El verdor tranquilo de un atardecer como siempre asombraba, con su música que con nostalgia cautivaba. Pero había que partir, y emprender prontamente el vuelo. El tiempo no se detendría, ni por un instante, y todo fluía sin miramientos, sin esperas, sin trabas, sin rezuelo.
Quería apreciar el paisaje, pero pasaba veloz como un trueno, como rayas tras la gruesa ventana, mientras el pensamiento sobre aquel sol extraño se encaprichaba bajo la música y un sueño.
Aquellos brazos largos, parecían extenderse más allá de lo que vemos, desde lejos, kilómetros eran, omnipotentes en el inmenso espacio, sin más, sin menos.
Pero ya era tarde, como siempre, tarde, inevitablemente tarde, odiosamente tarde, y aún así, todo se convertía en música suave que acompañaba, dibujando el clamor de una frase que con inquietante fuerza se impregnaba, bajo un sol extraño, y sereno.
La felicidad no se busca, simplemente se lleva consigo, y se contagia.
24 agosto, 2011
Sol Extraño
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