Caminaba con
la vista pegada al piso por las frías y húmedas calles de la ciudad, con ambas
manos en los bolsillos de una corta casaca, buscaba entre sus cables, los
audífonos que tantas veces le acompañaban con su tan apreciable música.
Se dirigía a su trabajo, a paso rápido, porque era su
costumbre, y mientras lo hacía, su mente divagaba entre sus recuerdos, sus
pensamientos y en las vicisitudes de la vida. De vez en cuando alzaba su
rostro, sólo para corroborar en la mirada de los transeúntes, una historia en
particular, aunque pincelada en forma diferente, prodigiosamente elaborada bajo
un mismo patrón colectivo, guiados como si fuesen meros vehículos de
transporte.
Podía
apreciar la emotividad a distancia, el dolor, y también la alegría, como un
halo de luz multicolor y envolvente. No era algo que podía ver, sino, algo que
se siente.
Luego, en la
inmensidad de la populosa ciudad, lo vio intensamente claro, algo que por
muchos años le pareció normal y aceptable, de pronto se volvió evidente. No
eran personas con las cuales interactuaba, sino máquinas orgánicas, conducidas
por una mente superior.
Se detuvo
un instante, miró a su rededor con mayor atención, y observó los patrones de
conducta de cada individuo. Se preguntaba el porqué sería el único conciente de
ello. Al parecer, para los demás, ni si quiera existía la remota idea de
cuestionarse algo así. Por un lado quiso creer que no se daban cuenta, porque
estaban siendo manipulados.
Pronto su
visión comenzó a nublarse, y una especie de sueño invadió su mente. Era como si
ese tipo de pensamientos estuviese prohibido, y celosamente vedado.
Lucho por
un buen rato contra aquella sensación, y se alejó prontamente del concurrido
lugar. Se dirigió rápidamente hacia un edificio. Corrió por las escaleras,
varios pisos, hasta donde pudo, y agotado, esperó el ascensor. Quería llegar a
lo más alto, en un acto casi por instinto, y se jugó por lo que consideró lo
más racional. Había sólo dos posibilidades, o lograba llegar a la cima, o
simplemente seguiría su vida al igual que los demás, enajenado de su propia
conciencia.
Presionó
los botones del ascensor con desesperación. Entró, los segundos parecían
minutos, y minutos horas. Buscaba respirar o asimilar de alguna manera
coherente lo que había descubierto, pero algo le neutralizaba su mente en ese
mismo instante con confusas ideas sin sentido.
Cuando por fin llegó a la ansiada cima, notó
que su cuerpo se hacía más y más ligero, mientras una intensa luz le rodeaba.
Todo transcurría en cuestión de segundos, mientras su cuerpo era absorbido por
la luz, perdiendo prontamente la conciencia.
Para
cuando despertó, estaba en una sala, parecida a un hospital, de color blanco,
sin muebles, y sin muros ni techumbre, todo era intensamente blanco, y extremadamente
suave. Se sentía liviano, con una sensación de libertad y paz plena, pese a que
no podía moverse.
Al poco
rato, sintió la supuración de un líquido viscoso y cálido desde su oído, que se
escurrió por detrás de su cuello. No sabía lo que era, pero luego de eso,
sintió que algo se desplazaba lentamente sobre su mejilla, con forma de capullo
que se arrastraba en un intento de llegar a su boca.
Apretó sus labios con recelo, y la
criatura cambió de dirección, directo hacia su nariz. Trató de pedir ayuda,
pero no podía hablar. Inmóvil su desesperación ante lo desconocido, le hizo
reaccionar, sacudiendo su cabeza fuertemente, quedando el bicho cerca de su ojo.
Inmediatamente comenzó a sentir
voces a su rededor, a la vez que la habitación se llenaba de seres gigantescos,
que con la misma viscosidad, le sujetaban con fuerza, inmovilizándole casi por
completo. No entendía lo que decían de principio, pero en la medida que pasaba
el tiempo, sus sentidos se intensificaban a un nivel que no era capaz de
entender.
-
Cámbialo ya!...
Fue lo
único que apenas logró entender de una de las frases que escuchaba en un
extraño dialecto, mientras su mente se despejaba cada vez más, con asombrosa
agudeza.
-
Ahora…!
Fue lo
último que logró entender hasta que su cuerpo y su mente se desvanecieron en un
profundo sueño.
Al despertar,
estaba sentado en una banca, con una suave música en sus oídos y una naranja en
su mano derecha. Desorientado, miró su reloj, y sintió el apuro de su jornada. Guardó
su fruta en un bolsillo y rápidamente se incorporó, dirigiéndose raudamente a
paso ligero hacia sus labores, sus
rutinas, y sus deberes, perdiéndose entre la multitud, siguiendo los
pasos de una vida “normal” y cotidiana.
1 comentario:
Hola, que buen texto. Escribes muy bien, intenta darle un giro a la historia o ir un paso más allá.
¡Saludos!
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