![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjMHF95GROwEzgAAfBxjABkQGY9jVf8jyh1redlNC4AUwCNrmAhk_W5xFdOWqEf_D787_hQJFd8QKsuRYA04tmf3cfV4Pod2AfEw-CJgNPLq23r9DxYFEta66CayxziS3qohDpB5Q/s200/sable.bmp)
Sobre las enormes montañas se escuchaba la dulce voz de una pequeñita que peguntaba a su padre por el lugar donde se encontraban. El le abrazó con elocuente preocupación, dado que se habían sido tele transportados a ese lugar desconocido en forma repentina y sin aviso.
La niña más impetuosa quiso saber más del lugar, pero su temor natural le inducía a esperar a su progenitor. El hombre miró alrededor, y pudo contemplar un día radiante de un atardecer fresco y limpio. Su oído excepcional le indicaba cierta actividad tras el rocoso relieve, y prontamente se dio cuenta de que estaba en la cima de un volcán inerte. Los gritos lejanos y coordinados llegaban a sus oídos con mayor claridad, en la medida que subía un poco más.
Escaló un par de metros, lo suficiente como para ver el origen de los gritos, mientras su pequeña le pedía que no se asomara.
La niña más impetuosa quiso saber más del lugar, pero su temor natural le inducía a esperar a su progenitor. El hombre miró alrededor, y pudo contemplar un día radiante de un atardecer fresco y limpio. Su oído excepcional le indicaba cierta actividad tras el rocoso relieve, y prontamente se dio cuenta de que estaba en la cima de un volcán inerte. Los gritos lejanos y coordinados llegaban a sus oídos con mayor claridad, en la medida que subía un poco más.
Escaló un par de metros, lo suficiente como para ver el origen de los gritos, mientras su pequeña le pedía que no se asomara.
– No te preocupes, dijo el, con una sonrisa que calmó a la niña.
– Ven aquí, asómate con migo.
– No, no, papá, replicaba ella.
Cuando se asomó, pudo ver un paisaje impresionante por su colorido, profundidad y gran tamaño. Un grupo grande de jóvenes, practicando artes marciales, don distintos uniformes, en su mayoría rojos y negros, guiados por un censéis de gran habilidad.
El lugar estaba adornado con estatuas gigantes que similaban una especie de buda. Un piso impecablemente plano y limpio.
- Ven a ver esto, es magnífico - insistía el hombre.
Cuando se asomó, pudo ver un paisaje impresionante por su colorido, profundidad y gran tamaño. Un grupo grande de jóvenes, practicando artes marciales, don distintos uniformes, en su mayoría rojos y negros, guiados por un censéis de gran habilidad.
El lugar estaba adornado con estatuas gigantes que similaban una especie de buda. Un piso impecablemente plano y limpio.
- Ven a ver esto, es magnífico - insistía el hombre.
La niña se levantó con cierta timidez, motivada por el entusiasmo de su padre que contemplaba emocionado aquel lugar desconocido. Cuando pudo ver, la niña, quedó tan fascinada como su padre, y ambos comentaron con alegría, apuntando con el dedo distintas situaciones que se visualizaban.
Después de un rato, ya confiados, dado que no había aparente motivo de que preocuparse, se atrevieron y bajaron unos metros por un delgado camino que orillaba en el interior del volcán.
Todo iba bien, salvo por un detalle, el idioma. Las incomprensibles palabras surgieron feroces de quién guiaba al grupo de estudiantes, y fueron inmediatamente cercados. Sin muchas posibilidades la mayor preocupación era la niña que inmediatamente fue apartada de su lado. En su desesperación, forcejaba contra varios, casi imposibilitado de moverse, fue envuelto en un manto rojo de seda, liviano muy firme, y levemente transparente, quedando recostado en el piso.
En el ajetreo y el desorden que se produjo, uno de los sables cayó cerca del cuerpo del hombre que yacía envuelto en el piso. Como pudo, logró escabullir una de sus manos entre las telas, a la vez que era observado por el maestro, quién se acercó de inmediato.
El maestro se rodeó de varios discípulos, y los a cayó de un solo grito, enérgico y en seco. Todos quedaron mirando al hombre que luchaba aún por alcanzar el sable a su lado. De pronto, el maestro dijo: - Si logras zafarte, soltaré a la niña -. Todos rieron.
El hombre, que tenía también su rostro cubierto por la tela, apenas podía respirar. Se contorneó de una forma extraña, que exaltó a uno de los estudiantes que se aproximó para atacarlo y terminar de una buena vez con el intento. La mano se extendió más allá de lo esperado, y logró coger el sable, que con ágil movimiento de muñeca, giró evitando a envestidura del joven. El maestro gesticuló una sonrisa en su rostro, que no fue notada por el resto, y le miró con atención.
El joven atacante, tenía su sable prensado entre el piso y a un costado del cuerpo del hombre, salvando así el acongojada situación. Casi con desesperación, pero preescisión, levantó dolorosamente el sable con la punta de sus dedos, y lo dejó caer en su costado, aprovechando como guía el otro sable enterrado al piso. Cortó así sus vendas, y logró retirar gran parte del género que le aprisionaba. Se puso de pié, retirándose rápidamente la venda que le cegaba. Buscó con su vista en forma desesperada hasta encontrar a la niña, se vio rodeado de un grupo numeroso que lo circundaba y que indudablemente no le dejaría pasar.
Empuño con notoria fuerza el sable que cogió instintivamente entre sus manos. Conciente de no tener los conocimientos necesarios para su uso, la adrenalina se acentuó en su mirada que se fue transformando en furia y angustia a la vez. Miró al maestro fijamente a los ojos, con un tono desafiante. El maestro dijo algo en voz baja, e inmediatamente soltaron a la niña, quién corrió hacia su padre.
- Bien hecho -, dijo el Maestro. Este ha sido tu primer día, y todos se desvanecieron.
Después de un rato, ya confiados, dado que no había aparente motivo de que preocuparse, se atrevieron y bajaron unos metros por un delgado camino que orillaba en el interior del volcán.
Todo iba bien, salvo por un detalle, el idioma. Las incomprensibles palabras surgieron feroces de quién guiaba al grupo de estudiantes, y fueron inmediatamente cercados. Sin muchas posibilidades la mayor preocupación era la niña que inmediatamente fue apartada de su lado. En su desesperación, forcejaba contra varios, casi imposibilitado de moverse, fue envuelto en un manto rojo de seda, liviano muy firme, y levemente transparente, quedando recostado en el piso.
En el ajetreo y el desorden que se produjo, uno de los sables cayó cerca del cuerpo del hombre que yacía envuelto en el piso. Como pudo, logró escabullir una de sus manos entre las telas, a la vez que era observado por el maestro, quién se acercó de inmediato.
El maestro se rodeó de varios discípulos, y los a cayó de un solo grito, enérgico y en seco. Todos quedaron mirando al hombre que luchaba aún por alcanzar el sable a su lado. De pronto, el maestro dijo: - Si logras zafarte, soltaré a la niña -. Todos rieron.
El hombre, que tenía también su rostro cubierto por la tela, apenas podía respirar. Se contorneó de una forma extraña, que exaltó a uno de los estudiantes que se aproximó para atacarlo y terminar de una buena vez con el intento. La mano se extendió más allá de lo esperado, y logró coger el sable, que con ágil movimiento de muñeca, giró evitando a envestidura del joven. El maestro gesticuló una sonrisa en su rostro, que no fue notada por el resto, y le miró con atención.
El joven atacante, tenía su sable prensado entre el piso y a un costado del cuerpo del hombre, salvando así el acongojada situación. Casi con desesperación, pero preescisión, levantó dolorosamente el sable con la punta de sus dedos, y lo dejó caer en su costado, aprovechando como guía el otro sable enterrado al piso. Cortó así sus vendas, y logró retirar gran parte del género que le aprisionaba. Se puso de pié, retirándose rápidamente la venda que le cegaba. Buscó con su vista en forma desesperada hasta encontrar a la niña, se vio rodeado de un grupo numeroso que lo circundaba y que indudablemente no le dejaría pasar.
Empuño con notoria fuerza el sable que cogió instintivamente entre sus manos. Conciente de no tener los conocimientos necesarios para su uso, la adrenalina se acentuó en su mirada que se fue transformando en furia y angustia a la vez. Miró al maestro fijamente a los ojos, con un tono desafiante. El maestro dijo algo en voz baja, e inmediatamente soltaron a la niña, quién corrió hacia su padre.
- Bien hecho -, dijo el Maestro. Este ha sido tu primer día, y todos se desvanecieron.