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Después de sacar la basura, y algunos preparativos para el colegio, la hora avanzaba tan rápido que ya debía partir, subo de prisa casi al trote a un colectivo, pago y me inserto en un corto trayecto de no mucho más de cinco minutos hasta llegar al metro. Mi buena amiga la música me acompaña, sino se haría eterno aquel mar de gente que presurosos nos aprieta día a día. Pero en fin, buscando un rinconcito, entre vagón y vagón, la música fluía en mis oídos, transformando un momento incómodo en un corto viaje. Que increíble son estos aparatos tecnológicos llamados celulares, antiguos artilugios llamados teléfonos portátiles y que ahora vienen con todo incluido, correo, e-mail, ajedrez, juegos varios, música, radio, editores de texto y dibujo, fotografía, etc...
Llegando al monasterio, me esperaba mi ejercicio matutino, tras la típica entrada electrónica, subir los ocho pisos, ya que no solía ocupar el ascensor, y así podía extender un poco más mi minuto personal, que curiosamente, cada vez menos me costaba.
Durante el día apareció mi buen amigo Jorge, un gran hombre, como hay pocos. Que lástima que el tiempo vuele tan de prisa, y sea escaso el contacto, pero de lo poco bueno, y le verle siempre es grato.
Luego, de la mañana laboral, se venía un almuerzo rápido, tranquilo, solitario, y algo nostálgico, sumido en diálogo interno, recordando la trascendencia de los días recién pasados, pero filo, luego alguna tienda comercial, visitada también a la rápida, en busca de cosas tan comunes como ropa, pero no siempre del gusto deseado. Finalmente la tarde se venía tan rápida como la mañana que ya había pasado. Varios llamados telefónicos, y uno en particular, con especial ternura, con sólo la intención de preguntar por la salud de la familia. Eso era algo que de verdad se agradece.
Finalmente, antes de partir, un último correo antes de la pronta partida, y de vuelta a casa, un proceso inverso esta vez, metro y colectivo. Escuchaba música nuevamente, un tema eterno, suave que había reiterado muchas veces durante el día, empezaba con "k", creo.
Casi al llegar a casa, el teléfono da luces de mensajería, lo miro, apenas un punto se veía, de qué se trataría, que rollo nuevo se vendría, o tal vez una buena noticia, quién sabe. Traté de contestar, pero el maldito aparato estaba sin saldo. Nefasta tecnología. Algún día llegará el día que el saldo o la batería dejen de ser un jodido problema.
Llegaba a casa, y nuevos preparativos daban pie a nuevas actividades, típicas, pero ahora de papá y mamá a su vez. Así y todo, como se pudo, unos ricos fideos cocidos, coditos con salsa, y otros aparte, blancos y sanitos, aparecieron casi por magia. Era algo sencillo, cocinar en familia, y valorar aquello que muchas veces no se ve durante la ausencia, por el simple hecho de estar sumidos en otras actividades, "rentables".
Lavado, colgado de ropa, ollas y platos para lavar, y otros menesteres también se hacían presentes. Curiosas actividades, pero de gran nobleza. Quizás por eso me fijo tanto en las manos, ya que son un reflejo de lo cotidiano, un verdadero mapa de la vida. Que valiosas son, aquellas manos que sin ser tan perfectamente estilizadas, tienen la fortaleza de portar todo el amor de una familia.
Uf!, actividades terminadas, y ya son las 11:30 PM. Un pequeño relax, escribir un poco, y comunicar algo quizás trivial pero distinto para mí, preparar y servir una última jalea, y disponer lo que queda de tiempo para ver alguna noticia o serial favorita, algo entre House o Star-Trek (la antigua).
Un día a la vez y una noche cada vez.
Dormir sería otra aventura.... y la tarea nunca termina.
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