16 noviembre, 2010

Descalzo


Las piedras filosas y calientes se anunciaban bajo sus pies, pese a ello, su caminar no mermaba, y continuaba con obstinación en una sola dirección. El sol sobre su rostro había dejado su huella, y pese a la enormidad y su sed, continuaba.

Sus pasos que una vez fueron rápidos, decaían en cámara lenta, un viaje casi interminable e incierto, donde las dunas saturadas de piedra abundaban en extremo.

Se sacó sus finos zapatos, y a pié descalzo continuó su marcha, bajo las sensaciones corpóreas que le inundaban y sus nauseas. Era una molestia inevitable pero necesaria, algo que llevar a cuesta para solo entender lo mucho y poco que faltaba.

La distancia era extraña, entre nublado su vista borrosa a ratos parecía vislumbrar agua, pero el paisaje, en kilómetros no cambiaba. Sus pies estaban heridos, pero estaban más cómodos, como si la pompa de unos lujosos zapatos ya no importara.

Era cuestión de tiempo, apenas un momento, uno para caminar, uno para ir descalzo sobre el agua que siempre imaginaba. A fin de cuenta que era real, que no lo era, entre muchas las piedras que contaba.

Un rato pasó, y justo cuando despertó, tocó sus labios resecos y sólo pensó en un vaso de agua, que bebió con apuro y alivio mirando sus pies, que descalzos estaban.

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