05 febrero, 2010

El Gigante Blanco (P)


Sobre un gigante blanco se encontraba, desplazándose lentamente, recordando y deseando a su lado aquella carencia demencial, una presencia arrebatada, que sin embargo le sigue en su constante deambular, día a día con su invisible compañía. Era otro lugar, más claro y más bello, radiante manto de azul y celeste, que a lo lejos vestía su mágico destello cubierto por nubes de algodón.

Oscilar hacia otros mundos más asequibles, menos complejos, dónde la imaginación era una facultad, donde la libertad infinita le permitía en soledad hacer y deshacer de la tibieza de una tenue silueta, que con suma melancolía recordaba en su travesía. Era tiempo de descanso, pero ya nada era igual. Sus manos extendidas al viento, frente a su pecho daban cuenta de una sensación impensable, lejos, muy distante observaba el cristal, con sus dedos abiertos buscando atrapar un instante de soledad, para cobijar en la nada una fugaz imagen que en su mente oscilaba.

Un joven más arriba observa con curiosidad aquella meditación, pero guarda silencio, y antes de que el meditante voltease, desaparece con discreción. Su mente se hace invisible, y sólo Dios sabe que se guardó en su interior.

Por otro lado, sobre la selva de cemento, en el letargo de su pensar hacía vacilar una imagen clara de unos pasos que no podía escuchar. Era otro lugar, siendo las 16:28 hrs. de un día inocuo, ansiaba sólo dormir, casi con desesperación, deseaba viajar hacia aquellos lugares que serían vistos, más no de la mano de sus propios ojos, pero sí de unos ajenos. Imaginando la bondad de poder caminar en otras selvas, escudriñando mundos nuevos, conociendo de manos del conocimiento ajeno, generoso y abundante en el seno de la esperanza de un quizás. Su mente cansada, sólo esperaba la salida, y en una oruga terrestre de pies blandos se dio a la fuga. Subió con anhelo, entre la muchedumbre, el sol daba en su rostro pálido, y lo evitaba. Se dejó llevar por la música, cerró sus ojos y pensó con intensidad. Luego de eso, su mirada encendió ante un mensaje del universo que recibía a la distancia, y se dijo: “Ya lo sabía”, y así lo escribió. Despertó entonces de su sueño, de su imaginación, de su meditación profunda, esbozó una sonrisa discreta que no quiso compartir con nadie, pensó muchas cosas, y ya conforme, se dijo: “Todo fluye, todo camina, todo existe por algo, y por algo sigo aquí”.

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