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Pasaba de ver a un amigo, cuando una simple idea pasó por la mente en aquel enorme recinto. Era casi medio día, y mientras caminaba por un pasillo, recordó de improviso una menuda figura y pese a su constante melancolía, con buen ánimo se hizo de valor y le visitó.
Miró a la distancia entre muro y muro, y se acercó con cierto toque de cautela, algo se vislumbraba a lo lejos, y siiii, si estaba, y se acercó con sigilo. Cuando llegó, se quedó quieto un instante, parado delante un poste, en total silencio, observando, tratando de no interrumpir, pero qué más daba, no tenía nada de malo. Toc toc, toc, se sintió despacito tres golpecitos discretos sobre el duro metal de unas delgadas puertas, mientras aquella criatura se estiraba cada vez más hacia la cercanía de una pantalla a más no poder, trabajaba y su concentración era imperturbable. No obstante, de improviso, ella volteó, y su pálido y dulce rostro se iluminó con una sonrisa impensable. Sin perder un segundo se puso de pié y sin dudar extendió sus delgados brazos llenos de regocijo que contagió sin tapujos. Fue un abrazo breve, limpio, sincero, y sobretodo alegre, escasos segundos que parecieron eternos pero increíbles. Toda una sorpresa de alguien que al igual que el, rehuía de aquellos gestos, porque generalmente podían ser mal interpretados.
El se puso de cuclillas a su lado, y conversaron cosas cotidianas, el terremoto reciente, vacaciones, la familia, etc., temas que no duraron más de unos cinco minutos. Como siempre apurados. En realidad, las palabras estaban demás en esos escasos minutos, eran insignificantes ante lo confortable que era percibir un aprecio tan libre y tan limpio. El estaba seguro, la sensación era regocijo, no cabía duda.
Lo necesitaba, en un momento un tanto crucial, y tal vez ambos lo necesitaban. Lo cierto es que muchas veces nos encontramos con pequeños gestitos que hacen que la vida sea un mundo mejor y más feliz.
Que puedo decir...
Simplemente, gracias.
Miró a la distancia entre muro y muro, y se acercó con cierto toque de cautela, algo se vislumbraba a lo lejos, y siiii, si estaba, y se acercó con sigilo. Cuando llegó, se quedó quieto un instante, parado delante un poste, en total silencio, observando, tratando de no interrumpir, pero qué más daba, no tenía nada de malo. Toc toc, toc, se sintió despacito tres golpecitos discretos sobre el duro metal de unas delgadas puertas, mientras aquella criatura se estiraba cada vez más hacia la cercanía de una pantalla a más no poder, trabajaba y su concentración era imperturbable. No obstante, de improviso, ella volteó, y su pálido y dulce rostro se iluminó con una sonrisa impensable. Sin perder un segundo se puso de pié y sin dudar extendió sus delgados brazos llenos de regocijo que contagió sin tapujos. Fue un abrazo breve, limpio, sincero, y sobretodo alegre, escasos segundos que parecieron eternos pero increíbles. Toda una sorpresa de alguien que al igual que el, rehuía de aquellos gestos, porque generalmente podían ser mal interpretados.
El se puso de cuclillas a su lado, y conversaron cosas cotidianas, el terremoto reciente, vacaciones, la familia, etc., temas que no duraron más de unos cinco minutos. Como siempre apurados. En realidad, las palabras estaban demás en esos escasos minutos, eran insignificantes ante lo confortable que era percibir un aprecio tan libre y tan limpio. El estaba seguro, la sensación era regocijo, no cabía duda.
Lo necesitaba, en un momento un tanto crucial, y tal vez ambos lo necesitaban. Lo cierto es que muchas veces nos encontramos con pequeños gestitos que hacen que la vida sea un mundo mejor y más feliz.
Que puedo decir...
Simplemente, gracias.
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