30 julio, 2009

El Ángel Negro (HR)


Sumido estaba en sus tareas habituales, inmerso en una pantalla, con agitados dedos, buscando una y otra vez aquella información importante, cuando repentinamente percibió una sigilosa presencia.

Le vio en forma repentina, con asombro, de rostro angelical, su piel era intensamente blanca, su rostro bello y gentil, enmarcado en una eterna sonrisa que le permitía ocultar aquello que siempre se guardaba, por temor quizás, o por recelo. Su atuendo era enteramente de negro, su color favorito, elegante y sencillo a la vez, de buen gusto, encajaba perfectamente con su estilizada figura. Nadie podría imaginar que fuese algo más que ello.

Con esmero se había acercado, a puntadillas, procurando la prudencia del silencio, irrumpida solo por el sonar las campanillas que portaba entre sus ropas y que le delataron por completo.

Al ser descubierto tocó una puerta imaginaria tres veces, - toc, toc, toc, que obviamente no se escuchó, pero que sin duda despabiló el asombro de quién afanosamente escribía en esos momentos. Una sonrisa inmediata se estableció, por aquel tierno gesto.

El ser, se sentó al lado, para preguntar por su sendero, preguntas simples, pero cuyas respuestas se guardarían en concreto. Pese a que el hombre era reservado, había confianza, y bromearon un poco, conversaron un rato, casi como niños jugando a la normalidad. Era un breve instante, mágico, cordial, alegre y entero, disimulado y discreto. No más que unas pocas palabras intercambiaron, compartieron algo de música, a partir de un artilugio tecnológico, que curiosamente, también rebosaba de negro.

Todo sucedía en escasos minutos, su radiante rostro hacía reflejo de un invisible diálogo secundario, sin palabras, pero que sin embargo, aquel hombre detectaba con cierto criterio sereno. Le comprendía perfectamente, le respetaba, y sabía que el tiempo le permitiría escuchar algo más de aquel silencio voluntario, guardado por años, en la medida que la confianza iba siendo ganada.

No fue más que eso, a los más cinco minutos, tal vez un poco más, tal vez un poco menos, a penas un espacio de tiempo, pero la vida continuaba, y unos dedos que apenas se tocaban se despedían casi en silencio de nuevo.

Sin más, aquel ángel, vestido de negro, extendió sus alas, y se escabulló sigiloso como siempre, tal como llegó, como un fantasma, ascendiendo hacia otro cielo.

El hombre volvió prontamente sobre su trabajo, pero recordó con cariño aquel lindo gesto. Pensó en su familia, y a su vez meditó sobre aquel encuentro. La vida es así, pudo ser diferente, mejor, peor, quién sabe, pero algo si es cierto, un minuto a la vez, y todo puede ser eterno.

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