29 octubre, 2010

Marcial


Sobre las enormes montañas se escuchaba la dulce voz de una pequeñita que peguntaba a su padre por el lugar donde se encontraban. El le abrazó con elocuente preocupación, dado que se habían sido tele transportados a ese lugar desconocido en forma repentina y sin aviso.

La niña más impetuosa quiso saber más del lugar, pero su temor natural le inducía a esperar a su progenitor. El hombre miró alrededor, y pudo contemplar un día radiante de un atardecer fresco y limpio. Su oído excepcional le indicaba cierta actividad tras el rocoso relieve, y prontamente se dio cuenta de que estaba en la cima de un volcán inerte. Los gritos lejanos y coordinados llegaban a sus oídos con mayor claridad, en la medida que subía un poco más.

Escaló un par de metros, lo suficiente como para ver el origen de los gritos, mientras su pequeña le pedía que no se asomara.


– No te preocupes, dijo el, con una sonrisa que calmó a la niña.

– Ven aquí, asómate con migo.

– No, no, papá, replicaba ella.

Cuando se asomó, pudo ver un paisaje impresionante por su colorido, profundidad y gran tamaño. Un grupo grande de jóvenes, practicando artes marciales, don distintos uniformes, en su mayoría rojos y negros, guiados por un censéis de gran habilidad.

El lugar estaba adornado con estatuas gigantes que similaban una especie de buda. Un piso impecablemente plano y limpio.

- Ven a ver esto, es magnífico - insistía el hombre.


La niña se levantó con cierta timidez, motivada por el entusiasmo de su padre que contemplaba emocionado aquel lugar desconocido. Cuando pudo ver, la niña, quedó tan fascinada como su padre, y ambos comentaron con alegría, apuntando con el dedo distintas situaciones que se visualizaban.

Después de un rato, ya confiados, dado que no había aparente motivo de que preocuparse, se atrevieron y bajaron unos metros por un delgado camino que orillaba en el interior del volcán.

Todo iba bien, salvo por un detalle, el idioma. Las incomprensibles palabras surgieron feroces de quién guiaba al grupo de estudiantes, y fueron inmediatamente cercados. Sin muchas posibilidades la mayor preocupación era la niña que inmediatamente fue apartada de su lado. En su desesperación, forcejaba contra varios, casi imposibilitado de moverse, fue envuelto en un manto rojo de seda, liviano muy firme, y levemente transparente, quedando recostado en el piso.

En el ajetreo y el desorden que se produjo, uno de los sables cayó cerca del cuerpo del hombre que yacía envuelto en el piso. Como pudo, logró escabullir una de sus manos entre las telas, a la vez que era observado por el maestro, quién se acercó de inmediato.

El maestro se rodeó de varios discípulos, y los a cayó de un solo grito, enérgico y en seco. Todos quedaron mirando al hombre que luchaba aún por alcanzar el sable a su lado. De pronto, el maestro dijo: - Si logras zafarte, soltaré a la niña -. Todos rieron.

El hombre, que tenía también su rostro cubierto por la tela, apenas podía respirar. Se contorneó de una forma extraña, que exaltó a uno de los estudiantes que se aproximó para atacarlo y terminar de una buena vez con el intento. La mano se extendió más allá de lo esperado, y logró coger el sable, que con ágil movimiento de muñeca, giró evitando a envestidura del joven. El maestro gesticuló una sonrisa en su rostro, que no fue notada por el resto, y le miró con atención.

El joven atacante, tenía su sable prensado entre el piso y a un costado del cuerpo del hombre, salvando así el acongojada situación. Casi con desesperación, pero preescisión, levantó dolorosamente el sable con la punta de sus dedos, y lo dejó caer en su costado, aprovechando como guía el otro sable enterrado al piso. Cortó así sus vendas, y logró retirar gran parte del género que le aprisionaba. Se puso de pié, retirándose rápidamente la venda que le cegaba. Buscó con su vista en forma desesperada hasta encontrar a la niña, se vio rodeado de un grupo numeroso que lo circundaba y que indudablemente no le dejaría pasar.

Empuño con notoria fuerza el sable que cogió instintivamente entre sus manos. Conciente de no tener los conocimientos necesarios para su uso, la adrenalina se acentuó en su mirada que se fue transformando en furia y angustia a la vez. Miró al maestro fijamente a los ojos, con un tono desafiante. El maestro dijo algo en voz baja, e inmediatamente soltaron a la niña, quién corrió hacia su padre.

- Bien hecho -, dijo el Maestro. Este ha sido tu primer día, y todos se desvanecieron.



27 octubre, 2010

Puedo ver el Sol


Introducción

Curiosidades de la vida, iba en un colectivo y de pronto el encandilamiento por destello de un hermoso Sol tras las montañas, hizo que esta historia naciera así nada más.


Puedo ver el Sol

Puedo ver el Sol, en un atardecer maravilloso, lleno de magistral simetría, dando el aspecto de un arte trazado a manos repletas de nobleza.

Puedo ver el Sol. En la distancia, sobre el horizonte plagado de montañas que hacían una reverencia respetuosa a la esfera luminosa.

Puedo ver el Sol, y lo sé, porque ahora miraba aquella enormidad, incandescente, que podía disfrutar sin ocultar la vista.

Podía ver el sol, impetuoso y majestuoso, insolente y distante, directo al rostro encendido de sus llamas que lastiman.

Puedo ver el Sol, no como antes, y no como quisiera, pero si como ahora, que puedo ver más allá de un después y más acá de un ahora.

Puedo ver el Sol, con mis ojos parpadeantes, palpitantes y deseosos de conocer más allá de aquella frontera.

Puedo ver el Sol, como un punto, como un mundo, o como lo que más quisiera.

Puedo ver el Sol, con estos ojos cristalinos que a veces lloran.

Puedo ver el Sol, cuando alegre también estoy, mojado en el rocío de una primavera.

Podré ver el Sol, aún cuando ya no esté, o si aún estuviera.

Podía ver el Sol, y lo recuerdo bien, porque en ese entonces me inundaba la ceguera.

Puedo ahora ver el Sol, porque sé que hay algo más, y sé que si así es, así lo quisiera.

Puedo ver el Sol, por última vez que sea.

Puedo ver el Sol, alguna vez esquivo, y alguna vez cuando me quema.

Puedo ver el Sol, jugando y travieso en los saltos de una interminable carrera.

Puedo ver el Sol, aún cerrando mis ojos, como si presente en un manto naranjo estuviera.

Puedo ver el Sol, porque sé que aunque ya no esté, estará el brillo de tu estela.

Puedo ver el Sol, pese a que ya es de noche y sólo me acompaña, una estrella.

Puedo ver el Sol, aunque el tiempo ya se termina, porque así, un nuevo día comienza.

Puedo ver el Sol, puedo…

25 octubre, 2010

Negación

Introducción

No sé si alguien recuerde casi de memoria esta frase, y que definitivamente marcó un antes y un después en el mundo digital del cine y los conceptos abstractos de una supuesta “realidad”.

Textual

“Pero, como usted bien sabe... las apariencias pueden ser engañosas. Lo cual me lleva a la razón por la que estamos aquí. No estamos aquí porque somos libres. Estamos aquí porque no somos libres. Y no podemos escapar a la razón, no podemos negar el propósito, porque como ambos sabemos... sin propósito... no existiríamos. Fue el propósito lo que nos creó. El propósito nos conecta. Propósito que nos mueve. Nos guía, nos maneja. Propósito que define. Propósito que nos une. Nosotros estamos aquí por su culpa Sr. Anderson. Y estamos aquí para quitarle lo que usted trató de quitarnos a nosotros. Propósito” .

Bueno, esta historia, sólo pretende mostrar que de vez en cuando nos encontramos ante un destello de luz, que ilumina nuestra percepción, y nos hace ver aquella realidad que no vemos, o que dejamos de lado por una razón.

Negación

El santuario vestía de gala, así como también los invitados que eran testimonio de una ceremonia única. La emoción embargaba su ser por completo, y pese a las tradiciones, la decisión fue encaminada por el tesón de avanzar, sin esperar a nadie, y sin mirar atrás, desafiante, contra viento y marea. Era un breve instante en la vida, dónde todo en un minuto podía cambiar con un sí, o un no.

No obstante, y pese a lo ya formado, por algún poderoso motivo, hubo un tiempo en que por escasas ocasiones, paso en frente de una antigua vivienda sin poder ver lo que tanto entrañaba, desde su nave, mirando discretamente, entre curiosidad y anhelo. Pero todo era cuestión de tiempo, y por efectos naturales, fue olvidando, siguiendo la ruta de su propio camino decidido.

Una infantil envergadura yacía perpetua en aquella vivienda, era un claustro erguido en la convicción de las referencias. Aún vertía su inocencia aferrado a un manuscrito, bajo la amarillenta lumbre de una ampolleta, aún recordaba el aletear de una abeja en lo más absurdo de su propia timidez. Aún era infante, con los temores normales de un niño que se negaba a obedecer, sin la claridad de un futuro, sin los recursos afectivos necesarios en todo ser humano, de quienes le abandonaron desde muy pequeño.

No obstante, inevitablemente la vida prosiguió, y lo lógico sucedió, después de un tiempo, ya nunca más fue visitado. Entonces, por un lado, sintió alivio, y por otro, sintió nuevamente abandono. Escudriño en su interior, y alivió su pesar en duro entrenamiento. Comenzó con lo más básico, ejercicio, que lo acercó más hacia a otra fuente de dolor, físico distrayéndole de aquel que le menoscababa. Con paciencia, poco a poco se fue reconstruyendo y elaboró con sabiduría, una alternativa. Entonces sacó una cuchara de su bolsillo y empezó a excavar con la tenacidad de una hormiga, pero sin su paridad. Con obstinación casi imperceptible acotó lo recibido, aún sin estar de a cuerdo, mientras la luz de su ampolleta encendía su rostro cada noche, cada mañana, en una dirección incierta hacia un mundo mucho más amplio, más variado, más fiel.

Con el tiempo, conoció lo que tenía que conocer, lo cual prendió su ánimo, su espíritu y su esfuerzo ya tendría dirección. No obstante, sus tímidas manos cogieron el tenor de un canto sujeto a un poste, y con cierto dejo de duda, escuchó. Era su último hálito, en donde recibió, de una voz extraña, una nueva y contundente realidad, que mudo le dejó.

Ya nada más podía hacer, y todo estuvo claro. Entonces, otro santuario se abrió, con lo cual finalmente se quedó. Era un mundo propio y sagrado, de lo cual nunca más se apartó, destrozando los últimos vestigios de una realidad lejana, que nunca le esperó.

La “libertad” de una nueva “realidad”, en un mundo donde la “vida” se construye en base a una razón que nace de una negación no formulada.
“No estamos aquí porque somos libres. Estamos aquí porque no somos libres.”

20 octubre, 2010

Antumbra: Parte II

Introducción
Mis disculpas por esta historia inconclusa, pero necesito escibir este borrador inicial, ya que de otra forma no la podré continuar.
El tiempo pasa muy de prisa, y sé que faltan imágenes e introducción en mucho de los textos creados.
Para quienes leyeron Antumbra I, esta es la continuación.
Antumbra: Parte II

Tan rápido como aparecía el sol entre las montañas, tan rápido la noche se dejaba caer con su manto de oscuridad. Detenido en lo alto de un edificio, una figura alargada permanecía inmóvil, observando las rayas amarillentas que como hilos oblicuos destellaban sobre las calles eternas del apuro. Su vista paciente y ya calma, presagiaba un razonamiento que permitía ver el futuro de años, como el parpadear de unos pocos segundos.

Se quedó un instante, pensativo como siempre, respiró hondo tres veces y lo que parecían escasos segundos, fueron varias horas de otros.

Intuía que las facultades del tiempo estaban siendo alteradas deliberadamente, ya que la la percepción del mismo había variado notoriamente en la especie humana. La evolución era un tema que se escapaba de las manos a pasos cada vez más acelerados, y eso era un tema que concientemente estaba previsto. No obstante, el observador, era el único que podía percibir aquellos cambios, y entendía el propósito temeroso de los superiores por querer contener lo incontenible.

De pronto, aquel ser erguido, estiró su mano, y las luces en su totalidad se detuvieron. Entonces extendió sus alas y se precipitó por los aires, sin ser visto.

Tras varios kilómetros recorridos, se adentró en un túnel férreo, en donde se dispuso con paso tranquilo y pausado, aproximándose a un destello luminoso apenas a unos cien metros de él. Ahí lo vio, estaba recogido, su cuerpo denotaba clara evidencia de una dura batalla. Se quedó a su lado sin pronunciar palabra, porque simplemente era innecesario, ya que sólo bastó su cercanía para determinar el origen de sus heridas.

Levantó su rostro un instante, y pudo identificar restos de un aroma familiar, sin dudarlo volvió a extender sus alas en tono amenazante y extendiendo su mano se fue por el túnel a gran velocidad. No debía ser visto, su rapidez era su aliada, y en cuestión de segundos se adentró en el último carro del tren aún en marcha.

Sin que nadie lo notara, abrió una puerta lateral con total facilidad, desplomando el seguro sólo con la fuerza de sus manos. Se adentró caminando, con la calma que lo caracterizaba, y observó un desordenado y sucio vagón abandonado. Procedió con excesiva precaución hacia el siguiente vagón, y luego el siguiente, y el siguiente, encontrando a su paso el mismo desolado panorama. Las manchas rojizas rebozaban el lugar entre restos irreconocibles retorcidos y esparcidos en los asientos destrozados.

Ya faltaba poco, y una sensación le detuvo en la penúltima puerta, la que abrió con aún más cuidad que las anteriores. Ahí fue cuando entonces…

CONTINUARÁ

19 octubre, 2010

Centavos

Introducción

Recordaba una anécdota de infancia, inocua por cierto, cuando aún se usaban esas monedas antiguas seudo octogonales, escudos de aquella época. Bueno, esta historia nace de un vago recuerdo que surgió de pronto, sin alusiones de ninguna especie, y que solo pretende indicar que al final, siempre hay una reflexión, y por su puesto, una interpretación.

Centavos

Corría desordenadamente con una bolsa de género en la mano que casi arrastraba por los suelos, y algunos centavos en la otra, tenía apenas cinco años de edad. Se adentró en una panadería cercana a la casa, donde un hombre obeso y grande atendía su local como era de costumbre, cada día. El niño extendió su pequeña y pálida extremidad a través de su manga corta y entregando sus escasas monedas pidió su encargo de siempre, pan y algo para el pan.

El hombre entrecruzado de brazos y apoyado en el mesón, lo miró y vio que lo que no le alcanzaba porque lo que compraba costaba 15 centavos, y le explicó, - Ey!, jovencito, aquí hay 5 centavos de diferencia-. El niño lo quedó mirando y en su inocencia sólo atinó a decir “no importa, después me los da”. El hombre lo observó con cierta insistencia. El jamás había fiado, o recibido de menos, negocios son negocios, como el siempre se decía, pero se conmovió, seguramente por la naturalidad del pequeño. Entonces cedió a su petición, otorgando lo que el pequeño necesitaba. Eran apenas unos centavos, que finalmente recogió sin mirar, dejándolos sobre el mesón.

Después de un buen rato, cuando el hombre ya se prestaba a cerrar, y mientras hacía caja, vio sobre la mesa las monedas del niño que había dejado desparramadas pero juntas sobre el mesón, las cogió con cierta intriga y sorpresa. Había exactamente 20 centavos. Las miró, estuvo silencio por algunos minutos, y moviendo su cabeza de lado a lado, las recogió, guardándolas como un preciado tesoro, que para sí dejó.

18 octubre, 2010

Intercomunicador

Abrió su intercomunicador entre la muchedumbre en movimiento, levemente apretujado se ubicó en su rincón de costumbre y se dispuso a leer un poco. Centró su vista en las pequeñas letras multicolores que describían con cierto lujo de detalle algo muy personal. Las palabras encendidas y galopantes seguramente buscaban un propósito en sus acalorados descritos, vertidos quizás, por la necesidad de una reacción.

Fueron breves minutos de una total soledad, pese al bullicio de la gente al rededor. Aquella imagen de pureza aún vívida en su mente, se trizaba con palabras que se fueron cabalgando en su mente durante todo aquel día, desquiciando y martirizando su preciado sueño, aquel que nunca diría.

Se sintió extraño, enajenado y absurdo. Lo que pensaba tan sagrado para sí, parecía menoscabar y despreciar aquella niñez que un día encontró, como si fuese la suela de un zapato, que jamás calzó.

Entonces, su sensibilidad se refugió en lo más profundo de su interior, y con un dejo de suma pena, cerró su intercomunicador.

15 octubre, 2010

Sueños duales


El lugar era algo oscuro, estaba armoniosamente dispuesto, muchas mesas alrededor con sus manteles blancos y adornados de ciertos dibujos oblicuos poco saturados. Los cubiertos finos, metálicos de una sola pieza, cada uno, armonizaban perfectamente con las finas servilletas que en forma de flor complementaban armoniosamente el orden impecable de las mesas a la luz de las velas. La música alentaba a los visitantes hacia una pista improvisada y algo estrecha, al ritmo de una salsa suave que paulatinamente iba incrementando en intensidad.

Prendida de su mano estaba quién de su descendencia jamás se apartaría, bella, esplendorosa, como nunca le había visto, era una ocasión especial, única y distinta, donde compartimos, conversando y comentando sobre el bonito lugar y los detallados preparativos de las personas circundantes.

En un momento dado, algo sucedió, ella se apartó por una razón, y se perdió ente la muchedumbre. Dijo que pronto volvía, por tanto el se quedó observando a la animosa banda en vivo sobre el escenario. Pasaron así varios minutos, y de pronto la vista se clavó en unas escaleras de grueso madero, ubicadas casi al centro del enorme local, las cuales comunicaban con un subterráneo.

Con curiosidad inquietante se acercó, desde el fondo pudo escuchar otra música que también le pareció llamativa. Miró una vez más y sin dudarlo mucho, dado el tiempo, bajó.

El lugar era mucho más oscuro esta vez, iluminado apenas con unas pocas luces que desprendían del escenario. Le pareció divertido ver los preparativos de algunos tramoyistas, por lo cual se quedó un rato a observar, discreto, vestido de negro, y entusiasmado se sentó en la escalera a observar a través de los robustos maderos, a unos 10 metros del escenario.

El lugar, que en un comienzo era holgado, se fue llenando en la medida que la función empezaba. Las luces se apagaron por completo, y de pronto una llama encendida en concordancia con la música, dio el inicio al ritmo místico de los compases. Luego, un conjunto de luces simultáneas prendió el lugar, muy alegórico y energético todo, con las mismas características, mientras las figuras estilizadas de los jóvenes danzantes se desplegaban en concordancia coordinación sobre el escenario, mientras algunos instrumentos de gran magnitud se fueron incorporando en conjunto con algunos arsenales escénicos.

El lugar estaba prendido, la gente empezó a saturar la escalera donde se encontraba, hasta el punto de sentir la incomodidad del peso insostenible de los que al igual que el, contemplaban con entusiasta despreocupación. Entonces se levantó, bajó a la pista inmediata que sólo estaba iluminada con algunos efectos láser, semejando círculos multicolores sobre el piso.

Mientras avanzaba unos pasos, se encontró frente a frente con un viejo amigo, muy bien vestido, enchaquetado y bien encamisado. Le saludó con discreción alegre y escueta, iba acompañado y dado el flujo imparable de la multitud no era práctico detenerse. Así, rápidamente se despidieron siguiendo cada quién su camino.

El lugar estaba repleto, casi asfixiante, entonces subió por el mismo lugar de acceso, y caminó hacia la mesa, definitivamente mucho más despejado que donde estaba hace un rato.

A la distancia, unos blancos dedos se agitaban con cierta delicadeza y entusiasmo a la vez, acercándose entre la muchedumbre. - Aquí, aquí. Entonces le vió, y cuando se acercó, su vestimenta era distinta, cosa que le pareció algo inusual, dado que no llevaban ropa de cambio. – Por fin te encuentro -, dijo, con notoria preocupación en su voz, - llevo una semana viniendo a este mismo local con la esperanza de encontrarte.

Sus palabras detonaron un dejo extraño que produjo en el un silencio incomprensible. Trataba de entender el porqué, y ella también. Entonces preguntó, ¿Pasaron muchos minutos?, - Minutos! Replicó ella con incertidumbre. - Estabas desaparecido, desde hace una semana, nadie sabía de ti, pregunté en todas partes, familiares, amigos, y nadie sabía nada de ti, ¿Estás bien? - ¿Qué sucede?, no entiendo, exclamó él, con un dejo de intriga, frunciendo su seño.

Nada tenía sentido. El entrecruzar de los brazos de ella acentuaba la tensión, mientras miraba las escaleras. – Aquí estuve. Miró el lugar de donde venía, percatándose que sólo estaba el esbozo de unas escaleras que no conducían a ninguna parte, siendo nada más que un adorno del lugar, sostenido sobre un piso de tablas.

Ambos se miraron un instante, y luego de unos segundos, el alzó su vista constatando con asombro que ya la oscuridad de la noche se iba. Era de día, el amanecer que le parecía lejano, iluminaba a través de una ventana su rostro posado en sus manos.

Era imposible. Nada tenía sentido.

Entonces despertó, miró su celular, totalmente apagado, sin batería, no había sonado, y como resorte se preparó sin más demoras, estaba atrasado. Ya cuando se despedía de su familia para ir a trabajar como era de costumbre, le comentó raudamente a su señora su sueño, y antes de que pudiera terminar, ella le contó exactamente el mismo.

14 octubre, 2010

34


Introducción

Con gran alegría, tras las últimas buenas noticias acontecidas, es que nace esta historia, con mucho cariño y respeto, haciendo posible el milagro de un encuentro inesperado, pero tan grandioso a su vez, como es, la vida.

34

La máquina de afeitar sonaba discreta entre las profundidades de un crujiente roquerío. La luz artificial y un espejo desgastado y manchado señalaban el momento de la liberación. Con nerviosismo impaciente y lleno de ansiedad, retocaba su mentón, afinando y puliendo su rostro lavado, sumido en sus últimos pensamientos ante su pronta salida. Escuchaba a lo lejos el ruido constante de un motor a setecientos metros de altura, que era opacado por la distancia y el estrepitoso despliegue funcional de los cables de seguridad que jalaban su único transporte disponible.

Estaba acostumbrado a la soledad, al silencio, al calor, a la dureza del terreno, al constante crujir de las rocas, que ya en su último momento, se permitió saboreó un instante más, aquella situación que le llenaría de fama, sin pretenderlo. Ya nada sería igual, saldría, a la luz pública en breves minutos, sin embargo no estaba preparado para ver el mundo con otros ojos que no fuesen los de un trabajador esmerado y sacrificado.

Cuando terminó, tocó su rostro para revisar una vez más su trabajo, momento en el cual detuvo su mano por algunos segundos, dejando su vista perdida en la nada. Recorrió todo lo que fue su vida en cuestión de segundos, un último vistazo a cada detalle, a cada momento de su historia, de su existencia, de su aventura. No dijo nada, hasta que uno de sus compañeros palmoteó su hombro diciendo: - Despierta hombre, es tu turno.

Con cierta ansiedad contenida por su riguroso entrenamiento, siguió el protocolo al pie de la letra. Se adentró en el carro que lo llevaría a la luz en una noche cálida y fría a la vez, provisto de sus anteojos oscuros, correas de seguridad y bien puesto su casco. Era un trayecto breve, de apenas unos cuantos minutos, pero toda una odisea, donde no habría mas espacio que el estrecho despliegue de sus pensamientos.

Mientras el carro subía, miró hacia arriba, sólo vio la oscuridad de un túnel estrecho, interminable, progresivamente curvo, como un tubo delineado con la precisión milimétrica, de los rasguños azotados en sus paredes, dando un fiel testimonio de fortaleza y perseverancia. Luego su vista se clavó en las paredes cercanas que iban bajando como líneas abstractas de múltiples formas y colores, cruzó entonces sus manos y esperó paciente que lo subieran. El olor irrespirable era apenas sostenible por cualquiera no acostumbrado a tales inclemencias, asfixiante, desesperante, para cualquier mortal no adaptado a vivir entre las rocas y la tierra húmeda.

Pero su deseo de libertad era más persuasivo. Pensaba en muchas cosas, y recordaba otras, detalles que él solamente tendría para los suyos, para sus amigos. Sabía que la pesadilla quedaría a tras, más no contaba con un último pasajero que le seguiría sin más.

Entre las sombras de sus recuerdos, estaba aquel rostro, el propio, el de sus compañeros, más un otro, que estuvo siempre presente, observando, tranquilo y sereno.

Ninguno sabía quién era, suponía que sólo el le había visto, puesto que nadie comentaba el tema, pero a ciencia cierta, cada uno se daba cuenta de que todos le presintieron. Seguramente, algún interludio farandulero les induciría a comentar en el exterior aquella experiencia, como si fuese una anécdota curiosa derivada de la intensa situación vivida, tan real como ellos mismos, pero que no obstante, son detalles que se reservarían.

El lugar ya vacío, sólo era acompañado de las luces que permanecían encendidas, a la vez que una cámara de video grababa cada minuto transcurrido los detalles de cada salida. Con el tiempo, la cámara captó cierto movimiento, ya cuando el lugar estaba totalmente vacío, casi del todo imperceptible. Era un último, que se quedó percibiendo la algarabía a lo lejos, desvaneciéndose entre las rocas por un camino distinto, un camino sin precedentes, más allá de la tecnología. Una presencia de la cual sólo quedaría el registro difuso y tenue, en las imágenes, en los sueños, y en el recuerdo eterno de aquellos 33 que fueron 34 un día.


Pd. Lo crean o no, este es sólo un relato, es un cuento, es ficción, es fantasía, pero cabe mencionar que en un milagro tan maravilloso, siempre hay algo más...


Con el tiempo, algún día, lo sabrán.

Estaremos pendientes...


12 octubre, 2010

Síntoma

Miro al cielo y escudriño aquellas figuras circulares de nubes blancas que anuncian nuevos tiempos, o por lo menos intentos. El “destino” inserto en la incertidumbre de qué será mejor. El síndrome del padre ausente se acentuará por la distancia, por la responsabilidad, por nuevas y supuestas mejores expectativas. Valdrá la pena, si ya conozco el resultado de la soledad en que se deja a los seres queridos. No sé que es mejor, una cosa por otra, nada es gratis en esta vida. Porqué es así, porqué debe ser así, todo se mueve inevitablemente en cierta dirección, buscada o no, arraigado en las mentes de quienes aún recuerdo.

Tiempo, tiempo, tiempo, maldito tiempo que se escurre como vertiente entre los dedos, como quisiera detenerlo a veces, para contemplar el minuto eterno de aquella flor tenue y delicada que envuelve mis sentidos. Como se puede caminar descalzo, si todo parece tan frágil, como las hojas quebradizas que resecas abundan bajo la banca de mi suelo. Qué debo hacer para que todo resulte bien, si cada uno sin más, sólo cree su propio cuento.

Los cirrus apuntan el camino, más no se que es mejor, cuanto más tiempo quisiera yo, para aquello. Mi tiempo, un tiempo y el de ellos, un pensamiento que se fuga lejos como un sueño, como el de ayer, cuando vi las olas con mi hermana, y hoy veo sólo cemento. Luego me atrapa la rutina de siempre, volviendo de ese sueño, despierto bajo un cielo nublado que moja las calles de mis pasos que luego circundan al viento.

No siempre las cosas son como se quisiera, pero a veces pueden ser mejor, aún pese a lo que parezcan. Porqué conformarnos con menos, la ambición va de la mano, mientras el desplumar se hace evidente, en un viaje distinto, casi en un mismo lugar, pero con otro ritmo, con otro cielo.

Extraño, claro que extraño, así ha sido por mucho tiempo, no como otros que olvidan refugiados en una extensa pausa, sumidos en lo “suyo”, que de pronto se gatilla un despertar por otros aquellos. La ausencia de unos minutos, unos días, no se compara a la de siglos.

Somos diferentes, claro que sí, y si no fuese así no tendría gracia, es la diversidad que nos envuelve, que nos permite evolucionar y compartir de todo un poco, y de ese poco, algo bueno.

Sí, duele, mucho a veces, un síntoma que evidente se hace, cuando nos damos cuenta que no tiene principio ni fin, porque nunca empezó, y por lo tanto nunca termina, lo que en una forma extraña es, intangible, como un fantasma que no se ve, pero sin embargo, siento.

Es un síntoma, es un signo, es un después, es un luego.

Miedo fecundo


Fin de semana largo, tres días consecutivos que para cualquiera significaría arrancarse a la playa, al campo, o salir de la ciudad como estampida que huye de su rutina. Otros sin embargo, prefieren la tranquilidad del hogar, todo es válido, cuando se tienen unos pocos días que valen la pena aprovechar. En mi caso, aproveché de ver a mi familia.

Por motivos casi circunstanciales, supe algo que no esperaba, porque después de tanto tiempo sin verla, estuve ahí, en aquel hogar donde nunca viví. Necesitaba una escusa liviana, que mejor, un pantalón deportivo que restauro en conjunto con la extensión de la familia, la mía que ayudó con devoción, y con atención a lo que sus palabras mencionaban en secreto.

Observé desde lejos, desde un rincón discreto, desde un poste quebrado que rompía el techo, empolvado por entero, lleno de tierra hasta los codos, pero siempre atento.

Entonces le observé, y pese a que muchas veces me dijo lo intensamente que me conocía desde niño, exteriorizó un sentimiento, uno que no tenía asidero, pero que sin embargo, estaba en su corazón inserto.

Su secreto a viva voz se ahogaba en un lamento, ninguna lágrima rodaría en la dureza de práctica mejilla, vista que de reojo me miraba de vez en vez con un dejo.

Un recuerdo martirizaba su pena, y aquel sentimiento que yo no esperaba, afloró sin freno. Entonces supe, ella me tenía miedo, sí, aquella mujer divina, aquella mujer santa, como santa es para cada hijo su madre inmaculada. Ella me temía, y pese a haber dicho enfatizadamente que me conocía como la palma de su mano, en realidad, no sabe quién soy, o mejor dicho que soy, o como reaccionaría ante su perturbador secreto.

Pero ella no sabe que yo siento, no mucho hablo, no mucho me habla, pero nos comunicamos en un mudo lenguaje de miradas imperceptibles, que encierran la verdad que tal vez ya conozco, o que tal vez no encuentro.

Ya sé que todos saben, de eso estoy seguro, más lo que sea que fuese ya pasó, sin vuelta atrás quedó lejos en un tiempo que no debió ser, pero fue sin freno.

Que pena, a fin de cuenta siempre fue así. No es un tema de confianza, no señor, es un tema de conocimiento, quién dice saber tanto de sus propios hijos, en una familia numerosa donde uno se le escapó desde muy pequeño.

Ya me dirá, tarde o temprano, las personas no soportan sus propios secretos, como si fuese una enorme cruz, incapaces de llevar a cuestas, pese a que se trate de sus propias manos, o de la de sus propios herederos.

Con el tiempo he aprendido que la gran mayoría de los humanos no sabe aceptar la verdad en pleno, y supongo que de eso se trata su gran temor, porque no sabe ni remotamente como será mi reacción ante los hechos ocurridos. Eso demuestra su desconocimiento de mi conocimiento, no sabe quién soy, sólo sabe que mi decisión suele ser radical cuando algo deja de ser correcto.

Podría filosofar eternamente sobre ¿Qué es correcto?, pero cada quién sabe su responsabilidad, y sólo entonces lo que no se debe saber quedará, postergado en el tiempo, para cuando sea el momento adecuado, aquel momento de profunda paz, que quizás sea nunca, o para cuando por fin sea razonable el entendimiento.

Por mientras, sólo observo, cada detalle que recolecto, y muy guardado quedará hasta que ya pueda ver con claridad lo que aquellos ojos claros, sean capaces de decir en su momento. No hay apuro, no hay límites de tiempo, nada puede ser tan malo, ni nada puede ser tan bueno, sólo hay momentos.

Me habrás dado el ser, pero no sabes quién soy, y es triste saberlo. Pero, no me temas, porque lo que sea, ya lo sé, por deducción, por lo que observo, armando un rompecabezas de meses que llevo, sin palabras, sin voces, donde sea que fuese, lo entiendo.

Por eso, nunca menciones un nombre, si eso puede causar un perjuicio, la palabra no es el objetivo, solo contamina, como tampoco es bueno, condenar a diestra y siniestra, como si fuese un juez, un Dios, o un Cristo. Como sea, todos tenemos virtudes y defectos, por algo cada quién guarda algo de si mismo, muy propio y muy adentro, a resguardo del mundo externo, basado en un solo principio, universal y digno, llamado, sentimiento.

06 octubre, 2010

Día propicio


Introducción

Como muchas veces he comentado anteriormente, no todo es lo que parece, pero en este caso, si puede ser. Esta historia es un sencillo nacido de una actividad tan cotidiana como común, que sin embargo, comprende un universo de extraña satisfacción.

Día propicio

El lugar era propicio, ameritaba paz y tranquilidad, hacía algo de frío, y algo de calor también. Días raros, donde no se sabe si abrigarse es necesario, o desvestirse a su vez.

Ahí estaba, cobijada entre sus manos, denotando su sana textura, su aroma característico de su naturaleza apetecible, hermosa, y apreciable en todo su contexto.

No dudó, simplemente quiso darse un gusto, minutos que pudieron ser horas, pensó, y entonces sucedió. Poco a poco le quitó su armadura, su vestimenta, despojándola paño por paño, con la paciencia desesperante de un relojero, y de quién controla su sed y el hambre que ya sentía desde temprano.

Ya en su totalidad desprovista de su envoltura, procedió a desmenuzar su manto interior de color blanco. Sin más, ya deseaba su sabor dulce y suave, ácido y tenue, que quedaría impregnado en su boca, como si fuese un regalo.

Procedió con cautela, y la abrió con cuidado, como si se tratase de una flor que se deshace entre sus manos. Entonces ya no pudo esperar más, dejó de lado su eterna paciencia, y pese a su resistencia, su control, voló uno de sus dientes de un zarpazo. Fue rápido, hábil, sin vacilación, con la precisión de un cirujano. Estaba todo dado, siguió con lo demás, casi sin dudarlo.

Sus manos se mancharon, el líquido se escurría entre la carnosidad y la tierra ennegrecida en sus poros, con la inútil resistencia ante lo ya destinado. Sació en parte su sed, bebió su dulzor, su néctar necesario, y cuando acabó, no quedó más que sólo los paños, rotos y esparcidos en una bolsa negra sin rastro.

Esperó unos minutos, respiró hondo, miró el pasar de las nubes, a montones, en orden, como un grupo de soldados presenciando lo insólito, lo inesperado. Miró alrededor, aún sentía más necesidad, y no terminaría hasta saciarlo. Entonces, miró lo que estaba más a mano, y simplemente, cogió otra, devorándola de igual manera, casi sin pensarlo. Así pasaron las horas, y por lo menos las que aún quedaban, las quiso de inmediato.

Así fué la historia, naranjas dulces y jugosas, que disfrutó gajo por gajo, con paciencia eterna, contemplando un día distinto, un día tranquilo de su inusual descanso.



03 octubre, 2010

Iteración

Introducción

Esta historia incompleta, la escribo en parte y a pedazos para no olvidar el concepto. Ya la completaré.

Iteración

Como si fuese un rompe cabeza, durante el día de hoy se presentaron ciertas situaciones que se acercaron a las respuestas, o mejor dicho a las preguntas que necesitaba descubrir. Lo sentí tan nítido, que sentí casi tangible el razonamiento requerido.

Después de un sueño tan abstracto durante la madrugada del sábado, que guardaba relación con la iteración inserta en la iteración.

Al día siguiente vi en parte una película llamada “Memento”, más tarde, dedicado a algunos artilugios tecnológicos, percibía ciertas preguntas en el aire, con un dejo de frustración. Finalmente, casi de noche quise compartir con mi hija un capítulo de Star-Trek TNG, “Cause and Effect” (Episodio 5x18, del 23 Marzo del 1992), que guarda relación con un concepto llamado “Deja Vu”.

Lo otro que no debo olvidar, es aquel concepto que señala que algo bloquea nuestras mentes para evitar que descubramos la verdad, y posiblemente un escape a nuestra existencia conocida.
Mañana olvidaré todo esto, pero escrito está, y aunque a medias, mañana he de recordar algo diferente pero similar.

01 octubre, 2010

Stop


En un asiento estaba, bajo el enclaustramiento de un quehacer cotidiano, apenas algunos minutos para meditar, suficientes como para sintonizar el radio, escuchar un tema lento suave, y relajante, seguir el compás del viento que poco a poco susurraba algo en un lenguaje inexistente pero familiar. Los párpados comenzaban a pesar y las sensaciones le tele transportaban hacia otro mundo, uno donde la libertad deseada era una simple caminata, libre y tranquila, sin calzo en los pies.

De pronto, la sutileza afloró inundando el flujo de su naturaleza, respiró hondo, y sólo se dejó llevar por la nada misma. Por algunos minutos fue nítido todo, muy tangible, hasta el punto de poder sentir un breve cosquilleo inexplicable. Entonces se dijo: - “No, no, no es posible!”.

La desconcentración era inevitable, se apoderaba de sus pensamientos. La lectura fue dejada de lado, a ratos, hasta quedar sólo el espacio vació en su visión perdida, más allá de unas hojas blancas, más allá de lo inimaginable. Definitivamente no hacía falta ver, más que sólo dejar que la influencia incontenible de sus sensaciones se apoderara a voluntad de su ser.

Trató de entender, porque siendo lo que quería, era sin ser, un mareo intenso aferrado a sus designios que alguna vez quiso mantener. Entonces se ofuscó, trató de averiguar, puso en sus manos la razón de sus escritos, y por más que procuró, el manto de una ceguera no le dejaba ver, aquel mundo lejano sin comprender.

De pronto, todo se desvaneció en cuestión de segundos, y la realidad tangible al rededor volvió de improviso con la visión de un letrero entre sus manos, que se resumió en una sola palabra…, casi como una orden, diciendo… Stop!

Entonces, se puso de pie, y constató que todo fluía de nuevo, con la normalidad de siempre, como cada día, sabiendo que de vez en cuando, algo le permitiría detener el tiempo por algunos minutos, y disfrutar de la seductora paz de un influjo poco cotidiano.