Miraba su carita tierna y enrojecida, tenía tan sólo nueve añitos, y sus manitos extendía, buscando el cobijo de un abracito de su padre, que por unos instantes, más de cerca le quería. Ella hablaba sin parar, cosas cuerdas y otras que no se entendían. Un pañito en su frente, unos medicamentos y paciencia, era lo más acertado que el se decía.
Han pasado ya cuatro días, y aún en fiebre herbía, a veces un poco más, otras un poco menos. Una lucha interna estaba declarada, los buenos se defendían ferozmente de los bichitos malos que en su cuerpo combatían.
Sentado a su lado, le miraba, y mientras le observaba podía recordar sus días, aquellos tan lejanos y que muy presentes en su mente le parecían.
Es increíble, ver como las historias se repiten, de una u otra forma, y pese a sentirse igual, el instinto le sometía, desde madrugada, la noche o el día, a cualquier hora, no importaba, porque en cualquier minuto, al más mínimo ruido, aquel padre se erguía.
Que cansancio mi Dios, que desgano, que dolor, los mismos síntomas y que porfía, en momentos buenos o en aquellos malos, mis manos buscaban siempre su frente, y una ansiedad confusa se entremezclaba en vano. Paciencia siempre repetía, tranquilila y serena, que todo tiene su ciclo, a su señor le decía, porque todo lo que empieza, también termina. Nuevas batallas habrán, nuevos destinos, pero lo cierto es, que como padres siempre estaremos en una infinita vigilia.
Miraba la hora a cada instante, y de pronto, tan sólo un puntito veía. Imaginaba los motivos, pero nada que hacer podía. Un sentimiento paternal fuertemente le inundaba y cauto como siempre seguía.
Los niños son sagrados, sobre todo si son nuestros preciados hijos, aquellos seres bajitos que siempre nos brindan la luz de cada nuevo amanecer que seguía. Un paso a la vez, y al atardecer por fin la fiebre cedía. La batalla iba en buen camino y todo a su curso volvería, tal como alguien dijo alguna vez "que el caudal de un río, puede desviarse, doblegarse, pero tarde o temprano, su rumbo retomaría".
Ya habrán nuevos tiempos, otras oportunidades y otros momentos, por ahora es tarde, la miro en su camita desde cerca y de lejos, con su carita de ángel, mientras, por fin, tranquila dormía. Su cuerpecito ya estaba frío, y mañana sería otro día.
Han pasado ya cuatro días, y aún en fiebre herbía, a veces un poco más, otras un poco menos. Una lucha interna estaba declarada, los buenos se defendían ferozmente de los bichitos malos que en su cuerpo combatían.
Sentado a su lado, le miraba, y mientras le observaba podía recordar sus días, aquellos tan lejanos y que muy presentes en su mente le parecían.
Es increíble, ver como las historias se repiten, de una u otra forma, y pese a sentirse igual, el instinto le sometía, desde madrugada, la noche o el día, a cualquier hora, no importaba, porque en cualquier minuto, al más mínimo ruido, aquel padre se erguía.
Que cansancio mi Dios, que desgano, que dolor, los mismos síntomas y que porfía, en momentos buenos o en aquellos malos, mis manos buscaban siempre su frente, y una ansiedad confusa se entremezclaba en vano. Paciencia siempre repetía, tranquilila y serena, que todo tiene su ciclo, a su señor le decía, porque todo lo que empieza, también termina. Nuevas batallas habrán, nuevos destinos, pero lo cierto es, que como padres siempre estaremos en una infinita vigilia.
Miraba la hora a cada instante, y de pronto, tan sólo un puntito veía. Imaginaba los motivos, pero nada que hacer podía. Un sentimiento paternal fuertemente le inundaba y cauto como siempre seguía.
Los niños son sagrados, sobre todo si son nuestros preciados hijos, aquellos seres bajitos que siempre nos brindan la luz de cada nuevo amanecer que seguía. Un paso a la vez, y al atardecer por fin la fiebre cedía. La batalla iba en buen camino y todo a su curso volvería, tal como alguien dijo alguna vez "que el caudal de un río, puede desviarse, doblegarse, pero tarde o temprano, su rumbo retomaría".
Ya habrán nuevos tiempos, otras oportunidades y otros momentos, por ahora es tarde, la miro en su camita desde cerca y de lejos, con su carita de ángel, mientras, por fin, tranquila dormía. Su cuerpecito ya estaba frío, y mañana sería otro día.
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