31 julio, 2009

El Abrigo (O)


Una madre abrigaba cuidadosamente a su hijo, siempre impecable y limpio, con múltiples prendas y abrigos, ella de prendas más ligeras, tenía frío, eran días de invierno y protegía afanosamente a su crío. El pequeño, de no más de cuatro años, estaba sofocado, y muy incómodo, se sentía torpe con traje casi de astronauta. La parca acolchada que portaba apenas le permitía mover sus delgados brazos, y los mitones afranelados le impedían coger las cosas con cierta facilidad. Usó ese día zapatos gruesos y pesados, eran duros para su corta edad, y le molestaban sobremanera, pero el niño siempre miraba a su madre y guardaba silencio para no hacerla sentir mal.

La madre terminó rápidamente de arroparlo, y le dijo: - Ahora sí, vas bien abrigadito para que no te enfermes. El niño la miró con cierta angustia a través de su pasamontañas, y contuvo su desesperación.

Contradictoriamente, la madre vestía escasa ropa, y sentía frío, había apenas cinco grados, en aquella mañana temprano, y el sol aún no aparecía. Estaba aún algo oscuro, y desde la puerta la madre se despedía entre sonrisas, agitando su delgada mano. El niño ya dispuesto en el furgón estaba desesperado, miraba al resto de los niños, en diversas circunstancias, algunos tan abrigados como el, y otros más livianos. Que desesperación, las ventanas cerradas, por seguridad, y el aire acondicionado encendido.

Que alivio llegar al colegio, uf!, toda una odisea tratar de alivianar su carga, porque más encima portaba una mochila pesada, llena de víveres.

El niño por fin se alivió de su tormento, desabrigado quedó y en su propia transpiración se enfrió.

Cada día hacía lo mismo, en los recreos repartía su comida que repletaba su bolso, y se volvía a vestir de nuevo. La madre trabajaba media jornada y en la tarde lo pasaba a buscar.

Aquella tarde hizo calor, pero el niño pensaba que debía estar tal cual como salió, antes de que su madre lo fuera a buscar, sólo para ver que su madre contenta estaría.


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