![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhGY_-feRw4pAKCnY-XCkVZMRzWUAzqseHShxfdUES1zah3Lsf4FyizQdCiqJzQ1sTlR25rAJGkLzIKyHFKKtAsoCqb4oL_u7_v6Q8oXHP_F_7UXcNdws7MMaYF9YxiQm3gCqgk1w/s200/D%C3%ADa+propicio+nubes.jpg)
Introducción
Como muchas veces he comentado anteriormente, no todo es lo que parece, pero en este caso, si puede ser. Esta historia es un sencillo nacido de una actividad tan cotidiana como común, que sin embargo, comprende un universo de extraña satisfacción.
Día propicio
El lugar era propicio, ameritaba paz y tranquilidad, hacía algo de frío, y algo de calor también. Días raros, donde no se sabe si abrigarse es necesario, o desvestirse a su vez.
Ahí estaba, cobijada entre sus manos, denotando su sana textura, su aroma característico de su naturaleza apetecible, hermosa, y apreciable en todo su contexto.
No dudó, simplemente quiso darse un gusto, minutos que pudieron ser horas, pensó, y entonces sucedió. Poco a poco le quitó su armadura, su vestimenta, despojándola paño por paño, con la paciencia desesperante de un relojero, y de quién controla su sed y el hambre que ya sentía desde temprano.
Ya en su totalidad desprovista de su envoltura, procedió a desmenuzar su manto interior de color blanco. Sin más, ya deseaba su sabor dulce y suave, ácido y tenue, que quedaría impregnado en su boca, como si fuese un regalo.
Procedió con cautela, y la abrió con cuidado, como si se tratase de una flor que se deshace entre sus manos. Entonces ya no pudo esperar más, dejó de lado su eterna paciencia, y pese a su resistencia, su control, voló uno de sus dientes de un zarpazo. Fue rápido, hábil, sin vacilación, con la precisión de un cirujano. Estaba todo dado, siguió con lo demás, casi sin dudarlo.
Sus manos se mancharon, el líquido se escurría entre la carnosidad y la tierra ennegrecida en sus poros, con la inútil resistencia ante lo ya destinado. Sació en parte su sed, bebió su dulzor, su néctar necesario, y cuando acabó, no quedó más que sólo los paños, rotos y esparcidos en una bolsa negra sin rastro.
Esperó unos minutos, respiró hondo, miró el pasar de las nubes, a montones, en orden, como un grupo de soldados presenciando lo insólito, lo inesperado. Miró alrededor, aún sentía más necesidad, y no terminaría hasta saciarlo. Entonces, miró lo que estaba más a mano, y simplemente, cogió otra, devorándola de igual manera, casi sin pensarlo. Así pasaron las horas, y por lo menos las que aún quedaban, las quiso de inmediato.
Así fué la historia, naranjas dulces y jugosas, que disfrutó gajo por gajo, con paciencia eterna, contemplando un día distinto, un día tranquilo de su inusual descanso.
Como muchas veces he comentado anteriormente, no todo es lo que parece, pero en este caso, si puede ser. Esta historia es un sencillo nacido de una actividad tan cotidiana como común, que sin embargo, comprende un universo de extraña satisfacción.
Día propicio
El lugar era propicio, ameritaba paz y tranquilidad, hacía algo de frío, y algo de calor también. Días raros, donde no se sabe si abrigarse es necesario, o desvestirse a su vez.
Ahí estaba, cobijada entre sus manos, denotando su sana textura, su aroma característico de su naturaleza apetecible, hermosa, y apreciable en todo su contexto.
No dudó, simplemente quiso darse un gusto, minutos que pudieron ser horas, pensó, y entonces sucedió. Poco a poco le quitó su armadura, su vestimenta, despojándola paño por paño, con la paciencia desesperante de un relojero, y de quién controla su sed y el hambre que ya sentía desde temprano.
Ya en su totalidad desprovista de su envoltura, procedió a desmenuzar su manto interior de color blanco. Sin más, ya deseaba su sabor dulce y suave, ácido y tenue, que quedaría impregnado en su boca, como si fuese un regalo.
Procedió con cautela, y la abrió con cuidado, como si se tratase de una flor que se deshace entre sus manos. Entonces ya no pudo esperar más, dejó de lado su eterna paciencia, y pese a su resistencia, su control, voló uno de sus dientes de un zarpazo. Fue rápido, hábil, sin vacilación, con la precisión de un cirujano. Estaba todo dado, siguió con lo demás, casi sin dudarlo.
Sus manos se mancharon, el líquido se escurría entre la carnosidad y la tierra ennegrecida en sus poros, con la inútil resistencia ante lo ya destinado. Sació en parte su sed, bebió su dulzor, su néctar necesario, y cuando acabó, no quedó más que sólo los paños, rotos y esparcidos en una bolsa negra sin rastro.
Esperó unos minutos, respiró hondo, miró el pasar de las nubes, a montones, en orden, como un grupo de soldados presenciando lo insólito, lo inesperado. Miró alrededor, aún sentía más necesidad, y no terminaría hasta saciarlo. Entonces, miró lo que estaba más a mano, y simplemente, cogió otra, devorándola de igual manera, casi sin pensarlo. Así pasaron las horas, y por lo menos las que aún quedaban, las quiso de inmediato.
Así fué la historia, naranjas dulces y jugosas, que disfrutó gajo por gajo, con paciencia eterna, contemplando un día distinto, un día tranquilo de su inusual descanso.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario