Que falta de respeto, con que autoridad, con que descaro, uno más grande le arrebata de sus manos, un objeto a un niño. El niño indefenso alza sus pequeñas manitos incapaz de recuperar su preciado tesoro, mientras el grande manipula a voluntad el pensamiento del niño, y sin comprender realmente lo que significa un sentimiento verdadero, critica y se mofa, motivado por intereses personales.
El niño, que obviamente miraba al gigante desde abajo, sólo podía esperar la crítica, nada podía hacer, era comprensible, ya que por envergadura física no ganaría.
Era demasiada la distancia para impedirlo, y el intruso simplemente convenció al niño de que su tesoro era tontería. Así lo asumió el niño, observando la lógica de sus palabras embaucadoras, se dejó llevar, como posiblemente en otras ocasiones. El gigante finalmente consiguió lo que quería, e internamente sin que fuese notorio, triunfante se sintió.
Seguramente, el niño crecería, evolucionaría y alcanzaría el olimpo. Pero su preciado e incomprendido tesoro, jamás lo olvidó.
Muchas veces se ve en las noticias como algunos padres explotan los talentos de sus propios hijos, por sus propias carencias, por cosas que no fueron capaces de lograr. O como abusan los más grandes de los más chicos, o como los más astutos embaucan a los más inocentes.
Posiblemente se puede tener todo lo que se quiera en la vida, si así se desea, pero hay cosas invaluables, que no se regalan, que no se compran, que no son públicas, que son tan personales y propias, que nadie tiene derecho a pisotearlas.
De alguna u otra forma, somos seres infantiles, niños eternos en un envase que por razones naturales cede al tiempo, y pese a ello, por siempre existe aquel máximo tesoro que se ha de conservar, que es aquel que encierra nuestra propia niñez. Sin importar lo grande o pequeños que seamos, o a que nivel estamos, nadie tiene derecho a arrebatar de las manos, aquello que se quiere de verdad. No importa lo que sea, un juguete, una joya, un dulce, una pata de conejo, un recuerdo, una carta, un sentimiento.
Pero los niños crecen, y lo mejor que siempre se debe esperar de ellos, es que logren sus sueños, que sean felices, y que si un objeto fue quitado de sus manos, jamás nadie podrá quitar de su mente y de su corazón, sus más hermosos recuerdos.
Qué sí, que no, eso ya no importa, porque de alguna u otra forma, en nuestro interior, invaluablemente, por siempre seremos niños.
El niño, que obviamente miraba al gigante desde abajo, sólo podía esperar la crítica, nada podía hacer, era comprensible, ya que por envergadura física no ganaría.
Era demasiada la distancia para impedirlo, y el intruso simplemente convenció al niño de que su tesoro era tontería. Así lo asumió el niño, observando la lógica de sus palabras embaucadoras, se dejó llevar, como posiblemente en otras ocasiones. El gigante finalmente consiguió lo que quería, e internamente sin que fuese notorio, triunfante se sintió.
Seguramente, el niño crecería, evolucionaría y alcanzaría el olimpo. Pero su preciado e incomprendido tesoro, jamás lo olvidó.
Muchas veces se ve en las noticias como algunos padres explotan los talentos de sus propios hijos, por sus propias carencias, por cosas que no fueron capaces de lograr. O como abusan los más grandes de los más chicos, o como los más astutos embaucan a los más inocentes.
Posiblemente se puede tener todo lo que se quiera en la vida, si así se desea, pero hay cosas invaluables, que no se regalan, que no se compran, que no son públicas, que son tan personales y propias, que nadie tiene derecho a pisotearlas.
De alguna u otra forma, somos seres infantiles, niños eternos en un envase que por razones naturales cede al tiempo, y pese a ello, por siempre existe aquel máximo tesoro que se ha de conservar, que es aquel que encierra nuestra propia niñez. Sin importar lo grande o pequeños que seamos, o a que nivel estamos, nadie tiene derecho a arrebatar de las manos, aquello que se quiere de verdad. No importa lo que sea, un juguete, una joya, un dulce, una pata de conejo, un recuerdo, una carta, un sentimiento.
Pero los niños crecen, y lo mejor que siempre se debe esperar de ellos, es que logren sus sueños, que sean felices, y que si un objeto fue quitado de sus manos, jamás nadie podrá quitar de su mente y de su corazón, sus más hermosos recuerdos.
Qué sí, que no, eso ya no importa, porque de alguna u otra forma, en nuestro interior, invaluablemente, por siempre seremos niños.
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