18 febrero, 2009

Forajidos


Era un día caluroso, pero la
brisa anunciaba grandes nubarrones en
la lejanía, acercándose generosamente
para refrescar a aquella linda ciudad
costera.

Muy cerca, en un moderno paradero,
una joven de 17 años, se prestaba a
bajar del bus, por primera vez en una
aventura que era totalmente esperada,
y desconocida a la vez. Vestía totalmente
de negro, con un atuendo simple, sin
mayores pretensiones que la comodidad
despreocupada de querer sentirse bien,
con muy poco equipaje, bajaba lentamente,
sin más que la emoción de querer disfrutar
plenamente de unos minutos para sí, y
sentir por primera vez, su propia
libertad por tantos años vedada.

Se sentó un rato en una de las bancas
de la estación, respiró aquel aire, muy
distinto al de las grandes ciudades
urbanas. Un cigarrillo, la obligó a
moverse y cambiarse de asiento, odiando
por un segundo el suburbio de donde
provenía. Trató de ser paciente, pero
sentía ansiedad, y deseaba simplemente
conocer aquel lugar de una forma
diferente.

Tomó su teléfono, y recurrió a sus
sueños, y tras varios intentos, pudo
contentarse con su música a través de
aquellos majestuosos sonidos. No pedía
mucho, sólo un poco de paz.

Después de un rato, tras escuchar aquella
dulce melodía, se encausó hacia la salida,
caminando pausadamente, disfrutando de
aquella inmensa tranquilidad. Al llegar
la puerta, se detuvo unos instantes,
tan sólo para meditar que su acción la
hacía sentir como niña de nuevo, pero
esta vez, sin las cadenas que aprisionaban
su espíritu de libertad.

Pasó un buen rato, quizás minutos que le
parecieron horas, sumida en sus propios
pensamientos. Hasta que de pronto, un
vehículo de aspecto moderno se detiene
ante ella. Era mediano, con aspecto
de recién comprado, levemente pequeño
pero cómodo, de buen gusto. Uno de sus
ventanales se abre, lentamente, y una
discreta voz se escucha: - "Sube".

Ante el asombro, aquella joven trató de
observar el rostro de quién le invitaba
tan sigilosamente, más no tuvo temor, y
pensó, que si iba a ser libre por unos
pocos minutos, debía ser lo plenamente,
y debía seguir el curso de una aventura
no planificada. Lo que fuese, sería,
y así nada más, sin cuestionamientos,
sin temores, sin dudas.

Entonces, no vaciló, y se subió sin
preguntar en el asiento trasero.

Unas pocas palabras de cordialidad
se entrecruzaron. Quién manejaba era
de aspecto alegre, simpático, muy
positivo, por lo que la muchacha no
tuvo dudas, y siguió sin miramientos
en su total fe de que nada malo le
pasaría.

Tras unos pocos minutos, el chofer
de unos 22 años aproximadamente,
con voz enérgica pero delicada, le
ordenó cambiar de asiento, y le dijo:
- Oye, no pienso ser chofer de nadie,
así es que cámbiate de asiento, y vente
al frente. En ese segundo el ambiente
se tornó algo tenso, fue un breve tira
y afloja, en donde la experiencia ganó
a la inocencia, y la joven se cambió.

No había nada de malo en ello, sólo era
un cambio de asiento, pero muchos
pensamientos se cruzaron en la mente
de aquella joven sometida a la voluntad
del chofer.

Así prosiguieron su viaje, en una
gratísima aventura. Aquel chofer, pese
a su manso aspecto, sabía perfectamente
lo que quería. No obstante, ella, muy
astuta lo deducía con facilidad.

La joven miraba de vez en cuando los
lugares por donde pasaban a gran velocidad,
mientras el chofer le daba una cátedra
turística de todo aquello que acabadamente
conocía a la perfección. Su conocimiento
era admirable, como su memoria para
recordar tantos nombres de calles, edificios,
lugares. La chica, trataba de saciar
su vista, pero su vista siempre se clavaba
en el conductor, y sentía que aquel
inesperado viaje la llevaría directo
hacia su tan ansiada libertad.
Internamente, sintió regocijo, y se
dejó envolver por la situación.

El conductor pronto le anunciaba:
- Te llevaré a un lugar muy especial
para mí, sé que te gustara. Es mi lugar
favorito - decía. La joven, asintió,
y se dejó llevar.

Prontamente llegaron a un hermoso lugar
muy cerca del mar, próximo a un gran
roquerío. El lugar era circular, amplio,
sencillo, con muy buena vista, muy
hermoso. El auto se detuvo ahí mismo,
entonces el conductor le entregó a la
chica un regalo, envuelto en un fino
papel. Ella lo tomó en sus manos y
sintió su gran peso. Colocó su mano
derecha sobre el papel, cerró por
un instante sus ojos y le dijo
- Es de color blanco. Eso era lo que
sentía. -Ábrelo, insistió el conductor.
Y ella lo abrió, descubriendo
efectivamente un segundo papel blanco
que protegía un lindo tablero de marfil,
lleno de piezas pequeñas que lo adornaban.
Le quedó mirando con suma ternura y
agradecimiento, y dijo: - Es hermoso,
pero no puedo aceptarlo, porque no
puedo llevarlo conmigo, más ya me has
dado el más hermoso de los regalos, y
eso es el hecho de permitirme estar aquí,
donde siempre quise estar, en mi pedacito
de paz.

La joven tocó su mano, y le miró con
mucha más ternura, y le dijo al chofer:
- Ahora déjame a mí entregarte mi regalo.
Sin salir del automóvil, la chica le
sugirió reclinar los asientos. Así fue,
y el conductor accedió, mientras la chica
hizo lo mismo. Ella se concentró
profundamente, y movió sus manos en
forma circular, mientras sus dedos
parecían tocar el aire como si fuese
un piano. Tanto la respiración de
aquel conductor como el de ella, se
fue agitando, mientras la suave brisa
del viento se colaba por las ventanas.

En ese instante, ambos volaron por los
cielos, sin salir del auto, encerrados
en un sólo deseo incontenible, sin ningún
contacto físico en lo absoluto, sin temores,
sin límites, ya sin miedo.

Porque la verdadera felicidad no está
en lo que tienes o en lo que hagas,
sino más bien en todo aquel universo
que seas capaz de sentir sin frenos.

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