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Introducción:
Quizás sea un día nublado como cualquier otro, pero lo cierto es que algo se respira en el ambiente, que para muchos pasa desapercibido. Algunos detalles nos permiten observar las señales venideras del universo, aquellas que tú lees y que yo escribo.
Quizás sea un día nublado como cualquier otro, pero lo cierto es que algo se respira en el ambiente, que para muchos pasa desapercibido. Algunos detalles nos permiten observar las señales venideras del universo, aquellas que tú lees y que yo escribo.
mamantus
Relato:
Eran las 6:00 AM, aún estaba un poco oscuro, era un día nublado, despierto y apenas abro los ojos, un pensamiento intenso me acompaña, me levanto, apago una luz que siempre dejo encendida toda la noche en una pieza contigua, y me dirijo a la regadera. Estaba enojado, una emoción escasamente frecuente en mí, molesto sin motivo, como león enjaulado. Tal vez era la prisión de las obligaciones y responsabilidades, que todos tenemos.
Un deseo enorme golpea mi cabeza, era la sensación de querer romper la rutina y estar lejos, distante, a kilómetros de ahí. El smog de la ciudad acentuaba la desesperanza y me asfixiaba por completo. Deseaba caminar a paso tranquilo, sin apuros, sin preocupaciones, por un lugar hermoso, lleno de verde, azul y blanco, respirar profundamente un aire limpio, sentir la compañía de la naturaleza, su textura, sus sonidos, lejos del constante bullicio.
Son días raros, nublados, en donde no sabes si hace calor o frío, donde la lluvia generalmente se anuncia y a veces no llega. El clima es extraño, así como las estaciones, distorsionadas por los efectos del “progreso”. Veo algunos árboles con sus hojas otoñales a punto de caer, y al mismo tiempo con brotes primaverales, en pleno invierno. Todo está viciado, saturado, y aquí estamos, jugando a la normalidad que nos impone esta sociedad, prisioneros en un planeta, como olvidados de un experimento genético que se ha extendido más allá de lo esperado.
Hecho de menos esos espacios de tiempo, en donde se puede conversa tranquilamente, y obviamente no de fútbol, ni de la última noticia amarillista o noticia trágica, o las trivialidades de la competencia por ser más que el otro. Conversar y simplemente decir como uno se siente, hablar de cosas abstractas, pensamientos, ideas, lejos de las críticas, lejos de los prejuicios, lejos de la vanidad o el egoísmo, y sobretodo escuchar, algo que para muchos se hace difícil en estos días tan vertiginosos.
Con el pasar de las horas, la ansiedad se apacigua, y la calma vuelve. Es como contar hasta 10, y el estómago ya no duele. Diverso y disperso como el entorno que nos envuelve, estamos siempre bajo una realidad que nos precede. Caminos elegidos quizás, o caminos obtenidos por el azar, no importa, porque como sea, todo tiene su pedacito de felicidad, que de vez en cuando, se hace presente.
Eran las 6:00 AM, aún estaba un poco oscuro, era un día nublado, despierto y apenas abro los ojos, un pensamiento intenso me acompaña, me levanto, apago una luz que siempre dejo encendida toda la noche en una pieza contigua, y me dirijo a la regadera. Estaba enojado, una emoción escasamente frecuente en mí, molesto sin motivo, como león enjaulado. Tal vez era la prisión de las obligaciones y responsabilidades, que todos tenemos.
Un deseo enorme golpea mi cabeza, era la sensación de querer romper la rutina y estar lejos, distante, a kilómetros de ahí. El smog de la ciudad acentuaba la desesperanza y me asfixiaba por completo. Deseaba caminar a paso tranquilo, sin apuros, sin preocupaciones, por un lugar hermoso, lleno de verde, azul y blanco, respirar profundamente un aire limpio, sentir la compañía de la naturaleza, su textura, sus sonidos, lejos del constante bullicio.
Son días raros, nublados, en donde no sabes si hace calor o frío, donde la lluvia generalmente se anuncia y a veces no llega. El clima es extraño, así como las estaciones, distorsionadas por los efectos del “progreso”. Veo algunos árboles con sus hojas otoñales a punto de caer, y al mismo tiempo con brotes primaverales, en pleno invierno. Todo está viciado, saturado, y aquí estamos, jugando a la normalidad que nos impone esta sociedad, prisioneros en un planeta, como olvidados de un experimento genético que se ha extendido más allá de lo esperado.
Hecho de menos esos espacios de tiempo, en donde se puede conversa tranquilamente, y obviamente no de fútbol, ni de la última noticia amarillista o noticia trágica, o las trivialidades de la competencia por ser más que el otro. Conversar y simplemente decir como uno se siente, hablar de cosas abstractas, pensamientos, ideas, lejos de las críticas, lejos de los prejuicios, lejos de la vanidad o el egoísmo, y sobretodo escuchar, algo que para muchos se hace difícil en estos días tan vertiginosos.
Con el pasar de las horas, la ansiedad se apacigua, y la calma vuelve. Es como contar hasta 10, y el estómago ya no duele. Diverso y disperso como el entorno que nos envuelve, estamos siempre bajo una realidad que nos precede. Caminos elegidos quizás, o caminos obtenidos por el azar, no importa, porque como sea, todo tiene su pedacito de felicidad, que de vez en cuando, se hace presente.
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