Era un largo viaje y sol de la tarde comenzaba a
desvanecer. Estaba en el último asiento del último recorrido de un bus casi
vacío, que curiosamente hacía un desvío por un callejón solitario y sombrío. El
conductor, algo obeso, de aspecto rústico y fornido, anunciaba a sus últimos
pasajeros que todos debían bajar. Según el, por problemas de la máquina.
EL joven de lentes se encontró frente a frente con una
situación que no esperaba, en un lugar desconocido y poco tiempo para llegar a
su destino.
Mientras caminaba por el pasillo del bus pensaba en cómo
podría continuar su viaje. Tenía que pensar rápido y se acercó al chofer.
-
Perdón, esto es todo. Se suponía que llegaríamos al
terminal.
-
Lo siento, hay un problema técnico en la máquina, debo
cambiar de bus.
-
¿Viene algún bus de reemplazo?
-
Jajaja… No.
Mientras este diálogo ocurría, los pasajeros se disgregaban
rápidamente en distintas direcciones, seguramente porque alguien les esperaba,
o por la sencilla razón de que se encontrarían cerca de sus casas. Sabían perfectamente
que aquel lugar no era el más adecuado para quedarse.
En su desesperación el joven insistió con el chofer. Aún
quedaba mucho camino por recorrer.
-
Señor, disculpe, pero debo llegar pronto a destino.
-
Lo siento, pero debe hacer el trámite de cambio de
máquina, antes que oscurezca.
-
Por qué antes que oscurezca.
-
No querrá estar aquí para entonces, se lo aseguro.
-
Entiendo. – Dijo el joven, dando un rápido vistazo
alrededor.
La preocupación encendió sus mejillas y se sintió inseguro,
en un lugar tóxico, ajeno y extraño.
-
Le seguiré, si no le molesta. – Insistió el joven.
-
Está bien, pero no me detendré por Ud. Yo camino
rápido.
Inmediatamente el hombre obeso se puso en marcha, dejando su
máquina a su total descuido. Caminaba muy rápido, y tras unas pocas cuadras se
fue entre callejones llenos de mallas de alambre, hasta llegar a unos grandes
edificios de rústico aspecto.
Bajó rápidamente por unas escaleras, con una agilidad
inesperada. El joven tras el, le siguió con un total dejo de desconfianza. Era
poco más de las 20:30 hrs. y si no le seguía, posiblemente no iría a ninguna
parte. El hombre gordo, siguió bajando por estrechos pasajes de paredes color
crema, llenos de más y más escalones. Viraba con suma rapidez, a la izquierda, luego
a la derecha, siempre bajando.
Mientras más bajaba, más le iba perdiendo de vista entre
cada esquina que doblaba.
En un momento dado, el joven sólo se quedó con el sonido de los
pasos que apenas alcanzaba a escuchar, mientras seguía bajando, cada vez más
dudoso.
La sensación del lugar no era muy distinta a la de la
superficie, aún así prefirió subir.
Pensó lo peor, mientras recorría toda su vida en su mente,
cada detalle, cada pensamiento, cada evento, cada cosa realizada, y cada
situación de su existencia.
Definitivamente estaba perdido, y ahora solo. El lugar se
hacía cada vez más oscuro, debía salir de ahí, y sólo atinó a seguir su agudo
instinto.
-
Izquierda, derecha, una vuelta, arriba, abajo, ¿Por
dónde?… Se decía a sí mismo.
La construcción del lugar parecía no tener sentido, porque
mientras más intentaba subir, más parecía bajar. Aquel lugar parecía interminable,
nunca había estado en un subterráneo tantos pisos abajo. Y a esas alturas, lo
único en que pensaba era en sólo salir.
Decidió irse por otro camino, y atravesó un pórtico entre
abierto. El pasillo era largo y frío, lleno de puertas en sus paredes, lo más
parecido a ciertas escuelas o sanatorios que alguna vez conoció. En cada
habitáculo, podía apreciar muchas sillas y mesas unidas, en metal y madera,
semejantes a salas de clases o de conferencias, donde se suele tomar apuntes.
El lugar estaba vacío.
Al final del pasillo, otro portal de doble hoja, pero que
sin embargo estaba cerrado.
Lo examinó minuciosamente, y giró una manilla oxidada que
liberó los seguros. Cuando por fin logró abrir, se encontró nuevamente con la
calle, una calle totalmente distinta, ya no como un atardecer sombrío, sino con
plena luz de día y llena de gente compartiendo en familia en los jardines.
Miró hacia atrás las rústicas puertas que había atravesado,
sin encontrar sentido a la situación y aún sin saber dónde estaba.
Delante de el, una delgada mujer, de sobria vestimenta,
cabello medianamente corto, le sonrió con un notorio gesto de aprecio y
familiaridad, mientras le indicaba a sus dos niños pequeños que fueran a saludar.
El joven, conmovido por la escena, se puso en cuclillas, y
recibió a los niños con un fuerte abrazo y extrema ternura, devolviendo el
gesto con profunda humildad y emoción.
Era claro lo que sucedía, y no requería de mayor
entendimiento, ya que más allá de su comprensión, había encontrado algo que
nunca había perdido… a si mismo, tal y cual como siempre quiso, en un universo
dónde lo cotidiano no siempre es lo que tan afanosamente creemos, sino, una
forma, para encontrarnos con nuestro propio camino, aquel que nos permitirá por
fin dejar de ser... “El Seguidor” que siempre hemos sido.