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Recordaba aún, aquel centro comercial, y ahí mismo le percibí, entre la muchedumbre indiferente y enceguecida, todos viciados en sus propios asuntos, compras y trivialidades, que nadie le vio salir de la tienda.
Apenas era visible entre tanta gente, la angustia se vino como un destello, y le observé unos segundos. Estaba definitivamente sola, no había señal de sus progenitores.
Avanzó varios metros desde la salida de una tienda comercial, aún no sabía hablar con claridad, no tenía mucho más de tres años, y caminaba sola sin rumbo en busca de su papá.
Le seguí hasta detener su avance ya a varios metros de la tienda, y en cuclillas le pregunté:
- Dónde están sus papás?, Cuál es su nombre?
La pequeña me miraba con extrañeza, sin comprender mucho, y sólo balbuceó en un lenguaje extraño apenas entendible. Los que me acompañaban, también sintieron su angustia, o quizás la mía, agudizando aún más los sentidos.
Se decidió llevarla de regreso a la tienda. Aún no era capaz de ver lo delicada de su situación. Se habló con el guardia, el mismo que ciegamente como el resto, no se percató de nada. Entre tanta gente…, en fin. Solicitamos que llamara a la central y comunicara el hecho, y sin movernos de su lado esperamos… esperamos… esperamos…, minutos que parecieron eternos.
De pronto, entre la multitud, apareció un hombre de escaso pelo, vestido decentemente, con un rostro de preocupación extrema, y rasgos muy parecidos, apareció, con su rostro totalmente pálido.
Volvimos a preguntar a la niña si el era su papá, y confirmamos que así fuese. Así estuvimos varios minutos más. El hombre estaba igual que los demás, ciego en sus asuntos, pero a su vez angustiado. Seguramente una distracción, un segundo, tan sólo un instante de mirar para otro lado, y todo fue distinto.
El hombre muy agradecido, volvió a la muchedumbre, mientras le observábamos por última vez.
No sé que fue, pero la sensación de angustia nos envolvió de una forma inexplicable, y una historia pudo ser distinta para aquella niña. Bueno o malo, eso nunca lo sabremos. Pero si algo es seguro, es que los hijos siempre deben estar con sus padres, y sus padres siempre deben procurar no perder en ningún momento a sus hijos.
Unas menudas palabras quedan grabadas en mi mente, ”Papá… papá… Papito…”, palabras pequeñas alzadas con la “libertad” desolada e inocente, de unos pasos de niña.
Apenas era visible entre tanta gente, la angustia se vino como un destello, y le observé unos segundos. Estaba definitivamente sola, no había señal de sus progenitores.
Avanzó varios metros desde la salida de una tienda comercial, aún no sabía hablar con claridad, no tenía mucho más de tres años, y caminaba sola sin rumbo en busca de su papá.
Le seguí hasta detener su avance ya a varios metros de la tienda, y en cuclillas le pregunté:
- Dónde están sus papás?, Cuál es su nombre?
La pequeña me miraba con extrañeza, sin comprender mucho, y sólo balbuceó en un lenguaje extraño apenas entendible. Los que me acompañaban, también sintieron su angustia, o quizás la mía, agudizando aún más los sentidos.
Se decidió llevarla de regreso a la tienda. Aún no era capaz de ver lo delicada de su situación. Se habló con el guardia, el mismo que ciegamente como el resto, no se percató de nada. Entre tanta gente…, en fin. Solicitamos que llamara a la central y comunicara el hecho, y sin movernos de su lado esperamos… esperamos… esperamos…, minutos que parecieron eternos.
De pronto, entre la multitud, apareció un hombre de escaso pelo, vestido decentemente, con un rostro de preocupación extrema, y rasgos muy parecidos, apareció, con su rostro totalmente pálido.
Volvimos a preguntar a la niña si el era su papá, y confirmamos que así fuese. Así estuvimos varios minutos más. El hombre estaba igual que los demás, ciego en sus asuntos, pero a su vez angustiado. Seguramente una distracción, un segundo, tan sólo un instante de mirar para otro lado, y todo fue distinto.
El hombre muy agradecido, volvió a la muchedumbre, mientras le observábamos por última vez.
No sé que fue, pero la sensación de angustia nos envolvió de una forma inexplicable, y una historia pudo ser distinta para aquella niña. Bueno o malo, eso nunca lo sabremos. Pero si algo es seguro, es que los hijos siempre deben estar con sus padres, y sus padres siempre deben procurar no perder en ningún momento a sus hijos.
Unas menudas palabras quedan grabadas en mi mente, ”Papá… papá… Papito…”, palabras pequeñas alzadas con la “libertad” desolada e inocente, de unos pasos de niña.
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