08 diciembre, 2009

Platos (R)


Qué curioso, son las 14:05 de un día feriado, una sensación extraña me inunda, todo ocurre mientras lavo unos platos, nada especial, dos puertas se cierran abruptamente y con desenfreno. Necesito salir, entonces que hago, no lo tenía planeado, pero saldré, presiento una presencia, debo moverme, simplemente porque la vida es movimiento.

Hay Dios, es inevitable, porque la vida es todo esto, y mucho más. La música que escucho mientras escribo, me tranquiliza y abre mi imaginación, haciéndome tocar aquellos otros mundos que a su vez me tocan en sigilo.

Partimos entonces, como siempre, mi señora manejaba, algo muy útil por cierto. Nos dirigimos a lo cotidiano, cuentas y más cuentas, luego de eso, a visitar a nuestros respectivos padres.

Cuando llegué, por fin encontré paz, habían varios integrantes de mi numerosa familia, y entre ellos mi preciada madre, que cada vez que me ve, con sus ojillos denotando un esforzadísimo vivir, me miraba con una júbila sonrisa, que me transportaba a mi ausente niñez.

Besaba sus labios, y en un dulce abrazo trataba de obtener los recuerdos de su aroma que cuando niño nunca tuve. Miraba a mi viejecita, tan sabia como ella sola, capaz de reconocer en una sola mirada, mis angustias y mis penas, pese a mi ausencia, pese a mi carencia.

Sentí alivio, al tocar sus pequeñas manos, que obviamente ya no tenían la suavidad, producto de su eterno trabajo, y me sentí agradecido de la vida, por tenerla aún, muy cerca, pese a todo lo sucedido.

La vida es así, nos lleva por distintos caminos, pero algo siempre nos une, es una regla universal que nos identifica de alguna manera, para señalarnos que nunca debemos asustarnos de volver a vernos, porque pese a los años, mi madre siempre será mi madre, y yo, por siempre su hijos.

Entre muchos hermanos, quizás ella me vea con ojos distintos, pues fuí el único lejos de su lado, desde los dos años, pero aún juntos, aunque sea a ratos. Es un cariño innegable, abierto y sincero, que jamás debe ser motivo de conflicto, mucho menos de cuestionamientos. La cuestión se dio así no más, y nada cambiará eso. Pero sí que la hechaba de menos en aquellos años, independiente de haber estado con buenas personas, con otras historias, y otros destinos.

Conversamos de todo, o más bien, la escuchaba, porque los diálogos evolucionan, y quién tuvo 40 ya no es lo mismo a los 70. Es totalmente comprensible, y lo acepto, pero no puedo evitar sentir pena, que pase así de rápido el tiempo. Es inevitable, es para todos por igual, unos antes otros después, nada que hacer, para allá vamos todos. Y no por eso, se deja de querer.

Mi madre... su pálido rostro reflejado en el mío, y yo disfrutando de los pancitos, de los quequitos y postres que con destreza aún hace con magistral habilidad. El amor hacia un hijo, expresado a la antigua, con el encanto de una buena comida.

Ella, una mujer increhíble, como muchas otras madres, única para mí, quién o pide nada a cambio, y sólo le basta un momento, un instante, con sus hijos, quienes libres vuelan y rebolotean a su antojo, pero a su vez, de vez en cuando visitan su nido.

Madre, hay una sola.

No hay comentarios.: