07 julio, 2010

Caperucita Negra


Llovía torrencialmente, el viento soplaba con una fuerza inusual, el agua encharcada en el piso mojaba displicentemente sus botines negros que zapateaba con meticuloso esmero. Desde las alturas, invisible le observaba en silencio, el Lobo, que con paciencia, clavaba su mirada en Caperucita sin perder detalle de sus acciones, en una acción meramente derivada de la casualidad.

Volteó discretamente, y de pronto la vio aparecer en el interior, con pasos presurosos, cosa que llamó su atención. Cautivado por su elegancia intachable, sin ver su rostro tuvo la impresión de saber de quién se trataba.
Una capucha negra ocultaba su rostro que retiraba con cierta incomodidad. El Lobo atento y paciente, ansiaba confirmar su observación, y justo cuando quiso emitir un comentario, le vio, corroborando su apreciación inicial. Una sana alegría, imperceptible a los demás, se esbozaba oculta en su rostro impávido, guardando su regocijo para sí.

Vestía completamente de negro al igual que el. Su largo abrigo se movió entre los arbustos con prontitud. Caperucita, inocente en su andar, proseguía su camino, en dirección hacia unas puertas metálicas que le llevarían a otro nivel de la nave.

El Lobo, inquieto se dirigió hacia su habitáculo, unos pisos más arriba, y prosiguió con su rutina. No obstante su impulso fue mayor, y cogió el intercomunicador.

- “Buenas tardes, la hora exacta…”, dijo en su mente con voz calmada. Al otro lado del teléfono, fue captado, y un leve dejo de inesperada alegría se dejaba escuchar, entonces, una amena pero muy breve conversación se estableció en forma cordial. El tiempo siempre apremiaba en la tripulación, todo era crucial, y tras cerrar el canal de comunicación, tanto el Lobo como Caperucita volvieron a sus actividades, manteniendo así la continua estabilidad de la nave, siguiendo la ruta trazada hacia un mundo inconcluso, aquel conocido como el mundo de los encuentros imaginarios.


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