Una manzana verde en el escritorio, apoyada sobre un porta vasos, unos pocos libros alrededor, y un cuaderno con espiral con tapas negras sobre el escritorio, denotaba una atmósfera de un salón vacío que ya terminaba su jornada. Una persona menuda escribía con afán unas últimas notas y se distraía de vez en cuando, haciendo unos dibujos raros sobre una hoja de papel blanco. Al parecer algo esperaba, pero el lugar seguía vacío.
Al rato después, un hombre alto, delgado, de canoso aspecto y barba, entraba con sigilo y un dejo de prepotencia interior, acercándose irreverente al escritorio con cierto aire de triunfo.
Algo hablaron, su mano izquierda se posó en su hombro derecho, y a lo lejos, se vislumbraba un diálogo intenso pero casi murmurante. Al parecer, el hombre con afán trataba de convencer a la otra persona de que supuestamente estaría equivocada, y le envolvía con sus palabras llenas de lógica rebuscada.
Desde el fondo del salón, otro personaje, un joven de pelo corto atendía su teléfono de color negro que se abría en dos. Alguien femenino le llamaba, y prontamente se apresuró a guardar sus útiles para retirarse. Sólo miró un segundo a los dos personajes que aún se encontraban en el escritorio, frunció su ceño y prontamente se retiró.
Fueron pocos minutos, pero tres días parecieron, porque después de un destellar de las luces, un reloj redondo en la pared, parecía marcar más horas que las transcurridas realmente, mientras la manzana en el escritorio, se marchitaba con asombrosa rapidez.
El diálogo sólo confundió a quién escribía, quién se retiró con un dejo de pena e indignación, arrugando entre sus manos el dibujo que había hecho en el rato de espera.
Antes de retirarse, sólo escuchó una última frase que dijo el hombre a lo lejos: “Piénsalo…”.
Ya afuera, quién escribía, deambuló, y buscó el refresco del aire libre, aquel que siempre le acompañaba fielmente en cada atardecer. Meditó sobre el asunto, vio lógica en las palabras que escuchó, una y otra vez reunía piezas de un rompecabezas eterno, logrado enredo que con astucia, una vez más por el hombre prepotente consiguió. Pero su inteligencia estaba intacta, y fué superior.
Sólo una cosa es clara en esta vida, y es que la convicción de uno, no siempre es la convicción de dos, y que la verdad no está en nuestros cinco sentidos conocidos, sino en aquella condición especial que nos da Dios.
Al rato después, un hombre alto, delgado, de canoso aspecto y barba, entraba con sigilo y un dejo de prepotencia interior, acercándose irreverente al escritorio con cierto aire de triunfo.
Algo hablaron, su mano izquierda se posó en su hombro derecho, y a lo lejos, se vislumbraba un diálogo intenso pero casi murmurante. Al parecer, el hombre con afán trataba de convencer a la otra persona de que supuestamente estaría equivocada, y le envolvía con sus palabras llenas de lógica rebuscada.
Desde el fondo del salón, otro personaje, un joven de pelo corto atendía su teléfono de color negro que se abría en dos. Alguien femenino le llamaba, y prontamente se apresuró a guardar sus útiles para retirarse. Sólo miró un segundo a los dos personajes que aún se encontraban en el escritorio, frunció su ceño y prontamente se retiró.
Fueron pocos minutos, pero tres días parecieron, porque después de un destellar de las luces, un reloj redondo en la pared, parecía marcar más horas que las transcurridas realmente, mientras la manzana en el escritorio, se marchitaba con asombrosa rapidez.
El diálogo sólo confundió a quién escribía, quién se retiró con un dejo de pena e indignación, arrugando entre sus manos el dibujo que había hecho en el rato de espera.
Antes de retirarse, sólo escuchó una última frase que dijo el hombre a lo lejos: “Piénsalo…”.
Ya afuera, quién escribía, deambuló, y buscó el refresco del aire libre, aquel que siempre le acompañaba fielmente en cada atardecer. Meditó sobre el asunto, vio lógica en las palabras que escuchó, una y otra vez reunía piezas de un rompecabezas eterno, logrado enredo que con astucia, una vez más por el hombre prepotente consiguió. Pero su inteligencia estaba intacta, y fué superior.
Sólo una cosa es clara en esta vida, y es que la convicción de uno, no siempre es la convicción de dos, y que la verdad no está en nuestros cinco sentidos conocidos, sino en aquella condición especial que nos da Dios.
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