![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhtRYsRGmlluWfoHt9Ui3KC180WxiZOc0KDLreCs66h3c35zPEcUpNjzB_WdRXPenIyAA-5lgzEfyAz0NETC3IOzwYczpq5GCeQeq6HGecvCiMQzdz3eXl67YPON96hmaufbuaIBA/s200/padre-e-hija.jpg)
Introducción:
Un día a la vez, sin prisa, lo que nos dá felicidad pronto recuerdo es, pero infinito en la memoria de una niña quedarán, las imágenes vivivas de un momento que quizás, nunca más ha de volver. Un instante, tan sólo un momento será, suficente para entener, que a veces uno sólo vale mucho mas que cien.
Historia:
Era sábado 7:00 AM, la frescura de la mañana daba una sensación térmica de frío engañoso, estaba nublado, y me detuve un instante en el portón, dudoso si debía o no usar una chaqueta. De mi mano se prendía unos pequeños y finos dedos que me sujetaban, mientras un rostro sonriente me miraba hacia arriba con una delicada y tierna sonrisa. Era un día especial, único, y muy esperado, el famoso “Día de padre e hija”.
Colectivo y metro nos condujeron hacia nuestro aventurado destino, no había ninguna planificación especial, solo salir y compartir lo que fuese, buscando lo inesperado. Cuando llegamos al centro, nos tomamos unos minutos, y recordando un paseo anterior, nos desviamos para visitar brevemente a nuestro buen amigo, el señor “Chan”, una persona muy agradable y simpática. Nos acercamos un rato, le saludamos, conversamos unos minutos, obviamente en un lenguaje fusionado entre chino y español, nos reímos, mi pequeña no paraba de preguntar y yo prácticamente parecía un intérprete.
Las calles estaban un tanto desoladas, era temprano aún, y la frescura de la mañana empezaba a desaparecer, la famosa chaqueta sólo fue un lastre innecesario. Nos encaminamos hacia un cerro próximo, pequeño, y subimos apenas abrieron el acceso. El lugar estaba acentuadamente lleno de vigor, su color verde intenso y la frescura de sus sombras, nos acompañaba en cada rincón que recorríamos. Los árboles y enredaderas parecían extensiones como brazos dándonos la bienvenida. Jugamos entre las regaderas, cruzamos un pequeño puente, subimos empinadas escaleras construidas a base de roca sólida, pulidas y dosificadas por el tiempo. Una pequeña cascada llamó la atención a mi pequeña y quiso guardar ese recuerdo, nos sacamos fotos, hasta que llegamos a la cima, desde donde la contaminada ciudad se podía observar con unos binoculares empotrados en estructuras de fierro forjado. Muchos extranjeros nos acompañaban desde lo alto, de diversas edades e idiomas, comentaban a cerca del lugar y también tomaban fotos.
Luego de eso bajamos, y nos dirigimos hacia el metro nuevamente, y nos encaminamos de vuelta hasta llegar a un lugar especial donde almorzamos tranquilamente. Conversamos, compartimos, comimos hasta más no poder. Mi pequeña pidió una bandeja de aluminio, y nos llevamos lo que quedó. Cosa curiosa, la metimos en una bolsa y la amarré a mi cinturón. Ridículo o no, era práctico.
Nuevamente en el metro, a una estación de diferencia, nos bajamos rápidamente y nos dirigimos a un centro de entretenimiento. Era ya medio día, y mucha gente deambulaba afanosa con sus respectivas familias. Subimos unas escaleras de luces multicolores y nos dirigimos hacia las mesas de pool, pero en ese lugar no permitían menores, las mesas estaban vacías, reglas son reglas. Las mesas de bowling estaban llenas, había que esperar unos veinte minutos. Decidimos bajar y aprovechar cada minuto, nos encaminamos hacia los autitos locos, donde aportille la bandeja de aluminio. Pero no nos rendiríamos tan fácilmente, y volvimos a subir las escaleras multicolores, llegamos a la sala de bowling nuevamente, y ya había cupos. Compramos las entradas y nos pusimos los zapatos de seguridad, que nos pusimos con cierto grado de recelo. Jugamos por lo menos una hora, habían unos caballeros profesionales a nuestro rededor, y eso se notaba, porque traían sus propias bolas, brillantes, perfectas, enceradas, guante especial y eran certeros. Cuando empezamos, uno de ellos dijo, mira, mira… a la pequeña, era su primer lanzamiento, y fue un perfecto straight, todos los palos botados de una. Todos se reían por la proeza. Luego todo fue normal, y aunque no se volvió a repetir la hazaña, nos divertimos bastante. Incluso, en uno de los lanzamientos, casi se queda la bola y sale disparada mi pequeña.
Salimos de ahí, con un calor impresionante, y volvimos a los juegos, pasamos un largo rato en los autitos locos, aportillando una vez más la bandeja prendida a mi cinturón, y cada vez que nos acordábamos, la mirábamos, cada vez más desforme, y nos reíamos. La dejamos, porque pensamos que cuando algo es divertido, simplemente hay que dejarlo.
Dentro de los juegos, encontramos un simulador de corriente eléctrica, que por medio del vibrar de unas manillas, se simulaba perfectamente la sensación. Nos llamó la atención porque un grupo de jóvenes se divertían mucho tratando de ganar al gorila sujetando las dichosas manillas. Mi hija se entusiasmó con el asunto y sin dudar probó su tolerancia, logrando incluso a superar a algunos de los jóvenes que se encontraban ahí. Todos se reían.
Lo único inquietante de todos fue el tema del baño, el nerviosismo natural de tener que esperar a mi pequeña entre la muchedumbre, me inquietaba sobremanera. Tal vez para muchos padres sea algo trivial, pero en mi caso, la aprensión inevitable siempre estaba presente. Pero me aguanté como machito no más.
Luego se venía el plato de fondo, palomitas de maíz, en un enorme envase. Estábamos insertos en el cine, la película elegida más cercana para los dos fue “This is it”, de Michael Jackson, era esa o una de vampiros. No iba con muchas expectativas, pero la película fue sorprendente, mostraba a un gran artista que pese a sus 50 años, se encontraba con un vigor a toda prueba, lleno de energía y con muchas ganas de hacer cosas. Ambos nos quedamos mirando, porque lo mostrado apuntaba a que toda aquella gran preparación, significaba que el recital hubiese sido espectacular, sin lugar a duda.
Ya era de tarde, 8:00 PM cuando decidimos partir de vuelta a casa, y no obstante, como me suele suceder, a veces presiento algunas cosas, y sin querer detuve mis pasos, volteé hacia mi izquierda, y nos encaminamos hacia otro lugar. Mi pequeña extrañada por el cambio repentino de dirección, me preguntó: -¿Qué pasa papá?, no es por ahí. Yo simplemente le dije, - lee. Su rostro se iluminó de inmediato, y sin perder tiempo me llevó de una: - Vamos, vamos, vamos…, me decía con entusiasta alegría. En recepción nos hicieron leer el reglamento protocolar del lugar, nos pasaron unos cascos, nos sacamos nuestras zapatillas, y nos calzaron con unos pesados botines de seguridad, con larga tobillera.
El lugar estaba absolutamente heladísimo, refrescante, justo lo que necesitábamos después de un día tan caluroso. Las chaquetas si fueron necesarias después de todo. Partimos tímidamente, definitivamente el lugar no era para aficionados, pero las manillas de seguridad nos ayudaron bastante, hasta que fuimos logrando confianza poco a poco. Arrendamos patines para una hora, simplemente estuvimos más de dos, fue una experiencia única para ambos, ninguno de los dos había estado en una pista de hielo nunca, y pese a nuestra inicial torpeza, las ganas estaban. Después de un rato, ya nos habíamos liberado de las orillas y empezamos a circular por el centro, sin mucho talento, pero con muchas ganas de pasarlo bien. Algunos porrazos no fueron impedimento para querer levantarse y continuar. Debo confesar que uno de ellos fue fuertísimo, y más que caerme, mi preocupación mayor, era caer encima de alguien, muchos niños habían circulando al rededor, y una mole de más de 80 kilos sin freno, uf! Pero en fin, los moretones si que valieron la pena.
Mientras patinaba, observaba a mi pequeña, con mucha más habilidad que yo, y recordaba que en la vida siempre hay ventajas y desventajas, el hecho de no haber realizado muchas cosas, me permite en el presente actual, vivir todo como si fuese una primera vez. Y si alguien alguna vez me dijo que soy enfermizo y que poseo una mente infantil, le puedo asegurar que así es, porque no hay mejor enfermedad en la vida, que la felicidad de poder jugar como un niño.
Un día a la vez, sin prisa, lo que nos dá felicidad pronto recuerdo es, pero infinito en la memoria de una niña quedarán, las imágenes vivivas de un momento que quizás, nunca más ha de volver. Un instante, tan sólo un momento será, suficente para entener, que a veces uno sólo vale mucho mas que cien.
Historia:
Era sábado 7:00 AM, la frescura de la mañana daba una sensación térmica de frío engañoso, estaba nublado, y me detuve un instante en el portón, dudoso si debía o no usar una chaqueta. De mi mano se prendía unos pequeños y finos dedos que me sujetaban, mientras un rostro sonriente me miraba hacia arriba con una delicada y tierna sonrisa. Era un día especial, único, y muy esperado, el famoso “Día de padre e hija”.
Colectivo y metro nos condujeron hacia nuestro aventurado destino, no había ninguna planificación especial, solo salir y compartir lo que fuese, buscando lo inesperado. Cuando llegamos al centro, nos tomamos unos minutos, y recordando un paseo anterior, nos desviamos para visitar brevemente a nuestro buen amigo, el señor “Chan”, una persona muy agradable y simpática. Nos acercamos un rato, le saludamos, conversamos unos minutos, obviamente en un lenguaje fusionado entre chino y español, nos reímos, mi pequeña no paraba de preguntar y yo prácticamente parecía un intérprete.
Las calles estaban un tanto desoladas, era temprano aún, y la frescura de la mañana empezaba a desaparecer, la famosa chaqueta sólo fue un lastre innecesario. Nos encaminamos hacia un cerro próximo, pequeño, y subimos apenas abrieron el acceso. El lugar estaba acentuadamente lleno de vigor, su color verde intenso y la frescura de sus sombras, nos acompañaba en cada rincón que recorríamos. Los árboles y enredaderas parecían extensiones como brazos dándonos la bienvenida. Jugamos entre las regaderas, cruzamos un pequeño puente, subimos empinadas escaleras construidas a base de roca sólida, pulidas y dosificadas por el tiempo. Una pequeña cascada llamó la atención a mi pequeña y quiso guardar ese recuerdo, nos sacamos fotos, hasta que llegamos a la cima, desde donde la contaminada ciudad se podía observar con unos binoculares empotrados en estructuras de fierro forjado. Muchos extranjeros nos acompañaban desde lo alto, de diversas edades e idiomas, comentaban a cerca del lugar y también tomaban fotos.
Luego de eso bajamos, y nos dirigimos hacia el metro nuevamente, y nos encaminamos de vuelta hasta llegar a un lugar especial donde almorzamos tranquilamente. Conversamos, compartimos, comimos hasta más no poder. Mi pequeña pidió una bandeja de aluminio, y nos llevamos lo que quedó. Cosa curiosa, la metimos en una bolsa y la amarré a mi cinturón. Ridículo o no, era práctico.
Nuevamente en el metro, a una estación de diferencia, nos bajamos rápidamente y nos dirigimos a un centro de entretenimiento. Era ya medio día, y mucha gente deambulaba afanosa con sus respectivas familias. Subimos unas escaleras de luces multicolores y nos dirigimos hacia las mesas de pool, pero en ese lugar no permitían menores, las mesas estaban vacías, reglas son reglas. Las mesas de bowling estaban llenas, había que esperar unos veinte minutos. Decidimos bajar y aprovechar cada minuto, nos encaminamos hacia los autitos locos, donde aportille la bandeja de aluminio. Pero no nos rendiríamos tan fácilmente, y volvimos a subir las escaleras multicolores, llegamos a la sala de bowling nuevamente, y ya había cupos. Compramos las entradas y nos pusimos los zapatos de seguridad, que nos pusimos con cierto grado de recelo. Jugamos por lo menos una hora, habían unos caballeros profesionales a nuestro rededor, y eso se notaba, porque traían sus propias bolas, brillantes, perfectas, enceradas, guante especial y eran certeros. Cuando empezamos, uno de ellos dijo, mira, mira… a la pequeña, era su primer lanzamiento, y fue un perfecto straight, todos los palos botados de una. Todos se reían por la proeza. Luego todo fue normal, y aunque no se volvió a repetir la hazaña, nos divertimos bastante. Incluso, en uno de los lanzamientos, casi se queda la bola y sale disparada mi pequeña.
Salimos de ahí, con un calor impresionante, y volvimos a los juegos, pasamos un largo rato en los autitos locos, aportillando una vez más la bandeja prendida a mi cinturón, y cada vez que nos acordábamos, la mirábamos, cada vez más desforme, y nos reíamos. La dejamos, porque pensamos que cuando algo es divertido, simplemente hay que dejarlo.
Dentro de los juegos, encontramos un simulador de corriente eléctrica, que por medio del vibrar de unas manillas, se simulaba perfectamente la sensación. Nos llamó la atención porque un grupo de jóvenes se divertían mucho tratando de ganar al gorila sujetando las dichosas manillas. Mi hija se entusiasmó con el asunto y sin dudar probó su tolerancia, logrando incluso a superar a algunos de los jóvenes que se encontraban ahí. Todos se reían.
Lo único inquietante de todos fue el tema del baño, el nerviosismo natural de tener que esperar a mi pequeña entre la muchedumbre, me inquietaba sobremanera. Tal vez para muchos padres sea algo trivial, pero en mi caso, la aprensión inevitable siempre estaba presente. Pero me aguanté como machito no más.
Luego se venía el plato de fondo, palomitas de maíz, en un enorme envase. Estábamos insertos en el cine, la película elegida más cercana para los dos fue “This is it”, de Michael Jackson, era esa o una de vampiros. No iba con muchas expectativas, pero la película fue sorprendente, mostraba a un gran artista que pese a sus 50 años, se encontraba con un vigor a toda prueba, lleno de energía y con muchas ganas de hacer cosas. Ambos nos quedamos mirando, porque lo mostrado apuntaba a que toda aquella gran preparación, significaba que el recital hubiese sido espectacular, sin lugar a duda.
Ya era de tarde, 8:00 PM cuando decidimos partir de vuelta a casa, y no obstante, como me suele suceder, a veces presiento algunas cosas, y sin querer detuve mis pasos, volteé hacia mi izquierda, y nos encaminamos hacia otro lugar. Mi pequeña extrañada por el cambio repentino de dirección, me preguntó: -¿Qué pasa papá?, no es por ahí. Yo simplemente le dije, - lee. Su rostro se iluminó de inmediato, y sin perder tiempo me llevó de una: - Vamos, vamos, vamos…, me decía con entusiasta alegría. En recepción nos hicieron leer el reglamento protocolar del lugar, nos pasaron unos cascos, nos sacamos nuestras zapatillas, y nos calzaron con unos pesados botines de seguridad, con larga tobillera.
El lugar estaba absolutamente heladísimo, refrescante, justo lo que necesitábamos después de un día tan caluroso. Las chaquetas si fueron necesarias después de todo. Partimos tímidamente, definitivamente el lugar no era para aficionados, pero las manillas de seguridad nos ayudaron bastante, hasta que fuimos logrando confianza poco a poco. Arrendamos patines para una hora, simplemente estuvimos más de dos, fue una experiencia única para ambos, ninguno de los dos había estado en una pista de hielo nunca, y pese a nuestra inicial torpeza, las ganas estaban. Después de un rato, ya nos habíamos liberado de las orillas y empezamos a circular por el centro, sin mucho talento, pero con muchas ganas de pasarlo bien. Algunos porrazos no fueron impedimento para querer levantarse y continuar. Debo confesar que uno de ellos fue fuertísimo, y más que caerme, mi preocupación mayor, era caer encima de alguien, muchos niños habían circulando al rededor, y una mole de más de 80 kilos sin freno, uf! Pero en fin, los moretones si que valieron la pena.
Mientras patinaba, observaba a mi pequeña, con mucha más habilidad que yo, y recordaba que en la vida siempre hay ventajas y desventajas, el hecho de no haber realizado muchas cosas, me permite en el presente actual, vivir todo como si fuese una primera vez. Y si alguien alguna vez me dijo que soy enfermizo y que poseo una mente infantil, le puedo asegurar que así es, porque no hay mejor enfermedad en la vida, que la felicidad de poder jugar como un niño.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario