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Introducción:
Todos tenemos historias, todos tenemos recuerdos, algunos recordarán más que otros, pero en general todos portamos marcas que se alojan en nuestras mentes, que no se borran, y que mientras más ocultamos, más nos siguen. Este relato, es un extracto de la vida real, vivida en carne propia, que seguramente se repite de alguna u otra forma para muchos. La única diferencia, es si somos capaces de administrar, bajo el prisma de la comprensión, nuestros propios temores, más allá de nuestra propia historia.
Relato:
Fue un día como cualquier otro, le visitaba de vez en cuando, ella ya muy anciana, con más de noventa y cinco en el cuerpo, casi postrada, un rostro algo penoso, con la vista perdida en el horizonte de sus recuerdos. Aquel día yo me acerqué a ella, levemente eufórico tratando de ser amable y simpático, dije “Hola Máaaama”, estilo italiano, abrí mis brazos de lado a lado, y me acerqué a su lecho, ella empuño tímidamente sus pequeñas y delgadísimas manos, se aferró con todas sus fuerzas a sus sábanas y se arrinconó como pudo en una esquina. Sólo me dijo: - ¿Y quién es usted? Me miró con miedo, mucho miedo. Sus ojos muy abiertos, trataban de ver lo que ya no podía. Ya no me conocía, ella que fue para mí una madre en todo el sentido de la palabra, me cuidó por tantos años, a su manera claro, alimentación, abrigo y lecho que alguna vez dejé cuando muy niño.
Luego, me incliné despacio, cerré mis brazos, me acerqué, cogí su mano con cuidado y besé su rostro con total cariño y comprensión, entonces se calmó.
Fueron apenas escasos segundos, pero lo suficiente como para darme cuenta de su historia, un fragmento de su pasado que aún guardaba, estaba ahí en su mente y en su corazón, con mucho temor por cierto. Fue apenas un breve instante, suficiente como para comprender el porqué de muchas cosas.
Ella era una Leo, fuerte y vigorosa, llena de energía y voz de mando, era un matriarcado absoluto en su proceder, con sus propios egoísmos naturales y propios de cualquier ser humano, pero de un gran corazón, nunca salía a la calle, más allá de la puerta de la casa, tampoco dejaba que nadie lo hiciera.
Hacía rico pan, empanadas, dulce de membrillo, entre muchas otras cosas, constantemente teníamos visitas, a diario y sobre todo, cada fin de semana. Yo solía sentarme en sus pies, tal como alguien se refugia a la sombra de un árbol, mientras me pasaba un pedacito de la masa que preparaba con sus fuertes manos.
Siempre pensando en los demás, y que curioso, los demás le temían, le respetaban también, y le querían, pero su palabra era ley, una ley ineludible. Miró siempre con desconfianza al mundo “exterior”, y protegió excesivamente a quién “le pertenecía”, prácticamente aislándolos del mundo ajeno y corroído, a sus ojos, para que nadie le hiciera sufrir. Tal vez tenía razón, pero aún así, era excesivo el cuidado. Que curiosa es la vida, ahora ya nadie le visita, sólo yo.
En fin, ella siempre fue una buena persona, una persona a la cual le debo mucho, y que ahora en su soledad, se guarda en su refugio, con una historia jamás contada, pero que sin embargo, en un segundo pude leer, entre líneas, siendo toda una historia, de una vida que una vez fue.
Con mucho cariño, para mi viejecita.
Todos tenemos historias, todos tenemos recuerdos, algunos recordarán más que otros, pero en general todos portamos marcas que se alojan en nuestras mentes, que no se borran, y que mientras más ocultamos, más nos siguen. Este relato, es un extracto de la vida real, vivida en carne propia, que seguramente se repite de alguna u otra forma para muchos. La única diferencia, es si somos capaces de administrar, bajo el prisma de la comprensión, nuestros propios temores, más allá de nuestra propia historia.
Relato:
Fue un día como cualquier otro, le visitaba de vez en cuando, ella ya muy anciana, con más de noventa y cinco en el cuerpo, casi postrada, un rostro algo penoso, con la vista perdida en el horizonte de sus recuerdos. Aquel día yo me acerqué a ella, levemente eufórico tratando de ser amable y simpático, dije “Hola Máaaama”, estilo italiano, abrí mis brazos de lado a lado, y me acerqué a su lecho, ella empuño tímidamente sus pequeñas y delgadísimas manos, se aferró con todas sus fuerzas a sus sábanas y se arrinconó como pudo en una esquina. Sólo me dijo: - ¿Y quién es usted? Me miró con miedo, mucho miedo. Sus ojos muy abiertos, trataban de ver lo que ya no podía. Ya no me conocía, ella que fue para mí una madre en todo el sentido de la palabra, me cuidó por tantos años, a su manera claro, alimentación, abrigo y lecho que alguna vez dejé cuando muy niño.
Luego, me incliné despacio, cerré mis brazos, me acerqué, cogí su mano con cuidado y besé su rostro con total cariño y comprensión, entonces se calmó.
Fueron apenas escasos segundos, pero lo suficiente como para darme cuenta de su historia, un fragmento de su pasado que aún guardaba, estaba ahí en su mente y en su corazón, con mucho temor por cierto. Fue apenas un breve instante, suficiente como para comprender el porqué de muchas cosas.
Ella era una Leo, fuerte y vigorosa, llena de energía y voz de mando, era un matriarcado absoluto en su proceder, con sus propios egoísmos naturales y propios de cualquier ser humano, pero de un gran corazón, nunca salía a la calle, más allá de la puerta de la casa, tampoco dejaba que nadie lo hiciera.
Hacía rico pan, empanadas, dulce de membrillo, entre muchas otras cosas, constantemente teníamos visitas, a diario y sobre todo, cada fin de semana. Yo solía sentarme en sus pies, tal como alguien se refugia a la sombra de un árbol, mientras me pasaba un pedacito de la masa que preparaba con sus fuertes manos.
Siempre pensando en los demás, y que curioso, los demás le temían, le respetaban también, y le querían, pero su palabra era ley, una ley ineludible. Miró siempre con desconfianza al mundo “exterior”, y protegió excesivamente a quién “le pertenecía”, prácticamente aislándolos del mundo ajeno y corroído, a sus ojos, para que nadie le hiciera sufrir. Tal vez tenía razón, pero aún así, era excesivo el cuidado. Que curiosa es la vida, ahora ya nadie le visita, sólo yo.
En fin, ella siempre fue una buena persona, una persona a la cual le debo mucho, y que ahora en su soledad, se guarda en su refugio, con una historia jamás contada, pero que sin embargo, en un segundo pude leer, entre líneas, siendo toda una historia, de una vida que una vez fue.
Con mucho cariño, para mi viejecita.
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