La embriaguez yacía en su mente, era de tarde, y de pronto, tras un mensaje inesperado, lo que percibía se volvió casi real. Confuso e intrigado, quiso aislar su mente y se sentó en un cómodo sillón, con sus brazos apoyados en cada lado, sin hacer nada más que simular lo cotidiano, mientras una extraña brisa se hacía presente.
Como una nebulosa se desplazó lentamente ante sus ojos y le envolvió, extendiendo sus extremidades sobre su rostro, a lo cual solo guardó silencio y esperó. Parecían frágiles manos que acariciaban delicadamente su rostro, su pelo, que luego, suavemente se desplazaban con un dejo de extraña libertad y timidez a la vez. Sólo en la quietud de la nada pudo apreciar la calidez de su voz casi imperceptible mencionando su nombre una y otra vez, en la cercanía de su rostro y de sus propios labios, para luego bajar poco a poco ante su asombro. Se mantuvo quieto, y observó con cuidado el delicado movimiento del aire que le envolvía, que recorría cada rincón de su ser, como queriendo conformar la ansiedad de un momento intangible, sutil y único.
Nada había, más que la soledad de unos pocos minutos que se hicieron especiales, por el solo hecho de sentir más allá de lo inimaginable, aquella cálida brisa de una tarde.
Como una nebulosa se desplazó lentamente ante sus ojos y le envolvió, extendiendo sus extremidades sobre su rostro, a lo cual solo guardó silencio y esperó. Parecían frágiles manos que acariciaban delicadamente su rostro, su pelo, que luego, suavemente se desplazaban con un dejo de extraña libertad y timidez a la vez. Sólo en la quietud de la nada pudo apreciar la calidez de su voz casi imperceptible mencionando su nombre una y otra vez, en la cercanía de su rostro y de sus propios labios, para luego bajar poco a poco ante su asombro. Se mantuvo quieto, y observó con cuidado el delicado movimiento del aire que le envolvía, que recorría cada rincón de su ser, como queriendo conformar la ansiedad de un momento intangible, sutil y único.
Nada había, más que la soledad de unos pocos minutos que se hicieron especiales, por el solo hecho de sentir más allá de lo inimaginable, aquella cálida brisa de una tarde.
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