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Existen muchos géneros literarios, y como obviamente no soy escritor dedicado, ni mucho menos adicto al terror, o al vampirismo, trato de no fijarme en una tendencia. No obstante, hoy precisamente, era uno de esos días llenos de smog, muy fríos y oscuros en una mañana temprano, cuando de pronto el sol naciente entre las montañas, despertó mi lado B, y obviamente la imaginación. Esta historia es pura ficción, que mezcla algunos conceptos seudo góticos asociados a circunstancias que creemos de una forma y en realidad son de otra.
Historia
Era una mañana fría pero esperanzadora, sus gélidas manos enguantadas captaban la energía de un tímido sol que asomaba por la montaña. Desde sus pies, empezaba a sentir el vigor de la calidez que le acompañaría el resto del día.
Vestía completamente de negro, botas gruesas, un largo abrigo de cuero, y un sombrero estilo baquero, su ropa estaba hermetizada exclusivamente para su persona, le permitía soportar los rayos ultravioleta desprendidos de la gran esfera. Era un día especial ya que por primera vez, apreciaría la belleza de la naturaleza a plena luz del día, un instante único, importante, el inicio quizás de una nueva vida que le permitiría salir de sus tinieblas y dejar de necesitar dormir de día. El sol ya entraba por la ventana iluminando sus pies, subiendo centímetro a centímetro por sus largas extremidades hasta llegar al límite de sus rodillas. Lo había logrado, por fin podría caminar de día y ampliar su existencia hacia lo mejor de dos mundos, oscuridad y luz sería su nueva alternativa.
Se sacó los guantes despacio, y cuando el sol tocó sus blancas manos, sintió escalofríos y a su vez una sensación de alivio que nunca había experimentado. Su piel humeante se erizada, dando signos de una sensibilidad más allá de lo que imaginaba. Su vida cambiaría radicalmente, pero tendría que adaptarse dejando de lado su principal necesidad, su hambre.
La sed menoscababa su voluntad casi con desesperanza, dado que el vital elemento se encontraba ahí mismo, al alcance de su mano.
Estaba en un carro férreo, rodeado de muchísimos humanos, inconcientes de su presencia y de su necesidad a flor de piel. El omnipotente sol le saturaba de sobremanera, distrayéndole por completo, como polilla en el fuego, alejándolo momentáneamente su principal objetivo. Ahí estaba, conteniendo su voraz apetito, cuando de pronto algo más le perturbó. Volteó en distintas direcciones, observando a cada pasajero al paso de su mirada, buscando entre la muchedumbre el aroma que le cautivaba. De pronto su vista se detuvo en un objetivo, otro rostro blanco como el, de larga cabellera ondulada, de estilizada figura, aspecto gótico, ojos pintados con profunda intensidad que hacían juego con su ajustado vestido de color negro. Era una chica cuya mirada desprendía malicia y seducción, que se contradecía con su angelical apariencia. Muchos le observaban con curiosidad, y otros con pensamientos diversos, mientras retocaba milimétricamente la figura de unas serpientes pintadas en sus uñas enlutadas.
El retiró su mirada para no incomodarla, puesto que siempre producía ese efecto en las personas, dado el tono claro e intenso de sus ojos brillosos. Volvió entonces a su postura original, fijando su vista nuevamente en la montaña y el sol que curiosamente se iba ensombreciendo por una especie de esfera céntrica.
Podía percibir el bullicio de todos los pensamientos a su rededor, y comenzó a aislar uno por uno los ruidos. El ruido de la máquina que lo transportaba se apagaba lentamente, también el ruido de la ciudad, luego las voces cesaron, luego el chillar del roce de los vestuarios, las respiraciones, los latidos de cada pasajero, el ruido microscópico del pestañar, el choque de las partículas de polución a su rededor, y todo parecía ser más y más lento. Entonces el silencio se volvió abrumador, y prosiguió con los aromas, lo cual ya fue una tarea mucho más sencilla. Sus fosas nasales se expandían y en una sola inhalación pudo captar su distante perfume que enmascaraba un aroma natural, no aquel generado de un frasco artificialmente construido, sino aquel que emanaba de un cuerpo angelical.
El tren en ese mismo momento, entraba velozmente en un larguísimo túnel que atravesaba una de las montañas en dirección al centro de la gran ciudad, oscureciéndose por completo el carro en que se encontraba.
Pasaron así varios minutos, que se volvieron inquietantemente interminables, ya que la luz al final del camino al parecer, no llegaría. El bullicio normal de la gente poco a poco se fue apagando, hasta quedar todo en un completo silencio para el hombre.
La joven, entre tanto, percibía algo extraño y se inquietó, porque en un momento dado, sólo escuchaba el ruido del vagón, y ya no había voces a su rededor.
Al rato, la chica entre sombras pudo observar que se encontraba totalmente sola, con la única presencia de quien se encontraba de pie a unos escasos metros de ella, inmóvil, con su vista aún clavada en la ventana en dirección al sol oculto por la antumbra. El hombre entonces giro despacio para ver detenidamente a la joven, a quién miró de pies a cabeza, aún más blanca de lo que estaba en un inicio. Avanzó unos pocos pasos hacia ella, mientras permanecía inmóvil en un rincón al otro extremo del vagón. Su cabeza se encontraba levemente inclinada, mientras sus cabellos se extendían crecientes hacia el suelo, siguiendo la gravedad natural. El hombre no se detenía y su rostro que estaba cubierto por el ala de su sombrero, se iba levantando en la medida que avanzaba hacia ella, paso a paso. Sólo el ruido sólido de sus botas se hacía sentir en el abismo de la incertidumbre.
Inmediatamente, el tren se adentró en dirección hacia la estación, que se encontraba próxima en el mismo túnel. Sólo el destello de las ampolletas alógenas daban breves destellos de confusa luminosidad hacia el interior del carro.
El tren finalmente se estacionaba, mientras la muchedumbre esperaba atenta en la estación. El sonido propio de la apertura de puertas daba la señal para que los ansiosos pasajeros salieran y/o entraran al tren. Había mucha gente en todos los carros, salvo en el que se encontraba la menuda figura de la joven vestida de negro, quien se encontraba en uno de los asientos aplaciblemente sentada, con sus piernas entrecruzadas, y ambas manos sobre sus rodillas.
La gente entraba en forma desmedida, apurada, procurando sobretodo entrar a aquel carro que prácticamente se encontraba desocupado. En el apuro, muchos tropezaron a la entrada, el piso estaba resbaloso y húmedo, y con mucha ropa tirada en el piso. Varios ensuciaron sus manos al apoyarse en el piso, procurando incorporarse rápidamente para no ser pisoteados por el resto. La poca luz impedía ver nítidamente el lugar. La gente en su desesperación por el horario, simplemente no se detuvo ni prestó mucha atención en detalles, patearon lo que encontraban a su paso y rápidamente se amontonaron como sardinas saturando el aire del lugar que ya se sentía viciado por un extraño aroma salino, muy intenso.
Desde las puertas electrónicas se anunciaba el pronto cierre de las mismas, indicando precaución a la pronta marcha del tren. Varios pasajeros abrieron las ventanas dado lo saturado del ambiente. Los vidrios opacos y húmedos tenían un leve tono rojizo que se escurría con el bao del ambiente. Las ropas en el piso eran simplemente ignoradas, por lo apretado que estaba la gente empecinada cada uno en sus propias preocupaciones personales.
Un caballero de cierta edad, se adentró como pudo, vestía una chaqueta color café a cuadros con parches en los codos, pelo cano y ralo de apariencia gentil y amable, pidió el asiento al lado de la pálida joven, mientras se secaba una de sus manos con un arrugado e improvisado pañuelo. Sus manos estaban sucias con un líquido viscoso, tibio, de mal olor, que el anciano no pudo definir que era. La joven le miró al anciano con un dejo de ternura, y accedió sin gesticular mayor expresión de emoción en su rostro, estaba seria y callada. Se tomó un par de segundos, y retiró un abrigo de cuero que envolvía unas botas y un sombrero, lo puso en su regazo, mientras el hombre sonriente a su lado le comentaba: - Qué día más raro este! A lo cual, la joven volteó nuevamente hacia el anciano, inclinando levemente su cabeza, esbozando una pícara sonrisa, mientras las puertas se cerraban y el tren retomaba su marcha.
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