Era un conocido y respetable cerro. Necesitaba despejarme, de muchas cosas, entre la rutina, y acontecimientos recientes que se agolpaban en mi mente. Sano esparcimiento lo podríamos llamar…
Fue una subida relativamente fácil esta vez, es increíble como el cuerpo humano posee memoria y recuerda las exigencias ya vividas. Se logró el principal objetivo, llegar a la cima, ver la nieve a escasos metros, y dejar que la mente se refugiara en otros pensamientos. Era precioso, era necesario, aunque sacrificado y muy doloroso, auch!!.
Pero el premio valía la pena.
Un par de jóvenes me seguían el paso, eran fuertes, poseían el famoso 20x20, o sea, 20 kilos menos y 20 años menos, como los echaba de menos, pese a todo seguía a buen paso, muy alejado del grupo, por lo que cada cierto tiempo, hacíamos pausas para no perderlos de vista, eran mas de seis, y con nosotros nueve. No he de negar que casi al llegar, faltando escasos metros, el dolor se hacía insoportable, la máquina empezaba a reclamar su factura. No obstante llegamos y fue maravilloso una vez más.
Desde la cima, la nevada montaña parecía tocarse, casi al alcance de la mano, en su profunda lejanía algunas cimas nos mostraba su majestuoso esplendor.
Muchas personas que subían, nos saludaron amigablemente, e incluso conversamos gratamente en los momentos de descanso. Gente admirable, joven, vigorosa, ágil, alegre, con mucho power, subiendo al igual que nosotros, e incluso mejor.
La bajada fue una aventura totalmente distinta, todo iba de maravillas, piedra a piedra, imaginando escalones dispersos en distintos tamaños, muchos precipicios, sin perder la ruta clara, escabrosa, pero certera. Todo bien, aunque los pies reclamaban a todo dar, y decían otra cosa, pero el ánimo aún estaba en alto.
Bajábamos dos en un determinado momento, mi compañero bien equipado con sus bastones especialmente comprados para tales eventos, yo con un simple palo, pero de mucha utilidad. De pronto nos detuvimos un instante, y el camino parecía dividirse en dos, cual seguir… una distracción momentánea nos encausó por la ruta de unos cactus, que en la medida que bajábamos se hacía cada vez mas empinada, y resbaladiza. En un momento dado, quedamos parados, divididos, yo en un lado izquierdo, y mi compañero obviamente a mi derecha. Era demasiado empinado, y sólo veíamos precipicio.
Mi compañero, con sus dos bastones terminados en punta, logró superar el apuro, enterrando las dichosas puntillas entre las piedrecillas y la tierra suelta. Yo por mi lado me quedé inmóvil, suspendido en la nada, casi recostado sobre la arenilla. El dichoso y efectivo palo que me había dado excelentes resultado en la subida, no se lograba agarrar de ninguna superficie, todo era blando, esquivo, y muy empinado. Le grité a mi compañero, estaba bien, podía desplazarse, intenté seguirle, pero prácticamente no podía moverme.
Le volví a gritar una vez más, pero ya no hubo respuesta. Que podía hacer, no podía bajar, no podía ir a la derecha, porque ahí encontraría el camino, eso estaba claro.
Varado, mientras mi cuerpo poco a poco, centímetro a centímetro iba cayendo en dirección a un precipicio aún más pronunciado. Pasó la hora muy deprisa, y yo sin poder moverme, ni comunicarme. El celular neutralizado por el roquerío, y la sensación de desamparo empezó a inundar mis pensamientos. Que podía hacer, la meta ineludible era bajar, no había más alternativas.
Miré en todas direcciones, no había nada de que cogerse, nada donde apoyar los pies, un sol extenuante que te deshidrata tan rápido como ni te imaginas. Ahí estaba, tirado. Estaba invisible, en un lugar inhóspito, inaccesible, dónde nadie pasaría. La única alternativa posible, era intentar subir, escalar como pudiese, aferrándome de algunas ramas, conciente de que todas en su mayoría estaban secas y muy quebradizas. Aferrado a mi bastón de madera, intenté excavar algunos hoyos, con lo cual pude apoyarlo. El cansancio extremo empezó a mitigar la respuesta muscular, porque volver a subir significaba escalar, a pulso, sin equipo, sin cuerdas, sin nada ni nadie alrededor.
El dolor muscular se transformó en insoportable, y el bombeo excesivo de las pulsaciones mitigaba las pocas fuerzas que ya me quedaban. Aferrado siempre a mi improvisado bastón, y usando prácticamente una mano, logré dar un paso, y luego otro, hasta encontrarme cara a cara con un cactus, entre rocas llenas de lagartijas, donde logré estacionarme por fin bajo una sombra. Miraba todo lo que me faltaba por subir, que sin ser tanto, por el agotamiento extremo, se veía inalcanzable. Era volver al punto de partida, donde se dividía el camino.
Logré aferrarme de un roquerío, era mi única esperanza, alejarme de la tierra suelta y las piedrecillas, despacio, poco a poco, mientras observaba como gran parte de ellas caían tras de mí.
Por fin lograba enganchar mis dedos entre los sinuosos recovecos rocosos, sin soltar el dichoso palo, que fielmente me apoyaba. Paré entre arbustos más robustos, buscando poder pisar con mediana seguridad, y un poco de sombra, otro descanso totalmente necesario, antes de intentar seguir subiendo la empinada pendiente.
Estaba completamente solo. Agitado al máximo, recordaba mis viejas frases sobre el tema de la soledad, y ese no era el momento. Donde estaba era imposible que alguien pudiese llegar. Miraba el sol, la tarde, y pensaba cuanto más quedaría de luz. Pese a que aún era temprano, era un tema, dado que el avance era casi al centímetro.
Ya había pasado lo peor, la zona polvorienta, había quedado atrás, y mi buena amiga la roca podría sacarme de este apuro, tan real, como para cambiar la historia de muchos.
El dolor era insoportable, pero debía seguir subiendo, cincuenta metros más, tan cerca y tan lejos, que me hacía pensar en el significado de esas palabras.
Finalmente logré llegar, y “tirarme” en una superficie mucho más plana. Sobra por doquier, que maravilla. Me quedaba poco agua, y la aprecié como nunca. Mi boca reseca me indicaba que debía tomar calma, ya había pasado lo peor. Sólo debía encontrar el camino correcto para bajar y eso sería todo.
Un fuerte dolor de estómago se apoderó de mí, y eso dificultó el resto de la travesía.
La subida, había echo estragos, no estaba planificada, y costó algunas heridas menores.
Sí, la bajada fue todo un cuento, que casi no cuento. Y como siempre digo, cosas siempre suceden, y todo en un minuto, puede cambiar.
De la que me salvé hoy. Uf!
Fue una subida relativamente fácil esta vez, es increíble como el cuerpo humano posee memoria y recuerda las exigencias ya vividas. Se logró el principal objetivo, llegar a la cima, ver la nieve a escasos metros, y dejar que la mente se refugiara en otros pensamientos. Era precioso, era necesario, aunque sacrificado y muy doloroso, auch!!.
Pero el premio valía la pena.
Un par de jóvenes me seguían el paso, eran fuertes, poseían el famoso 20x20, o sea, 20 kilos menos y 20 años menos, como los echaba de menos, pese a todo seguía a buen paso, muy alejado del grupo, por lo que cada cierto tiempo, hacíamos pausas para no perderlos de vista, eran mas de seis, y con nosotros nueve. No he de negar que casi al llegar, faltando escasos metros, el dolor se hacía insoportable, la máquina empezaba a reclamar su factura. No obstante llegamos y fue maravilloso una vez más.
Desde la cima, la nevada montaña parecía tocarse, casi al alcance de la mano, en su profunda lejanía algunas cimas nos mostraba su majestuoso esplendor.
Muchas personas que subían, nos saludaron amigablemente, e incluso conversamos gratamente en los momentos de descanso. Gente admirable, joven, vigorosa, ágil, alegre, con mucho power, subiendo al igual que nosotros, e incluso mejor.
La bajada fue una aventura totalmente distinta, todo iba de maravillas, piedra a piedra, imaginando escalones dispersos en distintos tamaños, muchos precipicios, sin perder la ruta clara, escabrosa, pero certera. Todo bien, aunque los pies reclamaban a todo dar, y decían otra cosa, pero el ánimo aún estaba en alto.
Bajábamos dos en un determinado momento, mi compañero bien equipado con sus bastones especialmente comprados para tales eventos, yo con un simple palo, pero de mucha utilidad. De pronto nos detuvimos un instante, y el camino parecía dividirse en dos, cual seguir… una distracción momentánea nos encausó por la ruta de unos cactus, que en la medida que bajábamos se hacía cada vez mas empinada, y resbaladiza. En un momento dado, quedamos parados, divididos, yo en un lado izquierdo, y mi compañero obviamente a mi derecha. Era demasiado empinado, y sólo veíamos precipicio.
Mi compañero, con sus dos bastones terminados en punta, logró superar el apuro, enterrando las dichosas puntillas entre las piedrecillas y la tierra suelta. Yo por mi lado me quedé inmóvil, suspendido en la nada, casi recostado sobre la arenilla. El dichoso y efectivo palo que me había dado excelentes resultado en la subida, no se lograba agarrar de ninguna superficie, todo era blando, esquivo, y muy empinado. Le grité a mi compañero, estaba bien, podía desplazarse, intenté seguirle, pero prácticamente no podía moverme.
Le volví a gritar una vez más, pero ya no hubo respuesta. Que podía hacer, no podía bajar, no podía ir a la derecha, porque ahí encontraría el camino, eso estaba claro.
Varado, mientras mi cuerpo poco a poco, centímetro a centímetro iba cayendo en dirección a un precipicio aún más pronunciado. Pasó la hora muy deprisa, y yo sin poder moverme, ni comunicarme. El celular neutralizado por el roquerío, y la sensación de desamparo empezó a inundar mis pensamientos. Que podía hacer, la meta ineludible era bajar, no había más alternativas.
Miré en todas direcciones, no había nada de que cogerse, nada donde apoyar los pies, un sol extenuante que te deshidrata tan rápido como ni te imaginas. Ahí estaba, tirado. Estaba invisible, en un lugar inhóspito, inaccesible, dónde nadie pasaría. La única alternativa posible, era intentar subir, escalar como pudiese, aferrándome de algunas ramas, conciente de que todas en su mayoría estaban secas y muy quebradizas. Aferrado a mi bastón de madera, intenté excavar algunos hoyos, con lo cual pude apoyarlo. El cansancio extremo empezó a mitigar la respuesta muscular, porque volver a subir significaba escalar, a pulso, sin equipo, sin cuerdas, sin nada ni nadie alrededor.
El dolor muscular se transformó en insoportable, y el bombeo excesivo de las pulsaciones mitigaba las pocas fuerzas que ya me quedaban. Aferrado siempre a mi improvisado bastón, y usando prácticamente una mano, logré dar un paso, y luego otro, hasta encontrarme cara a cara con un cactus, entre rocas llenas de lagartijas, donde logré estacionarme por fin bajo una sombra. Miraba todo lo que me faltaba por subir, que sin ser tanto, por el agotamiento extremo, se veía inalcanzable. Era volver al punto de partida, donde se dividía el camino.
Logré aferrarme de un roquerío, era mi única esperanza, alejarme de la tierra suelta y las piedrecillas, despacio, poco a poco, mientras observaba como gran parte de ellas caían tras de mí.
Por fin lograba enganchar mis dedos entre los sinuosos recovecos rocosos, sin soltar el dichoso palo, que fielmente me apoyaba. Paré entre arbustos más robustos, buscando poder pisar con mediana seguridad, y un poco de sombra, otro descanso totalmente necesario, antes de intentar seguir subiendo la empinada pendiente.
Estaba completamente solo. Agitado al máximo, recordaba mis viejas frases sobre el tema de la soledad, y ese no era el momento. Donde estaba era imposible que alguien pudiese llegar. Miraba el sol, la tarde, y pensaba cuanto más quedaría de luz. Pese a que aún era temprano, era un tema, dado que el avance era casi al centímetro.
Ya había pasado lo peor, la zona polvorienta, había quedado atrás, y mi buena amiga la roca podría sacarme de este apuro, tan real, como para cambiar la historia de muchos.
El dolor era insoportable, pero debía seguir subiendo, cincuenta metros más, tan cerca y tan lejos, que me hacía pensar en el significado de esas palabras.
Finalmente logré llegar, y “tirarme” en una superficie mucho más plana. Sobra por doquier, que maravilla. Me quedaba poco agua, y la aprecié como nunca. Mi boca reseca me indicaba que debía tomar calma, ya había pasado lo peor. Sólo debía encontrar el camino correcto para bajar y eso sería todo.
Un fuerte dolor de estómago se apoderó de mí, y eso dificultó el resto de la travesía.
La subida, había echo estragos, no estaba planificada, y costó algunas heridas menores.
Sí, la bajada fue todo un cuento, que casi no cuento. Y como siempre digo, cosas siempre suceden, y todo en un minuto, puede cambiar.
De la que me salvé hoy. Uf!
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