12 octubre, 2010

Síntoma

Miro al cielo y escudriño aquellas figuras circulares de nubes blancas que anuncian nuevos tiempos, o por lo menos intentos. El “destino” inserto en la incertidumbre de qué será mejor. El síndrome del padre ausente se acentuará por la distancia, por la responsabilidad, por nuevas y supuestas mejores expectativas. Valdrá la pena, si ya conozco el resultado de la soledad en que se deja a los seres queridos. No sé que es mejor, una cosa por otra, nada es gratis en esta vida. Porqué es así, porqué debe ser así, todo se mueve inevitablemente en cierta dirección, buscada o no, arraigado en las mentes de quienes aún recuerdo.

Tiempo, tiempo, tiempo, maldito tiempo que se escurre como vertiente entre los dedos, como quisiera detenerlo a veces, para contemplar el minuto eterno de aquella flor tenue y delicada que envuelve mis sentidos. Como se puede caminar descalzo, si todo parece tan frágil, como las hojas quebradizas que resecas abundan bajo la banca de mi suelo. Qué debo hacer para que todo resulte bien, si cada uno sin más, sólo cree su propio cuento.

Los cirrus apuntan el camino, más no se que es mejor, cuanto más tiempo quisiera yo, para aquello. Mi tiempo, un tiempo y el de ellos, un pensamiento que se fuga lejos como un sueño, como el de ayer, cuando vi las olas con mi hermana, y hoy veo sólo cemento. Luego me atrapa la rutina de siempre, volviendo de ese sueño, despierto bajo un cielo nublado que moja las calles de mis pasos que luego circundan al viento.

No siempre las cosas son como se quisiera, pero a veces pueden ser mejor, aún pese a lo que parezcan. Porqué conformarnos con menos, la ambición va de la mano, mientras el desplumar se hace evidente, en un viaje distinto, casi en un mismo lugar, pero con otro ritmo, con otro cielo.

Extraño, claro que extraño, así ha sido por mucho tiempo, no como otros que olvidan refugiados en una extensa pausa, sumidos en lo “suyo”, que de pronto se gatilla un despertar por otros aquellos. La ausencia de unos minutos, unos días, no se compara a la de siglos.

Somos diferentes, claro que sí, y si no fuese así no tendría gracia, es la diversidad que nos envuelve, que nos permite evolucionar y compartir de todo un poco, y de ese poco, algo bueno.

Sí, duele, mucho a veces, un síntoma que evidente se hace, cuando nos damos cuenta que no tiene principio ni fin, porque nunca empezó, y por lo tanto nunca termina, lo que en una forma extraña es, intangible, como un fantasma que no se ve, pero sin embargo, siento.

Es un síntoma, es un signo, es un después, es un luego.

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