Una brisa inquieta empañaba sus lentes, mientras la humedad
de la garuga se esparcía suavemente sobre su rostro alzado. Respiraba
profundamente aquel aire fresco, tan lleno de naturaleza y libertad que la
amplitud de sus recuerdos parecían acoger un sentimiento enajenado y a su vez
cercano, haciendo que el frío fuese ser algo secundario.
En su ceguera, extendía sus manos como tratando de tocar el
abismo de su propia nebulosa. Los sonetos caían así en sus pensamientos mezclándose
entre números y sensaciones, que por algunos segundos, le pareció inquietantes.
Reclinó su cabeza y la movió de lado a lado, como queriendo despabilar
de un sueño imaginario. El frío primaveral tenía algo de calidez, añoranza, y
un dejo de melancolía. Podía ver, no como los demás, pero si era capaz de ir más
allá de los sentidos cotidianos.
Buscó entre sus cosas, revisó y sacó algunos papeles, anotaciones,
cuentas varias y cosas propias de un quehacer diario, en un día como cualquier
otro, quizás, o tal vez, un día como hoy.
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