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Luego de visitar a unas personas muy queridas, se devolvía a la faena, como siempre, apurado y contra el tiempo camino al subterráneo en busca de la oruga veloz. Mientras caminaba, observaba a una veintena de pasos una señora que daba de comer a un grupo de por lo menos diez canes hambrientos. Iba inevitablemente en esa misma dirección, pero cuando se acercó, de la nada, corrieron por lo menos cuatro del grupo que le envistieron feroces, en una reacción totalmente inesperada. Eran grandes perros callejeros, quizás defendiendo equivocadamente un territorio que era totalmente público.
Eran varios y muy rápidos como para poder evitarlos a todos, no obstante, el ser no corrió, y sólo les miró deteniendo al instante el ataque, no así los ladridos, que pese a todo no dejó de ser insistente.
Tuvo que rodear el lugar para poder pasar, simular que recogía algo del suelo y estar pendiente, ya que un descuido, o una caída, significarían una dolorosa tragedia que lamentar.
Recordaba haber visto como uno de los grandes (rottweiler) de ese grupo destrozó a otro más pequeño, levantándolo como estropajo ensangrentado, y sin posibilidades de poder quitárselo de encima. Por suerte, aquel estaba distraído en lo suyo.
Pensó rápido, guardó calma, era un mero arranque instintivo, o percibieron un aroma, un sonido, o algo más. Nunca había sucedido, por lo menos no a tal número. Fue raro e inusual.
Luego de eso, con cierta dificultad, finalmente pudo llegar a su destino, bajar al subterráneo, para subir a su oruga veloz, con lo cual se retiró, y como topo bajo la tierra, desapareció.
Eran varios y muy rápidos como para poder evitarlos a todos, no obstante, el ser no corrió, y sólo les miró deteniendo al instante el ataque, no así los ladridos, que pese a todo no dejó de ser insistente.
Tuvo que rodear el lugar para poder pasar, simular que recogía algo del suelo y estar pendiente, ya que un descuido, o una caída, significarían una dolorosa tragedia que lamentar.
Recordaba haber visto como uno de los grandes (rottweiler) de ese grupo destrozó a otro más pequeño, levantándolo como estropajo ensangrentado, y sin posibilidades de poder quitárselo de encima. Por suerte, aquel estaba distraído en lo suyo.
Pensó rápido, guardó calma, era un mero arranque instintivo, o percibieron un aroma, un sonido, o algo más. Nunca había sucedido, por lo menos no a tal número. Fue raro e inusual.
Luego de eso, con cierta dificultad, finalmente pudo llegar a su destino, bajar al subterráneo, para subir a su oruga veloz, con lo cual se retiró, y como topo bajo la tierra, desapareció.
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