25 mayo, 2010

Papel en blanco


Introducción

Un poco de sueño, un poco de frío, suficiente para desear estar donde se quiere estar, ya sea leyendo o escribiendo la eterna historia de un más allá. Imaginar es gratis, y eso es exactamente lo que muchos anhelan, un espacio de libertad donde la imaginación vuela sin cesar.

Historia

Era un libro grueso de tapas color celeste, sus hojas de papel suave muy blancas escritas en letra imprenta pequeña (Arial), entre textos y números se encontraba mirando su contenido, tratando de mantener la concentración en lo aprendido. No obstante, la mente funciona en mil universos, y de vez en cuando, su mente divagaba a lo lejos. Un mareo leve le acentuaba su cansancio, y a su vez estimulaba su rebeldía que notorio se hacía en el fruncir de su seño. Seguir creciendo era su lema, y nunca mirar atrás, una gran frase, que se diluía en su conciente cerebral.

Las ideas se fundían entre el clamor de una necesidad, y los estímulos del entorno, sugiriendo el refugio de un cobijo a la espera de una tempestad. Sus sueños, sus anhelos, su equilibrio estaban intactos, más la distracción golpeaba a su puerta que se hacía notoria en la humedad de sus manos y el nerviosismo propio de la inseguridad.

El lugar parecía desolado, muchas sillas alrededor, de patas metálica y superficie de madera eran testigos de su rostro inclinado, su lápiz empuñado, y sus anteojos cansados que a veces colgaban encordados.

El notebook estaba encendido, tocaba algo de música suave, la pantalla mostraba algunos textos de letras blancas y fondo negro. Palabras aparente sin sentido, que estaban vertidas en un lenguaje confuso y extraño, pero aún así las leía de vez en cuando.

Cuadriculado era el cuaderno que recibía sus escritos, sujetos por el espiral colorido de un mundo que circulaba al compás de su respiración. La emotividad en soledad suele ser más nostálgica que el encuentro, y a su vez más reflexiva en el pensamiento.

A ratos, el lápiz en su mano se detenía, una pausa que se hacía eterna, casi involuntaria, dejándose llevar por la música que en forma involuntaria se apoderaba de sus sentidos.

Una tenue luz iluminaba el escritorio, mientras el atardecer ya anunciaba una nueva noche, tan fría como la anterior. Muchas cosas por hacer, pero todo bien, ahora más ordenado, y menos triste que ayer.

Así, cada día, mejor.

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