26 noviembre, 2009

Helado (H)


Introducción:

Muchas veces deseamos que el tiempo fuese un don manejable, que nos permita definir nuestros buenos momentos como algo más significativo y duradero, pero los momentos son así, tan fugaces como no queremos o tan extensos como nunca imaginamos.

Esta es la historia de un helado, disfrutado con la curiosa melancolía de un momento de aparente soledad.

Historia:

La gente deambulaba por doquier, las calles llenas de transeúntes que se entrecruzaban guiados por el instinto de sus obligaciones, presurosos de ganar al invencible paso del tiempo.

Tal cual si fuesen zombis, con la mirada perdida en el lejano horizonte, delineado en sus propias narices, encaminados y guiados por la brújula de sus propias necesidades, sazonados con la opresión de la responsabilidad sobre sus hombros, por sobre el lujo que es hoy en día, el poder detenerse un instante, conversar un rato, mirar una nube, o contemplar el aroma del viento mientras circula tenue sobre el rostro, caminaban presurosos.

Un hombre vestido de negro, de chaqueta larga muy abotonada, iba por el medio de la calle, observando y asimilando en cada mirada ajena, un pedazo de historia, saturando así sus sentidos.

Inocuos ante él, pasaban las personas casi sin notar su presencia, pese a que le miraban con un dejo de furtiva atención.

Liberado sólo por la melodiosa armonía de su música, que fielmente le acompañaba cada día, y que le aislaba del constante mormullo de la masa, se dejó caer en un local de helados. Era medio día. Pidió lo de costumbre, se sentó un rato a descansar, y el calor existente ameritaba tal momento. Contempló detenidamente los espejos de las paredes que le rodeaban. El lugar era colorido, con un cielo ovalado, el inmueble era metálico de brillante plateado, de moderna y alegre apariencia.

Frente a él, sólo su reflejo le acompañaba.

Mientras más observaba, notaba que su propia imagen cambiaba sutilmente de forma, dado las imperfecciones propias del material reflectante.

De pronto, percibió una presencia inusual, transfigurada en un hermoso rostro de menudo aspecto que se desbordaba desde el espejo lentamente, ubicándose en forma tenue frente a él, con sus brazos levemente entrecruzados, hasta el punto de apoyarse suavemente sobre el borde de la mesa.

La inesperada figura era algo difusa, le conversaba en un lenguaje poco comprensible, mientras le miraba con una profunda atención. El hombre, sabía que se encontraba sólo, no obstante la extraña presencia no le causó ningún temor. Sus ojos se fijaron en el pálido rostro del hombre, quien poco a poco acogía el mismo lenguaje confuso.

Pasó así un buen rato, y por más de una hora, aquel hombre se mantuvo aferrado a su helado, disfrutando de unos minutos de paz, conversando hacia la nada, alejado y aislado por fin, de la ruidosa ciudad, acompañado sólo por el fruto de sus pensamientos y su fiel música.

Cuando su helado se terminó, extendió su brazo apoyándolo sobre la mesa, miró fijamente hacia la silla que tenía al frente, y empuñó su mano intentando coger la transparencia de lo inexistente, y dijo: -Ya es hora… una vez más.

Entonces, poco a poco se levantó de la mesa, a pasos cortos y tranquilos hacia su propia salida la tenue figura se dirigió, mientras que el hombre aferrado a su helado se quedó.

El lugar quedó totalmente vacío, sobre la mesa los restos de un helado quedaron vestidos con un par de servilletas, único testimonio de lo ocurrido, lo que prontamente alguien retiró.

22 noviembre, 2009

Un día Domingo (R)

Introducción:

Muchas veces quisiéramos hacer cosas que por diversos motivos no podemos, no obstante la cercanía se siente, y con gratitud se recibe, dándonos la energía suficiente para dejar que un día en familia, fluya con la confianza y comprensión necesaria de las emociones que siempre nos acompañan.

Historia:

Día domingo, un día festivo, pero algo distinto, la fiebre ya se había ido, y la jornada empezaba una vez más, temprano. Reúno mis herramientas, incluyo mi poderosa sierra eléctrica, y con mi querida familia me encauso en un nuevo camino. El objetivo, era simple, mejorar donde fuese requerido. Se hace lo que se puede, y se puede lo que se hace.

Es un día maravilloso, muy productivo, y sobretodo positivo. Padres de padres, y nietos de hijos, todo un conglomerado esperando el arribo. Algunos durmiendo y otros muy despiertos desde temprano estaban para la visita y el cometido.

Llego al lugar, y todo se revuelve, un alboroto positivo se hace por donde desordeno. Desmantelo, respetuosamente me adueño del lugar por algunos momentos, horas en que lo que antes era, ya pasa a ser distinto, un poco mejor, un poco más ameno.

Más de diez éramos, y en familia compartimos, al aire libre, en un patio, bajo la sombra de los árboles tranquilos almorzamos, mientras las brazas encendían un jolgorio con la música de los “Jaivas” incluido.

Pasa todo muy de prisa, encerrado en una pieza por varias horas encontré mi camino, había que pronto terminar y el aserrín se hizo mi amigo. Cortar y cortar, ensamblar y ensamblar, también una puerta quitar, y luego colocar. Nada complejo, pero sí entretenido.

De vez en vez, unas manos blancas irrumpían, me apoyaban, como siempre lo han hecho por tantos años, con mis virtudes y defectos, una compañía constante siempre procurando estar a mi lado. También estaban aquellas otras manos, más pequeñitas y más tiernas, blancas como el papel, con un plato y un tenedor, dónde algo me traían. Era mi pequeña, pensando siempre en mí, haciéndome reflexionar una y otra vez, que vale la pena un esfuerzo con esmero.

Familia por doquier, todos querían ver, y sobre todo los dueños, más tuvieron que esperar hasta que listo estuviese el cometido, porque aún quedaba por hacer.

Ella, siempre me acompañó en todo momento, en cada instante posible, con alegría procuraba dar los toques femeninos. Había mucha energía, y mucho entusiasmo, eran sus padres queridos, sobre todo el, quién prestado su tiempo tenía al parecer.

Así son los destinos, así son las cosas, pero que importa, si el presente aunque sea en pensamiento, positivo puede ser.

Cuando todo concluyó, por fin les hicimos pasar, vieron el lugar, aquel que por años vieron siempre igual, ahora era distinto, un poco mejor al terminar.

Observé con atención, la humedad de sus ojos, los de ella, la madre de la madre de las manitos blancas como el papel, pero no de tristeza, sino de felicidad por algo tan sencillo. Entonces comprendí que una acción, una palabra, hasta un instante nos puede conmover, no por los hechos actuales solamente, sino por su historia también.

Tarde se hizo, las horas pasaban sin piedad entre mis dedos, y antes de oscurecer en marcha nos encontrábamos, nos miramos y comentamos, entonces conformes nos sentimos. Un día bello, un día a la vez.

44 (R)


Introducción:

A veces, una pequeña acción nos permite dar alegría y compañía a quién de alguna forma nos compete. No siendo habitual ni pan de todos los días, aunque sea un instante, es suficiente para recordar un buen momento, por toda una vida.

Historia:

Día sábado, fiebre y actividades, día de trekking que debía desechar, compromiso dejado para cuidar, y también para ser cuidado. Temprano todo empezó, apenas salía el sol, el diario vivir nos levantaba de madrugada. Desayuno y conversación en familia, algo cotidiano, pero poco tiempo nos precedía.

Un repentino dolor de cabeza y un mareo me sumergió de pronto en una necesidad inmensa de sueño al medio día. Sólo me recosté un rato, de lo cual pasaron por lo menos un par de horas. Miré como siempre mi buen amigo el teléfono, y vi la hora. Eran casi las 15:00 hrs. y ya estaba retrasado, intentando una vez más ganarle al tiempo, tomé mis prendas de siempre, todo en negro, una presurosa despedida de mis seres queridos, e hice lo que generalmente evito, manejar.

Pasé a buscar a uno de mis hermanos, era un día especial, un día de cumpleaños. Una larga travesía fue recorrer la ciudad, de extremo a extremo, no obstante, sin novedad llegamos. En el trayecto pensábamos en el regalo, pero por lo inusual del personaje enfiestado, eso no era necesario.

Cuando llegamos, vimos muchos autos nuevos estacionados, grandes camionetas de diversos colores a las afueras de la casa. A lo lejos, un personaje nos hacía señas, denotando fuerte y claro el brillo de su sonrisa. Fue un gusto saludarle, porque por lo general era inexpresivo en afectividades, y sin dudarlo un abrazo sincero se desprendió involuntario en su gesto.

Nos invitó a pasar, nos ofreció de todo, y sólo dos vasos de agua quisimos, símbolo de una clara señal de que después de tantos años aún existíamos, en aquel lugar de los gratos recuerdos.

Sus hermanos, ya adultos, de lo nevado del cielo, se rieron, estaba claro, porque nada perdura tanto cuando alguna vez de color negro, aquellos jóvenes cabellos fueron.

Conversamos de todo un poco, muchas cosas técnicas, y algo divertido, una bicicleta, unos muebles, unas pantallas, cables y muchos recuerdos sugeridos.

El intercambio fluyó tranquilo, y antes que se fuera el sol, partimos. De vuelta, en el auto comentábamos, sólo dos de unos cuantos invitados, fuimos. Pero que importante para el, fue el haber ido.

El hombre estaba contento y tranquilo, por lo menos así le vimos, conforme y sereno, porque sin esperarlo, ahí estuvimos. Qué fácil, que sencillo, es poder lograr la instancia de felicidad que merece un amigo.

Todo era tan igual, y todo era tan distinto.




21 noviembre, 2009

Pesadilla (R)


Introducción

En todo ser humano se arrastran temores, ya sea por experiencias vividas, que son las más comunes, o por otras razones. Cuando no se conocen los motivos, se suele incurrir en conclusiones equívocas, pero es comprensible ya que opinar es la parte fácil de todo ser humano, cuando sólo se ve desde afuera lo que se cree como ocurrido.

Este es un tema interesante, del cual podría extenderme muchísimo, pero lo importante de esta historia, es comprender, que pese a lo malo y lo bueno, nunca dejamos de ser niños, y que por más grandes que nos sintamos, siempre seremos unos eternos buscadores de comprensión y cariño.

Historia

Una noche como cualquiera, de hace ya un par de días, cuando todo en paz estaba, todo en silencio, resguardado en el mas profundo sueño, sin conciencia alguna, vencido por el cansancio, de pocas horas de haber dormido, sumido estaba en la oscuridad del descanso merecido.

Eran las cinco de la madrugada, y unos pequeños pasos descalzos que apenas se escuchaban me despertaron de improviso, una pena inmensa bajo un sollozo escuchaba, y una respiración distinta a lo cotidiano era por quién se desplazaba apenas tocando el piso.

Digo alto, de inmediato todo se detiene, vuelvo de mi mundo en cuestión de un segundo, del mundo de los sueños. - ¿Que sucede? digo ya despierto y tranquilo, - Una pesadilla , me responde con su voz quebrada, menuda y llena de miedo. Luego suave y tenue le digo: – Ven acá, mi pequeña, a lo cual de inmediato obedece. La arropo con cuidado y le abrazo con sumo cariño, se aferra a mis manos encontrando el aroma del sosiego. – Tranquila mi pequeña, y dime tu motivo. Ella se cobija entre mis brazos y sin dudarlo me cuenta de su sueño. Calma le digo, que yo me encargo de ello.

Prontamente a mi lado se durmió, sintiendo yo sus lágrimas entre mis dedos. Al poco rato amaneció, todo se esfumó y muy pronto el sol salió, una alarma sonó, y un día iluminado empezó de nuevo.

La pesadilla terminó, que corto fue el sueño, y al otro día nos reímos juntos con otras actividades, y otras nuevas cosas que sucedieron. Comprendí entonces, que no todo es lo aprendido, y que aquellos viejos temores, aunque no transmitidos ni enseñados, aún así existen, por otros motivos.

Pero todo pasa, y más vale dejar pronto lo malo y hacer perdurar lo bueno. No será la primera, ni la última vez que alguien tan puro tenga una pesadilla, porque aunque el tiempo pase muy de prisa, algo siempre se lleva consigo. Inevitablemente ella aún es pequeña, y aunque por mucho crezca, siempre tendrá penas y alegrías.

Como sea, ahí estaré, por todo el tiempo que pueda, para dar paz, cuando así sea requerido, hasta cuando alguien allá arriba, por fin me dé por cumplido.

Ahora, ya todos duermen de nuevo, es otra noche y mi pequeña ocupa mi lado, le observo su carita de ángel, y ahí está quietecita, plácidamente durmiendo. Mientras tanto, yo sólo soy su eterno guardián que vigila sus sueños.


Huellas (P)


Seis pasos fueron, y ahora mas de diez, intensos y claros, sus huellas dejaron, recorridos que trascendieron, como antes y un después, sin tiempo ni medida, quedaron en la mente encerrados por doquier.


Eran jóvenes y bellos e inocentes también, más cuando crecieron encontraron el camino del conocimiento que les permitió entender, que por mucho recorrido el camino fue, de todas formas aquel que siente, siente más de una vez.


Es la fuerza interior que nunca ha de ceder, en su mirada lejana, temerosa de un tiempo breve que no se quiere perder, sin antes dejar de conocer, el movimiento continuo que motiva su ser.


Nómada ahora es, entre viajes y personas conocidas y aquellas por conocer, jóvenes, viejos y alegres que en otros lugares ha de ver. Un momento necesario, una pausa, un argumento, una reflexión y un después.


Ya vendrán sus palabras a calmar el clamor de una sed, que pese a otras aguas puras y cristalinas, necesaria aún es.


No se entiende y no se comprende aquello que no se quiere ver, más cuanto más se ve, más se quiere tener.

Unos brazos extendidos le pueden estremecer, más no cortar sus alas a la libertad de su vuelo que siempre ha de volver.


Su sonrisa mágica ilumina la paz que siempre quiso tener, un sueño, una realidad, algo que en silencio recorrió entre sus recuerdos una y otra vez.


17 noviembre, 2009

No es rechazo (R)


Introducción:

Ayer fue un día diferente, que me hizo reflexionar el porqué de cierta reacción personal involuntaria que se me produce cuando alguien se acerca. Es curioso, pero yo me puedo acercar, que generalmente es en forma breve y discreta, pero me incomoda de sobremanera cuando alguien, quien sea, se me acerca. Que contradictorio dirían algunos, pero así es.

Historia:

Era lunes, un día nublado, en la tarde, próximo a la hora de salida. Trabajaba normalmente como cualquier día, y el teléfono silenciosamente anunciaba un llamado, era mi familia que estaba cerca del sector en que me encontraba, y que por la proximidad de la hora nos podríamos juntar. Les pedí paciencia porque aún me faltaba para salir y cosas que hacer, les dije que se dieran una vuelta. Luego reflexioné, al poco rato, les llamé y les dije que si querían me pasaran a buscar, y que me esperaran en recepción. Había notado un dejo al otro lado del teléfono, un sentimiento de rechazo se podría generar, sin que fuese así. Después confirmé que esa hipótesis era correcta.

Cuando llegaron, me fui directo a la sala de recepción, ahí sucedió lo inesperado, mi pequeña apenas me vio se avanzó sobre mí, extendiendo sus bracitos en señal de cariño, yo sin darme cuenta la sujeté, suavemente, le pedí mesura y compostura. Sin querer la alejé. Mi señora me observó con detenimiento, y como ya me conoce, me comprendía, y se rió porque sabía que estaba incómodo, para así alivianar mi pudor. “Un tipo tan serio mostrando emociones en público, que horror”, el letrero pegado en mi frente, luminoso se prendía.

Una sensación tan extraña, con el profundo cariño que les tengo, en ningún caso era rechazo, era sólo incomodidad, y ahora comprendo y entiendo el porqué. No son los seres que quiero los que me incomodan, si no la gente extraña que puede estar observando mi parte afectiva, era eso, y no me percataba la pena que podía producir a la otra persona, un rechazo de mi parte, sin serlo.

Era mi pequeña hija, que mayor y más puro tesoro por sobre todas las cosas puede existir. La palabra “rechazo” la clavada en sus ojos llenos de incomprensión y extrañeza, totalmente justificados por mi malograda acción. Que tontera la mía.

No tenía palabras, muy serio me quedé unos segundos, y comprendí como era todo desde el otro lado de la moneda. Ahora entendía y que pena sentí, sin hacerlo notorio siquiera, les dije que me esperaran, y en silencio me fui. Una cosa me quedaba sumamente clara, la privacidad es algo importante, y aunque escriba esto en un blog público, nadie me negará, que no hay mayor tesoro en la vida que un sentimiento, y que este no es para mostrarlo a cualquiera. La comprensión de otros, ajenos, que ven desde afuera, jamás podrá entender el interior visto desde adentro, por lo tanto, no son merecedores de aquella gran virtud, mi parte de ese tesoro.

Es propio de nuestra naturaleza, nuestro diseño de fábrica, el ser egoístas en cierta forma, tener virtudes y defectos, pensar en nosotros mismos en primera instancia, no siempre ser empáticos, tal vez por un motivo de subsistencia. Sucede cuando vamos al médico y nos desvestimos, o en lugares públicos, donde la gente se baña, sentimos pudor por nuestros cuerpos, o cuando se gesta un beso y alguien observa desde cerca o incluso de lejos, o cuando hacemos deporte y se sufre una caída, o cuando alguien oculta un defecto físico bajo su bolsillo por falta de dedos en la mano, o cuando las personas se desenfocan o se equivocan de lugar, de persona o de tiempo, en fin… podría citar muchos ejemplos.

El tema es que sentimos la necesidad de la privacidad, aquella tan necesaria para demostrar un afecto puro y limpio, que por muy cercano y querido que sea nuestro ser amado, no siempre es cómodo expresar emociones intensas en público.

Obviamente hay personas que no se preocupan de estos detalles, respetable, algo que tal vez los hace mas libres incluso, pero en fin, no todos somos iguales. En este mundo hay de todo.

No lo había notado hasta ahora, cuando percibí los pensamientos de mi pequeñita, sólo entonces comprendí lo que ella sentía.

Es inevitable… pero mejorable.

11 noviembre, 2009

El Desplazador (H)

Introducción:

Bueno, lo prometido es deuda. Aquí os dejo con cariño la historia de "El Desplazador", tal como lo mencioné en "Mareo (C)"

A veces, suele ocurrir que vas caminando por la calle, y de pronto, sientes que olvidas algo, tratas de recordar, y no puedes, quedando una sensación indescriptible que no puedes expresar en palabras. Dudas un poco, vuelves o sigues, no importa, pero aquella sensación es grande, lo sabes, y te sigue dando vueltas el resto del día. Es algo tan sublime, que muchas veces te acompaña y no te abandona, latente por siempre, como si todo fuese una primera vez.

Historia:

Doblando una esquina se encontraba Max, eran las 17:00 hrs. de un día 14-Noviembre-2009. Caminaba en dirección al autobús, y mientras avanzaba, repentinamente constató que ya se encontraba en la otra esquina de la cuadra.

Desconcertado miró a su rededor, sin encontrar nada inusual, todo parecía estar como siempre. Pensó entonces que seguramente venía distraído y que no se había dado cuenta de los metros que avanzó, prosiguió su marcha unos pocos pasos, pero la inquietud de la situación lo detuvo de nuevo, entonces miró su ropa, ante lo cual palideció. Con frecuencia una distracción o un olvido puede suceder a cualquiera, pero el cambio de ropa ya le parecía sumamente radical e inquietante. Algo había sucedido y no se había percatado.

Prosiguió su marcha hasta llegar a bus, el cual aparentemente estaba retrasado. Miró entonces su reloj y vio que eran las 18:00 hrs. Decidido a consultar por el retraso, se acercó a uno de los guardias y le preguntó la hora pensado que su reloj estaba adelantado, y el guardia le dijo: - Son exactamente las 18:00 hrs. señor. Max sintió dudas, y se preguntó a otras personas que se encontraban esperando el autobús, confirmando una y otra vez más que el guardia tenía razón.

- No puede ser, he perdido una hora y no me he dado cuenta, se dijo a si mismo. Miró de reojo hacia el horizonte, y efectivamente la sensación de una menor luz le hacía entender que había perdido una hora sin darse cuenta.

El bus partía, y Max se quedó inmóvil, asombrado por lo ocurrido. Se sentó un rato en la estación y meditó en lo acontecido. Pronto se hizo de noche y volvió a casa, dejando de lado el motivo de su viaje. Caminó de vuelta por la misma calle que se había venido.
Al llegar a la casa, su señora le esperaba, y al ver su rostro lleno de preocupación, le preguntó: - ¿Cómo te fue en tu viaje? - No viajé, dijo Max, con cierto desánimo y desamparo. Magdalena, lo quedó viendo extrañada, y replicó: - Pero que dices, si hace dos días que te fuiste a trabajar. Max, asombrado por lo que escuchaba, no entendía nada, dándose cuenta de que no se trataba sólo de una hora perdida, sino que de dos días sin ninguna explicación racional. Intentó calmarse, que más podía hacer, inventar una especie de historia, o decir la verdad sin que le creyeran. El cuento daba lo mismo, a fin y al cabo, algo insólito había ocurrido y debía encontrar la respuesta.

Al otro día, Max emprendió su acostumbrado viaje, pero al caminar por la misma calle, lo hizo lentamente, a pasos temerosos. No pasó nada. Un poco más tranquilo prosiguió su marcha, conciente de que la historia contada en su casa fue lo suficientemente satisfactoria, como para no entrar en conflictos innecesarios.

Una vez en el trabajo, la gente le miraba con curiosidad, y le saludaban con cordialidad, hasta que llegó a donde se encontraba su jefatura. Entró en la oficina, y su rostro palideció al instante, cuando su jefe, le dijo: - Hola Max, pasa, cuéntame, ¿como te fue en tus vacaciones?, espero que estas tres semanas hayan sido reconfortantes, pasa y toma asiento. Max lo quedó viendo, y solo atinó a preguntar: - ¿Qué fecha es Hoy?, ante lo cual su contraparte contestó: Lunes de 14-Diciembre-2009, ¿Por qué preguntas?
Max no dijo nada, y simplemente se retiró denotando extrema preocupación.

No quiso hablar con nadie, y simplemente se retiró. Se sentó un instante a las afueras de una plaza cercana, y su vista quedó fija en una flor pequeña, de aspecto parecido a una maravilla. Había una brisa fresca y suave, que lo acompañaba en su profundo desconcierto. Se quedó fijo observando la flor, sintió un destello de luz, como cuando un foco en mal estado empieza a parpadear, y mientras esto ocurría, la flor cambiaba ligeramente de posición, así como la brisa que a su vez, también lo hacía en forma errática.

Era obvio, por más que no quisiera admitir lo sucedido, habían pasado varios días y no lo recordaba. Aunque estaba claro que no existía ningún tipo de omisión u olvido aparente de su parte.

No quiso dar más vueltas al asunto, trató de resignar su situación, pensó en su familia, y regresó a su casa. Buscó otras calles, dio una vuelta más extensa, para evitar el lugar que dio principio a esta locura. Mientras avanzaba, las calles las fue notando un tanto cambiadas a como las recordaba, otros colores, nuevas construcciones que no había visto, la plaza era distinta también. Pensó que sería porque no deambulaba con frecuencia por esos sectores.

Cuando por fin llegó a su casa, la vio distinta, su fachada era diferente. Sacó de su bolsillo unas llaves, y trató de abrir el portón principal que daba acceso al antejardín. Pero no pudo, porque simplemente la llave no encajaba en la cerradura. Pensó de inmediato, que otra vez estaría sucediendo lo mismo. Respiró hondo, contó hasta diez, y luego tocó a la puerta. Esperó unos minutos.

Desde su interior salió una mujer joven, de no más de 30 años, quién quedó petrificada cuando lo vio. Lágrimas de su rostro se desprendieron de inmediato, y con un sollozo profundo rápidamente le abrió la puerta abalanzándose sobre el, abrazándolo con vehemente ternura. No dijo nada, solo lloraba intensamente, en un lamento ahogado en una especie de confusa emoción entre pena y alegría que se traducía en una candente y angustiada sonrisa. Tomó su rostro con ambas manos y lo besó con cariño extremo, desesperada, luego de lo cual, con voz temblorosa le dijo: - ¿Has vuelto… por fin?, después de tantos años… te odio, te odio, te odio, repitió tres veces, golpeando su pecho con sus pequeñas manos empuñadas. Finalmente se aferró a el, entrecruzando sus manos buscando cobijo entre sus brazos grandes y fuertes. Max estaba asustado, no le conocía, pero algo instintivamente lo motivaba a corresponder el iracundo afecto que le mostraba aquella chica. Se sintió muy afectado emocionalmente, y se quedó prendido de ella por un largo rato sin pronunciar palabra alguna, hasta que se calmó.

Lo invitó a pasar, conversaron un par de horas por lo menos, ambos sorprendidos por lo que observaban. La chica no podía creer que aquel hombre fuese su padre perdido por tantos años y que había vuelto, estaba tal cual como lo vio por última vez, desde hacía más de veinte años. Nada en el había cambiado, era el mismo, conservado en forma idéntica a sus recuerdos de infancia.

Max afanosamente trataba de explicar lo sucedido, cosa que obviamente la chica no era capaz de asimilar, salvo por la evidencia de su juventud. Ella por su parte, le contaba detalles de su vida, y lo duro que fue perderle y que al poco tiempo su madre falleciera producto de un cáncer alojado bajo su costilla derecha. Le recordó siempre, de vez en cuando revisaban juntas las fotos familiares, acordándose de los paseos, las anécdotas, las travesuras y aventuras realizadas.

Tomó su mano, lo invitó a pasar al comedor, era ya la hora de almuerzo, y la chica le dijo: - Espérame papá, te preparo algo rápido y seguimos conversando. Max se sentó a la mesa y miró la casa en todos sus detalles, muchos de los cuales les parecía familiar e incluso conocidos, pero en general todo estaba cambiado. Sin duda, era su casa, restaurada totalmente.

Esperó a su hija con impaciente inquietud, el cansancio y el stress lo agobiaba, por un instante cerró sus ojos y al abrirlos notó que el cuarto donde estaba había cambiado de color, y no sólo eso, también la distribución de los muebles, ya no se encontraba en un comedor, sino en una sala de estar, rodeado de aparatos tecnológicos.

Un niño entraba corriendo por una de las puertas laterales, y se abalanzó sobre él, mientras le sonreía. Sostenía un juguete entre sus manos, era una mascota virtual con aspecto de vehículo, que le mostraba con desinhibida insistencia. Seguido del niño, un hombre alto y delgado irrumpió en la habitación, pidiendo calma al niño para que le dejara en paz a Max. Se acercó donde estaba y puso una de sus manos en su hombro derecho, y le dijo: - ¿Cómo estás tatita?, eres un caso único, desde que nuestra bisabuela nos contó no lo podíamos creer, y ahora que te veo, le doy crédito, ella tenía razón. Sé que estás conmocionado y desorientado, lo mismo que me dijeron que iba a suceder si te pillaba por aquí. Cada cierto tiempo vuelves, y cada vez a tiempos más distantes, así de improviso, siendo el mismo de siempre. Muchos te buscamos, pero desaparecías sin dejar rastro, y de vez en cuando aparecías por breves minutos, como ahora. Viejo, las cosas han cambiado, seguramente todo lo debes ver diferente, pero no te extrañes. – Toma, te traje una tacita de té, del que te gusta, según me contaba mi bisabuela, esta es la misma que te ofreció aquel día que desapareciste por última vez. Déjame que te cuente toda la historia.

Así estuvieron ambos hombres por largo rato charlando, recordando algunas cosas del diario vivir de cada época. Más las horas pasaban tan rápido, que pronto de madrugada se hizo y el cansancio invitaba a dormir. Aquel joven acomodó a Max en un sillón multifuncional, que contaba con todos los dispositivos necesarios para el descanso y el entretenimiento, contaba con algunos dispositivos táctiles de fácil e intuitivo manejo, por lo que fue fácil su manipulación para Max, que gustaba de todas esas maravillas tecnológicas que siempre imaginó.

Pasó la noche en vela, tratando de asimilar lo ocurrido, y utilizando el visor holográfico en alta velocidad. Quería entender que tanto había evolucionado todo, y buscando encontró unos archivos históricos de su árbol genealógico, que le resultó intrigante.
Parecía que iba a estallar, comprendía todo tan fácilmente, como si su mente se hubiese quitado un velo que lo cegaba. Estaba cansado, pero inquieto. Temía que nuevamente todo fuese a cambiar, sintiéndose perdido una vez más. Ya no tenía a nadie, ningún pariente, salvo el joven que le atendía amablemente.

Eran las 5:00 AM, el sol empezaba a entregar sus primeros rayos de luz cuando Max por fin se durmió.

El niño, que era sumamente inquieto, se acercó tiernamente, y lo tapó con una manta. Mientras lo hacía sus manos se transformaban radicalmente, sus dedos se alargaban y de cinco pasaban a cuatro, mientras su cuerpo crecía y se estilizaba por completo. Todo a su alrededor cambiaba radicalmente y la vegetación se hacía abundante por toda la habitación.

Eran las 6:00 AM, doscientos años después, cuando Max despertó abruptamente. Asustado, dio un brinco y se calló al suelo, sujetando sus piernas con una mano, mientras extendía la otra con sus dedos abiertos a más no poder. Trató de comunicarse con el ser que lo acompañaba: - ¿Dónde estoy?, ¿Qué eres tú?

En su desesperación quiso huir del lugar, y se dirigió por un corredor a la supuesta salida. El lugar no tenía muebles, ni puertas ni ventanas. Sólo era un corredor, un sol radiante en un fondo estrellado, y pese a su fuerte luz, todo se veía negro, salvo el piso iluminado por donde corría.

El ser caminó tranquilamente tras el, mientras Max insistía en que no se acercara. Su latido era intenso, su sobresalto era notoriamente angustiante, pero prontamente comprendió que era inútil escapar de su destino, todo aquello escapaba a una realidad posible, y que sin lugar a dudas, lo mejor que podía hacer era calmarse. El ser logró tranquilizarle, luego de eso, le habló en un idioma extraño, extendió su mano y le entregó a Max, dos objetos adheridos entre sí. Cuando Max los recibió, todo se vino a su mente a una extraordinaria velocidad, y recuperó cada detalle de sus recuerdos. En ese momento comprendió que su existencia tenía un propósito mucho más trascendente de lo que imaginaba, y que todo lo que alguna vez creyó como una vida perfecta era sólo una breve instancia de tiempo. Poseía un conocimiento total y absoluto, que en cada generación fue cultivando, casi sin darse cuenta.

Era tiempo de dar el siguiente paso, no sería el último, ni el primero, comprendía perfectamente lo que ocurría y que no existen los destinos, sino los continuos viajes donde se procede con la recopilación y captura del conocimiento necesario para dar un paso más en la constante evolución de las especies.

Miró al ser de cuatro dedos que extendía su mano en un gesto de despedida, iluminando su rostro en una tierna y cordial sonrisa. Ambos sabían que no era el final, sino, más bien el comienzo de un nuevo viaje hacia el universo distante.

Su cuerpo quedó petrificado en cuestión de segundos, iluminado solo por la luz que definidamente se concentraba bajo sus pies. Luego de eso, un punto brillante comenzó a emerger desde su cabeza irradiando múltiples colores, cada vez con mayor intensidad, ascendiendo lentamente con movimientos oscilantes y circulares. De pronto, sólo quedó una estela luminosa en línea recta hasta el cielo oscuro, y perdiéndose entre un grupo de similares características.

La criatura que lo acompañaba, conjuntamente con otros seres que se reunieron en el lugar, miraban curiosos el cúmulo de hermosas luces que revoloteaban en distintas direcciones sin dejar el perímetro que las mantenía unidas en la profundidad del espacio.

Max, era parte de aquel enjambre de luces, y pese a que ya no podía ver ni escuchar, ni sentir nada como lo hacía antes con sus cinco sentidos, captaba perfectamente lo que ocurría en su entorno. Formaba parte de una nueva forma de vida, era el último de su especie, un ser aparentemente común, pero con un propósito diferente.

Pasó un instante y el conjunto de luces se concentraron en un solo punto, donde precisamente se encontraba Max. Todo se volvió intenso, como una estrella de múltiples puntas y un centro esférico que denotaba una nueva forma de vida, más allá del entendimiento.

Muchos destellos rápidos y fugaces aparecieron por doquier, para luego desaparecer en la nada aparente. Sólo quedó el vacío oscuro y bello, rodeado de estrellas multicolores.

La ciudad y todos sus habitantes, se dispersaron, siguiendo con sus actividades como si nada. Mientras eso ocurría, los seres iban cambiando en aspecto y en atuendos, las estructuras y edificaciones también lo hacían, pasando de una arquitectura simplista y evolucionada a otra aún más ordenada y perfecta. Todo cambiaba a una extraordinaria velocidad, ciudades enteras pasaban de un estado a otro, y las formas de vida seguían sus caminos sin percatarse de ello.

Max se expandía y crecía en una forma extraordinariamente rápida, ya no como un destello de luz, si no como una masa casi orgánica y transparente, sin una forma definida. Los lugares que conoció no eran nada, al lado de los mundos que abarcaba bajo su manto uniforme. Todo lo que tocaba lo transformaba en conocimiento, planetas, estrellas, constelaciones, civilizaciones enteras eran meticulosamente modificadas tras su paso. Todo era perfeccionado a un extremo único, casi purificador.

Sentía intensamente cada momento, cada acto, cada alma que tocaba, y descubría en cada cambio una especie de restauración, donde el tiempo no existía, ni la noche, ni el día. Pero aún así, percibía que era parte de un todo, aún mayor. Cuando estuvo a punto de descubrir la respuesta de lo que sentía, todo de pronto se esfumó.

Eran las 17:01 hrs. de un día 14-Noviembre-2009. Caminaba un hombre con pasos presurosos en dirección al autobús. Cuando subió en la máquina, se ubicó rápidamente en uno de los asientos delanteros, revisó sus bolsillos, trajinó en busca de una billetera que sacó con presura. Desde ahí, se calló al piso una identificación que indicaba una fotografía y un nombre que decía: “Max”. El hombre quedó pensativo, la recogió con prolijo cuidado, la miró un instante mientras lentamente el bus partía, luego de eso, su mirada se clavó en el horizonte lejano, respiró hondo y pensó… que después de todo, algo positivo sí había sucedido, y aunque no lo sabía, todo estaba en su más profundo interior, ahí… por siempre guardado.

09 noviembre, 2009

El espejo en el laberinto (H)


Introducción


Los trabajos, las profesiones, muchas veces no son del todo como parecen, y un simple encargo, no siempre resulta como se espera. Esta es la historia de un viaje sin retorno donde todo puede suceder.


Historia


Trabajaba el vidrio, tanto para construir ventanales, vitrales, espejos y algunas artesanías en fino cristal a pedido. Pero aquel día de primavera fue diferente a todos los otros, porque descubrió que existe un mundo inverso, donde todo se ve desde otro inimaginable punto de vista.


Abrazaba un espejo de dos metros de largo por uno de ancho, era una entrega especial, diferente a los tradicionales pedidos que le eran encargados en su profesión. Caminaba con el encargo a cuestas desde Av. Bella hasta Av. Ira, calles por donde generalmente transitaba gente de la bohemia y el mundo artístico.


Después de haber caminado varias de cuadras, dejando previamente asegurada su camioneta, con el resto de los pedidos, logró descansar en una esquina, ya faltaba poco, y dadas las dimensiones del espejo y el grueso marco, se dio ánimo a si mismo retomando su agotadora marcha.


Cuando llegó a su destino, verificó la dirección, miró la enorme reja teñida de negro y algo de óxido, observando que un grueso candado resguardaba el pesado portón de la entrada. El jardín era inmenso, y una casa de grandes proporciones se visualizaba a lo lejos. Tocó el timbre y una voz emergió desde un citófono, era una voz suave y pausada que decía: - Siiii, dígame. José que siempre estaba con el tiempo justo, se apuró a contestar diciendo: - Traje su encargo, aquí tengo su espejo. Luego de eso un chillido agudo se escuchó y un mecanismo automático permitió se entre abriera levemente una puerta anexa, también forjada en acero fundido.


José tomó su espejo y se desplazó rápidamente hacia el interior, antes de que el grueso material de la puerta lateral se cerrara por completo.


Caminó un par de cuadras, por un sendero lleno de vegetación, rodeado de ligustrinas por ambos lados, simulando un pasillo estrecho, de no más de dos metros de ancho. Cuando llegó al fondo, miró hacia a tras, mientras sacaba un pañuelo para secarse la transpiración. Era casi medio día y el sol pegaba fuerte. Miró para ambos lados, dados que el camino se dividía en dos. Trató de encontrar algún rastro en el piso para encontrar lo más pronto posible el sendero que lo llevaría más directamente a la casa, pero no encontró nada, como si nunca nadie hubiese pisado aquel lugar.


Se estaba retrasando, así es que simplemente siguió por su derecha, continuando por un laberinto que a ratos le parecía interminable, o que no le conducía a ningún lado. Entre la caminata y el cansancio ya casi arrastraba el espejo, pero se armó de coraje y continúo, encontrándose en más de una ocasión con sus mismas huellas.

La hora pasaba muy rápido, y José ya se estaba entrando a preocupar porque tenía otros pedidos que entregar y no podía darse el lujo de estar en ese lugar por mucho rato, más aún cuando ya habían pasado un par de horas desde que se alejó de su camioneta.


Prosiguió su marcha ya casi con desesperación, sin abandonar su espejo ni un solo instante, perfectamente envuelto todavía. Era muy responsable, y siempre cumplía con lo comprometido. Pero las horas fueron pasando, y el sol que fuerte le quemaba la espalda, prontamente fue bajando hasta ponerse en el horizonte. El lugar se hacía cada vez más oscuro, y pese a las marcas que José fue dejando, aún seguía sin encontrar la entrada principal de la casa.


De pronto recordó que el marco del espejo era firme, y si lo hacía con cuidado podría apoyarse en el para asomarse un poco y poder ver el intrincado camino a la casa. Estaba decidido a llegar y cumplir su cometido. Temeroso de romper el delicado espejo, se sujeto tambaleante sobre el marco, puesto en forma horizontal, empinando su cuerpo lo más que podía, pudo asomar su cabeza y mirar. Quedaba poca luz, y todo parecía tan diferente, pero se percató de que ya se encontraba muy cerca y sólo le quedaban un par de vueltas más, que no había notado.


Uno de sus pies resbaló y para no pisar el espejo prefirió caer lo más alejado que podía, con tal mala fortuna que se golpeó fuertemente el brazo izquierdo. Adolorido se retorció unos instantes, tirado en el piso, y se paró como pudo.


A duras penas, ya casi a oscuras dado que las ligustrinas medían más de 1’90 m. de altura, logró finalmente encontrar la entrada principal de la casa, cuya puerta daba frente a frente con su encrucijada laberinto.

Apoyó el espejo en las ligustrinas, y se dispuso frente a la puerta, con el espejo a sus espaldas, tocó el timbre un par de veces, y esperó.


Desde su interior salió una joven de aspecto amable y le hizo pasar, a lo cual José le dijo que debía continuar con su trabajo, le explicó su aventura, y le dijo que ya se encontraba sumamente atrasado, y que debía volver antes que anocheciera. La joven le quedó mirando con una leve sonrisa, y comentó: - Cierto, así dicen todos… José se inquietó aún más por el comentario y procuró hacer la entrega lo más discreta y brevemente posible.

- Seguro que no quiere pasar, debería descansar un poco antes de partir, además le podría curar su herida, dijo la joven, con afanosa insistencia. José dudó unos instantes, pero estaba muy adolorido y sangraba un poco, por lo que con cierto recelo y desconfianza se dio unos minutos y pasó al interior de la casa.


La entrada era de película, el lugar estaba un tanto descuidado y sombrío. El lugar estaba lleno de candelabros, que alumbraban tenuemente, mientras que uno central colgaba desde el techo luciendo sus hermosos cristales. Había dos escaleras construidas en mármol perfectamente pulido, de color blanco en sus soportes y apoyos, mientras que a sus pies se extendía una alfombra roja con dibujos de extrañas figuras artesanales que simulaban ojos mirando hacia el cielo.


La joven le ofreció asiento, y le ordenó que esperara. José que a esas alturas no vio más alternativa que obedecer trató de calmarse un poco y se sentó a esperar. La joven no tardó mucho, traía consigo unas vendas, unas tijeras y una taza de té con una tetera de fina porcelana, todo de color blanco, sobre un carrito con ruedas.

Le pidió a José que se tranquilizara, le ofreció una tasa de té. Se sentó a su lado y empezó a curarle. Tomó las tijeras y con cuidado rompió su manga, donde se encontraba su herida, cogió una fina aguja suturándole con hábil destreza.


José se sintió mareado, seguramente el té contenía algún tipo de analgésico, por lo que preguntó: - Perdón, pero que té es este. Ante lo cual no recibió respuesta alguna de la joven, más que sólo una angustiante y discreta mirada.


Mientras esto ocurría un estrepitoso crujido se sintió desde el segundo piso, ante lo cual la joven dijo: - Debes irte ahora, ya estás bien, sólo cuídate y no olvides usar el espejo.


José se sintió incómodo ante la situación y salió de la casa con dudosa prisa. Aún estaba mareado y el sol no se ponía, pero debía irse. El ruido se hacía cada vez más cercano y la joven solo se quedo en la puerta manoteando para que José se fuera pronto.


José recordó el laberinto, no quería pasar por lo mismo otra vez, y tampoco quería dejar a la joven que le había ayudado con tanto esmero. Entonces tomó el espejo, y volvió por la niña, la miró un instante con ternura, cogió su mano y se la llevó a la salida, mientras el ruido cada vez se hacía más cercano. La joven forcejaba, ante lo cual José no entendía nada, porque estaba claro de que no deseaba permanecer en aquel lugar. – El espejo, el espejo, no lo dejes, es que no lo entiendes… replicaba con desesperación.


El muchacho tomó el afanado espejo nuevamente y se dirigió hacia las ligustrinas. – No puedo, no puedo… replicaba la muchacha, mientras José observaba como la casa se desfiguraba ante sus ojos, y todo parecía cambiar.


Desde la puerta, el ruido se hacía cada vez más insoportable y una fuerte ventisca empezó a pronunciarse, absorviendo poco a poco todo hacia el interior de la casa.


La joven empezó a desenvolver desesperadamente el espejo, y José sin entender sólo atinaba a sujetarla de la cintura, dado que la presión del aire se hacía cada vez más fuerte e insostenible. Todo era absorbido con una brutal fuerza que cada vez iba en aumento.


En su desesperado proceder, la joven finalmente logró desenvolver el pesado espejo, diciendo: - Ayúdame a pararlo, es nuestra única esperanza. José, que a esas alturas nada entendía, accedió, y a duras penas lograron parar el espejo. – Sólo tenemos un intento, lo que quiere es el espejo, - dáselo entonces para que nos podamos ir, respondía José. –Debemos arrojar justo en la puerta, a la cuenta de tres…


Uno… dos… tres… Ambos cayeron al piso y el espejo voló sin más hasta quedar atascado justo en la puerta. Ahora larguémonos de aquí, gritaba José entre todo el ruido incesante. Nooooo, replicaba la joven, debemos ir hacia la puerta. – Queeeeeé!, a caso estas loca, es justo lo que debemos evitar. – Nooo!, sígueme, confía en mí.

José no sabía que hacer, de todas formas todo parecía destruirse a su alrededor, y ante lo improbable, no tenía opción y siguió a la chica. Se soltaron de donde estaban sujetos, y volaron en dirección a la absorbente puerta de la casa, obstruida sólo por el espejo.


Cuando llegaron la chica desapareció dentro del espejo, y José se quedó solo por un segundo, prendido aún de su mano. – Piensa, piensa rápido se decía, que hago, no puedo dejarla sola, que hago… Cerró sus ojos, enfrentó su miedo y entró en el espejo.


El espejo que obstruía la ventana, se despedazó a los pocos segundos, y todos sus fragmentos desaparecieron en el interior de la casa.


En el exterior de la casa todo estaba revuelto, y la fuerte absorción ya se había convertido en tormenta, y todo a un kilómetro de distancia desapareció.


Al día siguiente, en lo alto de un edificio, un televisor se encendía temprano en la mañana, en las noticias se indicaba que un fuerte huracán había arrasado un sector de la ciudad, que se trataría de un fenómeno climático inusual, nunca antes visto, y que sería cada vez más común, con los cambios climatológicos de este último tiempo.


El hombre se levantó, se puso su bata, sus sandalias y hacia el balcón se asomó, a lo lejos notó apenas un punto revuelto de humo, más no le prestó mayor importancia, porque no le resultaba familiar.


Sacó de su bolsillo un pequeño espejo de un centímetro de ancho, y diez de largo, lo puso en su mano, miró hacia la cama donde aún se encontraba su bella esposa, y simplemente sonrió.


03 noviembre, 2009

LLuvia tenue (P)

Introducción

Muchas veces nos encontramos caminando en la calle, recordando y pensando en nuestros seres queridos. El tiempo pasa sin que nos demos cuenta, y descubrimos que algo se nos queda en el tintero. Pero no siempre llueve como creemos.

Historia

Sus pasos tenues, insinuaban contar cada gota de lluvia que se negaba a caer, las nubes a lo lejos, se apreciaban gigantes e imponentes cubriendo el cielo como un manto invulnerable ante el mensajero. El preciado líquido nunca fue vertido, pero si el mensaje que encerraba su claro contenido.

Mientras sus pies se mojaban y su rostro se lavaba en la nada, sus pensamientos viajaban más allá de su limitante existencia, dejando entre ver, que nada es imposible y que todo perdura en su latencia. Su cautela, su sigilo, y todos sus sentidos, se vaciaban en su mirada, una búsqueda interminable de aquel mundo desconocido que siempre quiso seguir.

Inundado por sus propias emociones, vio la lluvia caer a cantones, y poniéndose de rodillas clamó por su nombre en más de una vez, refugiado en sus hermosas canciones.

Recogió cuatro piedras, lisas y perfectas desde el suelo, las alzó sobre su cabeza y con cautela las contó una a una, desde cero. Nunca se equivocó, porque cuatro siempre fueron. Era así su pena, más ya sólo tres siguieron.

De las tres que quedaban una debió ser dejada por un largo tiempo, más el tiempo no perdona y cuando dos quedaban, una fue recuperada, y sin saber por cuantos momentos, solo eso bastaba.

Empuñó una de sus manos, queriendo cobijar de la inexistente lluvia, tratando de proteger a las dos que permanecieron, más la otra resguardada quedó intacta alejada de los tiempos de trueno, y vivió por muchos años en su recuerdo.

La lluvia siguió cayendo sin mojar el suelo, más el agua no vertida si quedo por siempre permanente entre sus dedos.

No se puede dejar aquello que no se deja, porque es un regalo del cielo, un tesoro, un capricho, no importa, porque simplemente existe por siempre cobijado en su techo.

Algún día mojarán sus pies, mirando como se pierde de vista en el horizonte, aquella luz tenue y amarilla, que iluminará algún día, su nuevo hogar visitado por artistas, como si fuese una nueva promesa sin importar el tiempo que dista.

01 noviembre, 2009

Un día de Padre e Hija (R)


Introducción:

Un día a la vez, sin prisa, lo que nos dá felicidad pronto recuerdo es, pero infinito en la memoria de una niña quedarán, las imágenes vivivas de un momento que quizás, nunca más ha de volver. Un instante, tan sólo un momento será, suficente para entener, que a veces uno sólo vale mucho mas que cien.


Historia:

Era sábado 7:00 AM, la frescura de la mañana daba una sensación térmica de frío engañoso, estaba nublado, y me detuve un instante en el portón, dudoso si debía o no usar una chaqueta. De mi mano se prendía unos pequeños y finos dedos que me sujetaban, mientras un rostro sonriente me miraba hacia arriba con una delicada y tierna sonrisa. Era un día especial, único, y muy esperado, el famoso “Día de padre e hija”.

Colectivo y metro nos condujeron hacia nuestro aventurado destino, no había ninguna planificación especial, solo salir y compartir lo que fuese, buscando lo inesperado. Cuando llegamos al centro, nos tomamos unos minutos, y recordando un paseo anterior, nos desviamos para visitar brevemente a nuestro buen amigo, el señor “Chan”, una persona muy agradable y simpática. Nos acercamos un rato, le saludamos, conversamos unos minutos, obviamente en un lenguaje fusionado entre chino y español, nos reímos, mi pequeña no paraba de preguntar y yo prácticamente parecía un intérprete.

Las calles estaban un tanto desoladas, era temprano aún, y la frescura de la mañana empezaba a desaparecer, la famosa chaqueta sólo fue un lastre innecesario. Nos encaminamos hacia un cerro próximo, pequeño, y subimos apenas abrieron el acceso. El lugar estaba acentuadamente lleno de vigor, su color verde intenso y la frescura de sus sombras, nos acompañaba en cada rincón que recorríamos. Los árboles y enredaderas parecían extensiones como brazos dándonos la bienvenida. Jugamos entre las regaderas, cruzamos un pequeño puente, subimos empinadas escaleras construidas a base de roca sólida, pulidas y dosificadas por el tiempo. Una pequeña cascada llamó la atención a mi pequeña y quiso guardar ese recuerdo, nos sacamos fotos, hasta que llegamos a la cima, desde donde la contaminada ciudad se podía observar con unos binoculares empotrados en estructuras de fierro forjado. Muchos extranjeros nos acompañaban desde lo alto, de diversas edades e idiomas, comentaban a cerca del lugar y también tomaban fotos.

Luego de eso bajamos, y nos dirigimos hacia el metro nuevamente, y nos encaminamos de vuelta hasta llegar a un lugar especial donde almorzamos tranquilamente. Conversamos, compartimos, comimos hasta más no poder. Mi pequeña pidió una bandeja de aluminio, y nos llevamos lo que quedó. Cosa curiosa, la metimos en una bolsa y la amarré a mi cinturón. Ridículo o no, era práctico.

Nuevamente en el metro, a una estación de diferencia, nos bajamos rápidamente y nos dirigimos a un centro de entretenimiento. Era ya medio día, y mucha gente deambulaba afanosa con sus respectivas familias. Subimos unas escaleras de luces multicolores y nos dirigimos hacia las mesas de pool, pero en ese lugar no permitían menores, las mesas estaban vacías, reglas son reglas. Las mesas de bowling estaban llenas, había que esperar unos veinte minutos. Decidimos bajar y aprovechar cada minuto, nos encaminamos hacia los autitos locos, donde aportille la bandeja de aluminio. Pero no nos rendiríamos tan fácilmente, y volvimos a subir las escaleras multicolores, llegamos a la sala de bowling nuevamente, y ya había cupos. Compramos las entradas y nos pusimos los zapatos de seguridad, que nos pusimos con cierto grado de recelo. Jugamos por lo menos una hora, habían unos caballeros profesionales a nuestro rededor, y eso se notaba, porque traían sus propias bolas, brillantes, perfectas, enceradas, guante especial y eran certeros. Cuando empezamos, uno de ellos dijo, mira, mira… a la pequeña, era su primer lanzamiento, y fue un perfecto straight, todos los palos botados de una. Todos se reían por la proeza. Luego todo fue normal, y aunque no se volvió a repetir la hazaña, nos divertimos bastante. Incluso, en uno de los lanzamientos, casi se queda la bola y sale disparada mi pequeña.

Salimos de ahí, con un calor impresionante, y volvimos a los juegos, pasamos un largo rato en los autitos locos, aportillando una vez más la bandeja prendida a mi cinturón, y cada vez que nos acordábamos, la mirábamos, cada vez más desforme, y nos reíamos. La dejamos, porque pensamos que cuando algo es divertido, simplemente hay que dejarlo.

Dentro de los juegos, encontramos un simulador de corriente eléctrica, que por medio del vibrar de unas manillas, se simulaba perfectamente la sensación. Nos llamó la atención porque un grupo de jóvenes se divertían mucho tratando de ganar al gorila sujetando las dichosas manillas. Mi hija se entusiasmó con el asunto y sin dudar probó su tolerancia, logrando incluso a superar a algunos de los jóvenes que se encontraban ahí. Todos se reían.

Lo único inquietante de todos fue el tema del baño, el nerviosismo natural de tener que esperar a mi pequeña entre la muchedumbre, me inquietaba sobremanera. Tal vez para muchos padres sea algo trivial, pero en mi caso, la aprensión inevitable siempre estaba presente. Pero me aguanté como machito no más.

Luego se venía el plato de fondo, palomitas de maíz, en un enorme envase. Estábamos insertos en el cine, la película elegida más cercana para los dos fue “This is it”, de Michael Jackson, era esa o una de vampiros. No iba con muchas expectativas, pero la película fue sorprendente, mostraba a un gran artista que pese a sus 50 años, se encontraba con un vigor a toda prueba, lleno de energía y con muchas ganas de hacer cosas. Ambos nos quedamos mirando, porque lo mostrado apuntaba a que toda aquella gran preparación, significaba que el recital hubiese sido espectacular, sin lugar a duda.

Ya era de tarde, 8:00 PM cuando decidimos partir de vuelta a casa, y no obstante, como me suele suceder, a veces presiento algunas cosas, y sin querer detuve mis pasos, volteé hacia mi izquierda, y nos encaminamos hacia otro lugar. Mi pequeña extrañada por el cambio repentino de dirección, me preguntó: -¿Qué pasa papá?, no es por ahí. Yo simplemente le dije, - lee. Su rostro se iluminó de inmediato, y sin perder tiempo me llevó de una: - Vamos, vamos, vamos…, me decía con entusiasta alegría. En recepción nos hicieron leer el reglamento protocolar del lugar, nos pasaron unos cascos, nos sacamos nuestras zapatillas, y nos calzaron con unos pesados botines de seguridad, con larga tobillera.

El lugar estaba absolutamente heladísimo, refrescante, justo lo que necesitábamos después de un día tan caluroso. Las chaquetas si fueron necesarias después de todo. Partimos tímidamente, definitivamente el lugar no era para aficionados, pero las manillas de seguridad nos ayudaron bastante, hasta que fuimos logrando confianza poco a poco. Arrendamos patines para una hora, simplemente estuvimos más de dos, fue una experiencia única para ambos, ninguno de los dos había estado en una pista de hielo nunca, y pese a nuestra inicial torpeza, las ganas estaban. Después de un rato, ya nos habíamos liberado de las orillas y empezamos a circular por el centro, sin mucho talento, pero con muchas ganas de pasarlo bien. Algunos porrazos no fueron impedimento para querer levantarse y continuar. Debo confesar que uno de ellos fue fuertísimo, y más que caerme, mi preocupación mayor, era caer encima de alguien, muchos niños habían circulando al rededor, y una mole de más de 80 kilos sin freno, uf! Pero en fin, los moretones si que valieron la pena.

Mientras patinaba, observaba a mi pequeña, con mucha más habilidad que yo, y recordaba que en la vida siempre hay ventajas y desventajas, el hecho de no haber realizado muchas cosas, me permite en el presente actual, vivir todo como si fuese una primera vez. Y si alguien alguna vez me dijo que soy enfermizo y que poseo una mente infantil, le puedo asegurar que así es, porque no hay mejor enfermedad en la vida, que la felicidad de poder jugar como un niño.