Día de locos, dónde lo artificial fue reemplazado por lo humano, en un manejo meramente rutinario. Las ubicaciones de las puertas evidenciaban claramente un desfase por falta de precisión. Todos presurosos, apiñados, entraban a la enorme máquina, confiados ciegamente de su efectividad, dada la basta experiencia de su muchísimo años, pero hoy fue diferente.
Elijo un sector entre carros, más despejado, y sigo como siempre, absorto en mis pensamientos, en mi música, y ocasionalmente un juego de ajedrez que me acompaña de vez en cuando, como para sentir menos el pesado trayecto.
De pronto, todo frena bruscamente, y todo el mundo sigue la inercia, un tema físico ineludible incluso hasta para el que iba más sujeto. Una persona cae sobre mí, entre otros y veo la secuencia como cámara lenta, que apenas duró un par de segundos. Muchas emociones a mí alrededor se prendían al unísono, sólo el chillar del fierro contra el fierro se escuchaba ahogando las voces. Las pulsaciones de los pasajeros se disparaban vertiginosamente en cuestión de segundos, mientras la persona caía a un costado mío. Su rostro se golpeó involuntariamente sobre mi mano rígida al igual que mi brazo, tratando también de sostener el equilibrio. Vi su rostro de aflicción y su dolor, se había golpeado muy fuerte en su rodilla derecha. Percibí sus pensamientos, más asociados a un reclamo con sigo mismo por no estar sujeto y hacia quién manejaba la enorme máquina que la transportaba. Su pensamiento fue claro, nítido, era como si pudiese escucharlo, además de ser obvio. Entonces me miró, se apoyó en mi brazo, se incorporó como pudo y continuó sin pronunciar una sola palabra, mientras su ceño se acentuaba.
Luego de eso, comencé a percibir mi entorno, y eso me distrajo. El olor cambió casi imperceptiblemente, acentuándose, algo que seguramente nadie más notaría. Pero eran muchos, y era molesto. Era como estar entre un enorme bullicio y no poder reconocer nada.
Atrasado llegué, pero todo continuó con normalidad, salvo por un detalle, la reflexión de que por más que no se quiera, siempre sucederán cosas, y muchas más veces, sentiremos la enorme necesidad de querer compartir nuestras experiencias, por absurdas, importantes o simples que sean, porque simplemente así es nuestra naturaleza, una interminable necesidad que siempre nos motiva.
Pd. Mietras escribo, ahora mismo tiembla, pero nadie más lo nota.
Elijo un sector entre carros, más despejado, y sigo como siempre, absorto en mis pensamientos, en mi música, y ocasionalmente un juego de ajedrez que me acompaña de vez en cuando, como para sentir menos el pesado trayecto.
De pronto, todo frena bruscamente, y todo el mundo sigue la inercia, un tema físico ineludible incluso hasta para el que iba más sujeto. Una persona cae sobre mí, entre otros y veo la secuencia como cámara lenta, que apenas duró un par de segundos. Muchas emociones a mí alrededor se prendían al unísono, sólo el chillar del fierro contra el fierro se escuchaba ahogando las voces. Las pulsaciones de los pasajeros se disparaban vertiginosamente en cuestión de segundos, mientras la persona caía a un costado mío. Su rostro se golpeó involuntariamente sobre mi mano rígida al igual que mi brazo, tratando también de sostener el equilibrio. Vi su rostro de aflicción y su dolor, se había golpeado muy fuerte en su rodilla derecha. Percibí sus pensamientos, más asociados a un reclamo con sigo mismo por no estar sujeto y hacia quién manejaba la enorme máquina que la transportaba. Su pensamiento fue claro, nítido, era como si pudiese escucharlo, además de ser obvio. Entonces me miró, se apoyó en mi brazo, se incorporó como pudo y continuó sin pronunciar una sola palabra, mientras su ceño se acentuaba.
Luego de eso, comencé a percibir mi entorno, y eso me distrajo. El olor cambió casi imperceptiblemente, acentuándose, algo que seguramente nadie más notaría. Pero eran muchos, y era molesto. Era como estar entre un enorme bullicio y no poder reconocer nada.
Atrasado llegué, pero todo continuó con normalidad, salvo por un detalle, la reflexión de que por más que no se quiera, siempre sucederán cosas, y muchas más veces, sentiremos la enorme necesidad de querer compartir nuestras experiencias, por absurdas, importantes o simples que sean, porque simplemente así es nuestra naturaleza, una interminable necesidad que siempre nos motiva.
Pd. Mietras escribo, ahora mismo tiembla, pero nadie más lo nota.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario