Como de costumbre, se encaminaba en dirección a su trabajo.
Cuando llegó al imponente edificio. Se dirigió hacia el ascensor, era muy temprano
aún y no había nadie. Marcó como siempre el piso 301, y esperó paciente con sus
audífonos en sus oídos, mientras escuchaba música a la vez que las puertas se
cerraban y el mecanismo se activaba.
Ea algo estrecho y siempre le colocaba nervioso. Generalmente
procuraba mantenerse sumido y
concentrado en sólo en su música.
Miró su dispositivo de audio, el cual indicaba en forma
parpadeante “batería baja”. A los pocos segundos la música dejó de escucharse y
sólo quedó el ruido quebradizo y crujiente del mecanismo, que dado su
antigüedad, para colmo, subía lentamente.
Asumió con resignación lo largo que le parecería su viaje
ahora. Se armó de paciencia, y
levantando su cabeza con ligera timidez, y observó aquel reducido lugar de
cinco paredes, que estaba lleno de espejos, perfectamente alineados.
Se preguntó si habría algún motivo lógico para construir un
ascensor así, y por qué aún estaba en funcionamiento con tan antiguo y
primitivo sistema de cableado, en una época dónde las “Barras
Electromagnéticas” eran lo más comúnmente utilizadas como instrumentos de
suspensión y energía.
Ahí estaba, sólo, observándose a si mismo, en distintos
ángulos y un número infinito de veces replicado por el reflejo, en una falsa
profundidad. Era como estar en el interior de un caleidoscopio gigante, con una
luz que se perdía en la distancia.
Era extraña aquella sensación, algo difusa, e incomprensible,
como si se estuviese observándose a si mismo, y a su vez, el mismo reflejo le
estuviese observando.
Faltaba apenas un piso que le pareció una eternidad, y los
reflejos no dejaban de mirarle, con lo que prontamente la desesperación se fue
apoderando de sus sentidos.
Apenas abrió la puerta del ascensor en el piso 301, vio ante
sí, un largo pasillo, oscuro, apenas iluminados por la tenuidad de los focos
adheridos al techo. Avanzó apenas unos cortos pasos para salir del ascensor, y
justo antes de lograr salir, fue jalado con fuerza desde su chaqueta hacia el
interior. Tropezó con el borde de la entrada, y calló de espalda al piso, y
sólo pudo ver la perplejidad de su rostro reflejada en el espejo superior.
Las puertas se cerraban prontamente por lo que instintivamente
tuvo que encuclillar sus piernas con rapidez, ante el eminente apretón. Entonces,
ahí quedó, dentro del ascensor, sentado en el piso, siendo observado una vez
más por si mismo.
Su chaqueta estaba rota. El motivo, fue simplemente porque
se había atascado en la puerta, - se trató de tranquilizar a si mismo, era lo
más lógico. Nunca se había sentido tan sólo en aquel lugar, ni tan desposeído.
Era muy temprano, y todo parecía tan distinto, los mismos
espejos a los cuales nunca había prestado atención, producto de la cantidad de
personas que generalmente subían con el,
y más el no tener su música, le hizo pensar en que nunca estuvo realmente
acompañado, y nunca estuvo realmente sólo.
No era un sueño, era real, una de esas realidades que
suceden ocasionalmente, cuando por primera vez logras poner atención en la
carencia por sobre la plenitud, al momento en que encuentras aquella realidad
que siempre prefieres evitar, o negar, que gira en torno a tu propio movimiento
al compás de simples reflejos.
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