09 noviembre, 2009

El espejo en el laberinto (H)


Introducción


Los trabajos, las profesiones, muchas veces no son del todo como parecen, y un simple encargo, no siempre resulta como se espera. Esta es la historia de un viaje sin retorno donde todo puede suceder.


Historia


Trabajaba el vidrio, tanto para construir ventanales, vitrales, espejos y algunas artesanías en fino cristal a pedido. Pero aquel día de primavera fue diferente a todos los otros, porque descubrió que existe un mundo inverso, donde todo se ve desde otro inimaginable punto de vista.


Abrazaba un espejo de dos metros de largo por uno de ancho, era una entrega especial, diferente a los tradicionales pedidos que le eran encargados en su profesión. Caminaba con el encargo a cuestas desde Av. Bella hasta Av. Ira, calles por donde generalmente transitaba gente de la bohemia y el mundo artístico.


Después de haber caminado varias de cuadras, dejando previamente asegurada su camioneta, con el resto de los pedidos, logró descansar en una esquina, ya faltaba poco, y dadas las dimensiones del espejo y el grueso marco, se dio ánimo a si mismo retomando su agotadora marcha.


Cuando llegó a su destino, verificó la dirección, miró la enorme reja teñida de negro y algo de óxido, observando que un grueso candado resguardaba el pesado portón de la entrada. El jardín era inmenso, y una casa de grandes proporciones se visualizaba a lo lejos. Tocó el timbre y una voz emergió desde un citófono, era una voz suave y pausada que decía: - Siiii, dígame. José que siempre estaba con el tiempo justo, se apuró a contestar diciendo: - Traje su encargo, aquí tengo su espejo. Luego de eso un chillido agudo se escuchó y un mecanismo automático permitió se entre abriera levemente una puerta anexa, también forjada en acero fundido.


José tomó su espejo y se desplazó rápidamente hacia el interior, antes de que el grueso material de la puerta lateral se cerrara por completo.


Caminó un par de cuadras, por un sendero lleno de vegetación, rodeado de ligustrinas por ambos lados, simulando un pasillo estrecho, de no más de dos metros de ancho. Cuando llegó al fondo, miró hacia a tras, mientras sacaba un pañuelo para secarse la transpiración. Era casi medio día y el sol pegaba fuerte. Miró para ambos lados, dados que el camino se dividía en dos. Trató de encontrar algún rastro en el piso para encontrar lo más pronto posible el sendero que lo llevaría más directamente a la casa, pero no encontró nada, como si nunca nadie hubiese pisado aquel lugar.


Se estaba retrasando, así es que simplemente siguió por su derecha, continuando por un laberinto que a ratos le parecía interminable, o que no le conducía a ningún lado. Entre la caminata y el cansancio ya casi arrastraba el espejo, pero se armó de coraje y continúo, encontrándose en más de una ocasión con sus mismas huellas.

La hora pasaba muy rápido, y José ya se estaba entrando a preocupar porque tenía otros pedidos que entregar y no podía darse el lujo de estar en ese lugar por mucho rato, más aún cuando ya habían pasado un par de horas desde que se alejó de su camioneta.


Prosiguió su marcha ya casi con desesperación, sin abandonar su espejo ni un solo instante, perfectamente envuelto todavía. Era muy responsable, y siempre cumplía con lo comprometido. Pero las horas fueron pasando, y el sol que fuerte le quemaba la espalda, prontamente fue bajando hasta ponerse en el horizonte. El lugar se hacía cada vez más oscuro, y pese a las marcas que José fue dejando, aún seguía sin encontrar la entrada principal de la casa.


De pronto recordó que el marco del espejo era firme, y si lo hacía con cuidado podría apoyarse en el para asomarse un poco y poder ver el intrincado camino a la casa. Estaba decidido a llegar y cumplir su cometido. Temeroso de romper el delicado espejo, se sujeto tambaleante sobre el marco, puesto en forma horizontal, empinando su cuerpo lo más que podía, pudo asomar su cabeza y mirar. Quedaba poca luz, y todo parecía tan diferente, pero se percató de que ya se encontraba muy cerca y sólo le quedaban un par de vueltas más, que no había notado.


Uno de sus pies resbaló y para no pisar el espejo prefirió caer lo más alejado que podía, con tal mala fortuna que se golpeó fuertemente el brazo izquierdo. Adolorido se retorció unos instantes, tirado en el piso, y se paró como pudo.


A duras penas, ya casi a oscuras dado que las ligustrinas medían más de 1’90 m. de altura, logró finalmente encontrar la entrada principal de la casa, cuya puerta daba frente a frente con su encrucijada laberinto.

Apoyó el espejo en las ligustrinas, y se dispuso frente a la puerta, con el espejo a sus espaldas, tocó el timbre un par de veces, y esperó.


Desde su interior salió una joven de aspecto amable y le hizo pasar, a lo cual José le dijo que debía continuar con su trabajo, le explicó su aventura, y le dijo que ya se encontraba sumamente atrasado, y que debía volver antes que anocheciera. La joven le quedó mirando con una leve sonrisa, y comentó: - Cierto, así dicen todos… José se inquietó aún más por el comentario y procuró hacer la entrega lo más discreta y brevemente posible.

- Seguro que no quiere pasar, debería descansar un poco antes de partir, además le podría curar su herida, dijo la joven, con afanosa insistencia. José dudó unos instantes, pero estaba muy adolorido y sangraba un poco, por lo que con cierto recelo y desconfianza se dio unos minutos y pasó al interior de la casa.


La entrada era de película, el lugar estaba un tanto descuidado y sombrío. El lugar estaba lleno de candelabros, que alumbraban tenuemente, mientras que uno central colgaba desde el techo luciendo sus hermosos cristales. Había dos escaleras construidas en mármol perfectamente pulido, de color blanco en sus soportes y apoyos, mientras que a sus pies se extendía una alfombra roja con dibujos de extrañas figuras artesanales que simulaban ojos mirando hacia el cielo.


La joven le ofreció asiento, y le ordenó que esperara. José que a esas alturas no vio más alternativa que obedecer trató de calmarse un poco y se sentó a esperar. La joven no tardó mucho, traía consigo unas vendas, unas tijeras y una taza de té con una tetera de fina porcelana, todo de color blanco, sobre un carrito con ruedas.

Le pidió a José que se tranquilizara, le ofreció una tasa de té. Se sentó a su lado y empezó a curarle. Tomó las tijeras y con cuidado rompió su manga, donde se encontraba su herida, cogió una fina aguja suturándole con hábil destreza.


José se sintió mareado, seguramente el té contenía algún tipo de analgésico, por lo que preguntó: - Perdón, pero que té es este. Ante lo cual no recibió respuesta alguna de la joven, más que sólo una angustiante y discreta mirada.


Mientras esto ocurría un estrepitoso crujido se sintió desde el segundo piso, ante lo cual la joven dijo: - Debes irte ahora, ya estás bien, sólo cuídate y no olvides usar el espejo.


José se sintió incómodo ante la situación y salió de la casa con dudosa prisa. Aún estaba mareado y el sol no se ponía, pero debía irse. El ruido se hacía cada vez más cercano y la joven solo se quedo en la puerta manoteando para que José se fuera pronto.


José recordó el laberinto, no quería pasar por lo mismo otra vez, y tampoco quería dejar a la joven que le había ayudado con tanto esmero. Entonces tomó el espejo, y volvió por la niña, la miró un instante con ternura, cogió su mano y se la llevó a la salida, mientras el ruido cada vez se hacía más cercano. La joven forcejaba, ante lo cual José no entendía nada, porque estaba claro de que no deseaba permanecer en aquel lugar. – El espejo, el espejo, no lo dejes, es que no lo entiendes… replicaba con desesperación.


El muchacho tomó el afanado espejo nuevamente y se dirigió hacia las ligustrinas. – No puedo, no puedo… replicaba la muchacha, mientras José observaba como la casa se desfiguraba ante sus ojos, y todo parecía cambiar.


Desde la puerta, el ruido se hacía cada vez más insoportable y una fuerte ventisca empezó a pronunciarse, absorviendo poco a poco todo hacia el interior de la casa.


La joven empezó a desenvolver desesperadamente el espejo, y José sin entender sólo atinaba a sujetarla de la cintura, dado que la presión del aire se hacía cada vez más fuerte e insostenible. Todo era absorbido con una brutal fuerza que cada vez iba en aumento.


En su desesperado proceder, la joven finalmente logró desenvolver el pesado espejo, diciendo: - Ayúdame a pararlo, es nuestra única esperanza. José, que a esas alturas nada entendía, accedió, y a duras penas lograron parar el espejo. – Sólo tenemos un intento, lo que quiere es el espejo, - dáselo entonces para que nos podamos ir, respondía José. –Debemos arrojar justo en la puerta, a la cuenta de tres…


Uno… dos… tres… Ambos cayeron al piso y el espejo voló sin más hasta quedar atascado justo en la puerta. Ahora larguémonos de aquí, gritaba José entre todo el ruido incesante. Nooooo, replicaba la joven, debemos ir hacia la puerta. – Queeeeeé!, a caso estas loca, es justo lo que debemos evitar. – Nooo!, sígueme, confía en mí.

José no sabía que hacer, de todas formas todo parecía destruirse a su alrededor, y ante lo improbable, no tenía opción y siguió a la chica. Se soltaron de donde estaban sujetos, y volaron en dirección a la absorbente puerta de la casa, obstruida sólo por el espejo.


Cuando llegaron la chica desapareció dentro del espejo, y José se quedó solo por un segundo, prendido aún de su mano. – Piensa, piensa rápido se decía, que hago, no puedo dejarla sola, que hago… Cerró sus ojos, enfrentó su miedo y entró en el espejo.


El espejo que obstruía la ventana, se despedazó a los pocos segundos, y todos sus fragmentos desaparecieron en el interior de la casa.


En el exterior de la casa todo estaba revuelto, y la fuerte absorción ya se había convertido en tormenta, y todo a un kilómetro de distancia desapareció.


Al día siguiente, en lo alto de un edificio, un televisor se encendía temprano en la mañana, en las noticias se indicaba que un fuerte huracán había arrasado un sector de la ciudad, que se trataría de un fenómeno climático inusual, nunca antes visto, y que sería cada vez más común, con los cambios climatológicos de este último tiempo.


El hombre se levantó, se puso su bata, sus sandalias y hacia el balcón se asomó, a lo lejos notó apenas un punto revuelto de humo, más no le prestó mayor importancia, porque no le resultaba familiar.


Sacó de su bolsillo un pequeño espejo de un centímetro de ancho, y diez de largo, lo puso en su mano, miró hacia la cama donde aún se encontraba su bella esposa, y simplemente sonrió.


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