismos lugares que siempre había recorrido cientos de veces, pero ahora eran tan distintos.
Se sintió liberado, rió con ganas, soltando una carcajada que se hizo visible en una cuadra, removiendo parcialmente las estructuras. Viendo este fenómeno, y observando que el desplazamiento ocurrido volvía a su centro, sintió que ya no había nada de qué preocuparse, y jubiloso se puso a correr por las calles, dejando una estela de distorsión momentánea tras de sí.
Mientras corría, a unos pocos metros, sin querer, pasó a llevar el brazo de un transeúnte casi sin notarlo. Cuando paró, miró hacia atrás y vio a lo lejos, el brazo mutilado del mismo. Eso le preocupó, y volvió al instante. Cuando se acercó lo suficiente, pudo ver que se trataba de un brazo cercenado, así como la ropa rasgada y envuelta en un color rojizo intenso. Esto le impactó sobremanera, dejándole consternado.
Miró con paciencia, y se tranquilizó cuando pudo constatar como poco a poco, todo volvía a su ubicación inicial, hasta el punto de la normalización. Suspiró con alivio, y continuó su marcha, esta vez, más calmado.
Probó con otros cuerpos, tanto estructuras rígidas inertes y vivas, obteniendo el mismo resultado. Se sintió de momento extraño, algo ajeno, pero más aliviado. Nada de lo que hiciera, produciría daño. Ya nada le detendría.
Camino un buen rato por la ciudad, y quiso entrar a un cine. Lo hizo sin contratiempos, hasta que llegó al ingreso a la sala, donde unas gruesas puertas se encontraban cerradas ante el, sin poder moverlas. Cogía la manivela con cuidado, pero esta sólo se deshacía entre sus dedos. Pensó un rato, acercando su mano derecha a sus labios, mordiendo suavemente la piel de su dedo índice. La respuesta era simple. Se armó de valor, y avanzó hacía la puerta hasta quedar incrustado en ella y finalmente atravesarla. La sensación fue rara, porque su cuerpo parecía fusionarse con los objetos que se habrían paso ante él. Esto le distrajo, y probó con los muros, los cuales también cedían a su paso, destruyéndose viscosamente y reconstruyéndose tras de él.
Finalmente en la sala, de luz tenue, pudo constatar que la película inmóvil proyectada triangularmente desde un segundo piso parecía rebotar en las cabezas de los cineastas, como salpicaduras oblicuas siguiendo el contorno.
Sintió curiosidad, y subió al segundo piso, hasta donde se encontraba el proyector, solo para ubicar su mano frente a la lumbre, que curiosamente no hacía sombra en el telón. Era como si la luz continuara su camino incondicionalmente. Esto le llamó sumamente la atención. Pensó un rato tratando de entender lo que esto significaba, y bajó rápidamente. Salió del cine y pudo constatar lo que imaginaba. Su cuerpo no proyectaba sombra alguna. Entonces sintió aún más curiosidad y se dirigió hacia un espejo, comprobando con asombro que su reflejo ya no era visible. Entonces volvió al local.
En el local, al rato, una joven se aceraba a la arrinconada mesita, con unos vasos en una bandeja que portaba entre sus delicadas manos. Un anciano se encontraba ahí sentado, con su mirada fija en los círculos de la mesa e inmóvil. La niña soltó sin querer la bandeja que portaba y despavorida de impresión quedó ahí parada un instante, pudiendo constatar en el espejo, el reflejo inmóvil también del joven que atendía desde un inicio.
Todos los pocos presentes que se encontraban en sus respectivas mesas, voltearon a ver a la joven, tratando de adivinar lo que sucedía. Algunos más curiosos se acercaron a ver, quedando tan desconcertados como ella, con lo que apreciaban.
Pensaron en un truco publicitario, pero nada de eso era, todo parecía tan real que nadie dudó.
Sobre la mesa, aún giraba lentamente el pequeño cilindro, el cual se detuvo a los pocos segundos. Cuando finalmente se detuvo, desde el espejo se extendió una mano que poco a poco se acercó al objeto, cogiéndolo bajo el puño. La figura del joven aparecía en plenitud por sobre el espejo que se encontraba al frente de la mesa, ante la incredibilidad de los presentes.
Miró al anciano con un dejo de nostalgia, llevó su mano empuñada hacia su bolsillo y se abrió paso entre los curiosos, para luego retirarse del lugar y fundirse entre la muchedumbre.
El anciano nunca más despertó de su letargo, y rápidamente se convirtió en una masa sólida, como si fuese una estatua de roca, fusionándose con el piso, las paredes, y la mesa, siempre conectado, con su vista clavada en los círculos de la superficie de la mesa que brillaban oscilantes sin cesar.
Lo que siguió después de eso, fue un caos noticioso que al pasar los años se convirtió en recurso publicitario, donde el misticismo del lugar decantó en un próspero negocio.
De muchos lugares del mundo, era visitado el lugar, para contemplar la incrédula figura de una estatua con figura de anciano, adherida a la mesa, tan real como sus detalles y tan solitario como su propia nostálgica mirada.
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