21 marzo, 2010

La Campana 2


El despertador marcaba las 5:40 AM de un día sábado, algo diferente. Que desesperación la tensión que produce el saber que tienes que empezar el día temprano y no fallar con las actividades planificadas, por temas de puntualidad y compromiso que siempre van de la mano, y todo después de una noche calurosa de trasnoche hasta las 3:00 AM.

Presuroso, aún sin salir el sol, cogía algunas cuantas cosas, los bastones, el banano, ropa liviana, bebidas y barras energéticas, algo de fruta, y algún que otro utensilio liviano para empezar la travesía. Todo apurado, el tiempo volaba, ya sea vistiéndose, tratando de revisar algunas cosas en el computador y más encima un fuertísimo dolor de estómago que acompañaría todo el día.

Salía a tomar el colectivo, con muy poca gente en las calles tibiamente iluminadas, hasta llegar a una estación de metro y atravesar la ciudad hasta llegar al centro. Desde ahí, arriba en un bus contratado en dirección al cerro “La Campana” de no sé dónde, tras una nueva cima.

Todo iba bien, salvo por el dolor de estómago, pero el ánimo nunca decayó. Una travesía de hermosos parajes rodeados de palmeras gigantes fué lo más llamativo del lugar, y mucho verdor, el delicado trinar de algunas especies de la zona, una que otra vaca en el camino, y en ciertas partes, el sonido refrescante del agua que se escurría entre las rocas. Una caminata relativamente liviana, pero no menospreciable, de por lo menos unas tres a cuatro horas, ida y vuelta.

Muchísimas fotografías se fueron sacando mientras ascendíamos con el grupo de amigos, de por lo menos unas 12 personas, recuerdos de parajes que valdrá la pena compartir.

Durante el trayecto, en un momento dado el pensamiento se hacía a ratos melancólico e inundaba los sentidos, y aquellas imágenes vistas se iban transmitiendo por el sendero de los mensajes del universo.

Habían instantes en que un paraje se hacía especial, incluso una piedra, una flor, un riachuelo, un trinar, daba como para pensar en lo maravilloso que sería compartir esas vivencias. Una foto no es lo mismo, pues palidece ante la majestuosidad de una vivencia.

Indudablemente, pensar se ha vuelto algo inevitable. Mientras se camina, se dialoga, en paz y en silencio, paso a paso, pero contento.

Ya en la cima, el premio mayor, una cascada, un hermoso paraje natural disponible para todo turista o visitantes desde un mirador improvisado, artificialmente construído con unos troncos de madera y tablas. Algo espectacular, algo especial que pese al dolor y el cansancio, valió la pena lograr la tan ansiada cima.

De vuelta, ya prácticamente no se sacaban fotos, lo único que se espera es simplemente llegar pronto. Los pies dolían a más no poder, pero que es la vida sin dolor, el dolor nos permite recordar lo que en un momento dado es tan especial, que por siempre lo portamos en nuestro interior.

¿Un asado?... así era, y bueno, que se puede hacer, ser un poco humano y compartir tal como lo hacían los demás. Era curioso, pero por primera vez, al menos en mucho tiempo, probar el bouquet de un Cabernet Sauvignon mientras se está fuera de casa y con amigos resultaba un tanto extraño, para una persona que en esencia no bebe, o no suele asociar muy a menudo estas cosas.

El tiempo transcurría tan rápido, todo acelerado. Al parecer es el mal de las grandes ciudades, donde no hay tiempo para nada, para trabajar, para dormir, para estar un rato solo y tranquilo, para meditar, para conversar, para soñar, para vivir, etc… Puede que sea sólo una apreciación pero así es.

Que ganas de poder dejar unos minutos para sí, detenerse un rato, para estar con lo que realmente se desea, pero en fin la vida es así. Siguiente parada, la familia, que ya había llamado con conspicua insistencia. Nuevo destino, la casa de un hermano, y para qué, para seguir comiendo.

Ahora ya son las 3:30 AM y en casita por fin, es tiempo de cerrar un día, lo que se pudo se pudo, y si no, ¿qué más da?, ya vendrá otro día mejor. Por ahora, guatita llenita, corazoncito contento, el cuerpo duele y el sueño se viene, mañana que nadie despierte, porque en sueños, otros paisajes se harán de la mano, como un nuevo camino, algo distinto, algo divino.

Bonitos y Gorditos.

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