Suele ocurrir que se da la oportunidad de estar en lugares únicos, comunes para el resto del mundo, pero que pueden ser especiales por un instante, apreciar su belleza, y encontrar en sus detalles un fragmento de su historia, no por libros escritos, sino por lo que se percibe en ellos. Esta historia, en ningún caso pretende ser una historia de fantasmas, más bién se trata de una breve descripción de aquellas cosas que suceden más allá de nuestros tradicionales sentidos.
Historia
La casa era enorme, poseía un jardín exquisito, con múltiples árboles que daban un techo natural que invitaba a la meditación y al descanso. Su entrada imponente, de varios metros de longitud, totalmente techada, de grueso perfil, podía dar la bienvenida a más de cincuenta vehículos a la vez, en toda su superficie.
Era todo impecable, limpio, perfectamente cuidado. Hogar de algunos pajaritos que revoloteaban y cantaban libres por ahí. Apenas llegaron, recorrió el lugar, de estupenda vegetación, donde se podía respirar tranquilidad. Unas bancas en piedra talladas a mano, al igual que las piletas, hacían del hermoso paisaje la combinación perfecta entre lo sobrio y lo elegante, sin dejar de lado el detalle, perfectamente elaborado a mano en cada rincón.
En la puerta principal, apenas entró, se quedó plasmado frente a un espejo conformado por varios a su vez, que se entrelazaban para dar la bienvenida al visitante, como punto de partida en su elegante sala de estar. Poseía además, un par de estatuas que parecían mirar en todo momento. Sus rostros blancos de fino tallado, eran testimonio mudo de su visita, donde el crujir de las tablas a sus pies, anunciaba en cada paso, su tranquilo caminar.
Largos pasillos se extendía, dando acceso a otras piezas de gran tamaño también. Se aproximó a una de ellas, era una sala de reuniones, en cuyo centro estaba una mesa de gran magnitud, casi diez metros de largo alcanzaba, y sentado a la cabecera un rato se quedó.
Admiraba el prolijo trabajo que se realizaba en aquella época, donde el tiempo parecía no pasar tan deprisa como ahora. Recorrió la casa prácticamente por completo, salvo las habitaciones que se encontraban selladas, por motivos de seguridad. Era contradictorio encontrar ahí un computador, o un teléfono moderno desentonando el entorno.
Varios cuadros, pintados a mano, rellenaban los largos muros, en su mayoría retratos de sus antiguos dueños seguramente, iluminados con la tenue luz del atardecer que atravesaban los vitrales de unos gruesos ventanales multicolores.
Algunas figuras más pequeñas, talladas en madera, y barnizadas en tonos oscuros, adornaban los inmuebles y algunas paredes. Parecían espectros como si fuesen pequeñas gárgolas, que se apreciaban de vez en vez en algún rincón, discretos e inmóviles, pareciendo custodiar celosamente su territorio, abrazados a su propiedad.
Todo parecía portar vida propia, cada rincón, incluso la chimenea que denotaba su falta de uso desde ya hacía mucho tiempo, sin mucha luz, aún así, no daba signos de ser tenebroso, pero sí sombrío. Era simplemente solitario, acogedor y a ratos melancólico.
Algunos visitantes casuales merodeaban el lugar, admirando lo cotidiano, tamaños, formas, colores, texturas, pero no lo que el percibía.
Siguiendo el recorrido, entró en varias de sus habitaciones, en algunas, encontró pianos, antiguos, de salón, añoso, pero en buenísimas condiciones. Entonces se detuvo en una de las salas, tan solo un instante, un exquisito y breve instante, para admirar esa solemne maravilla y meditar un momento. Cerró la puerta de la habitación, era una oportunidad única, grata, acorde a como se sentía en esos momentos. Se sentó un rato, levantó lentamente la tapa que resguardaba el teclado, y extendió respetuosamente sus dedos sobre el piano, y se puso a tocar sin saber nada de música, comenzando con unas pocas notas bajas, en lo profundo de su silencio interior.
Estaba oscuro, pero cálido a la vez, unos focos alumbraban desde los jardines, y las notas musicales fluyeron sin más, parecían cobrar un significado especial, era un momento muy especial. Mientras tocaba, con suavidad, pensaba en el porqué de las cosas, y observaba el sentido de todo lo que nos rodea. Cada cosa tiene su propósito, cada gesto, cada sonrisa, cada detalle, tiene su porqué, incluso las carencias. No siempre hay que entenderlo, a veces solo basta con quererlo, pensaba.
La realidad es tan relativa. Lo que es real para algunos, no lo es para otros, porque los pensamientos, las experiencias, la sabiduría y como se ven las cosas, varían según sus distintos sentidos. Imaginaba entonces, el sentido que tendría el construir una casa enorme como esa. Un cuestionamiento inútil, porque el sólo hecho de estar ahí, bastaba para entender su significado, plasmado en los sonidos del pasado, encerrados como eco en sus pasillos, inaudibles en sus habitaciones y en cada espacio, y pese a ello, sabes que están. Sólo eso bastaba, para entender que lo que se construye alguna vez, sí tiene sentido. La obra queda y trasciende como un mensaje eterno en el tiempo.
La imaginación era poderosa, y vuela libre creando imágenes en su mente que le permitían describir aquello que nunca ha visto. Las sensaciones eran tan reales… que podía tocarlas al viento.
De pronto, pudo ver una figura, tenue, delicada, vestida de negro y delantal blanco, con un delantal, seguramente era una de las nanas que transitaba presurosa con su gorrito blanco portando algo grueso en sus brazos. Después pudo ver unos trajes estilizados, en blancos cuerpos entallados en sus trajes, que colgaban con notoriedad una cadenilla sujetando un reloj desde uno de sus bolsillos, que solían mirar con frecuencia. Eran hombres distinguidos, denotaban cortesía, amabilidad y elegancia, caminaban siempre con un brazo tras sus espaldas. Habian también, mujeres de diversas edades, de largos y entallados atuendos, que se detenían a su lado a escuchar lo que tocaba, pero sin notar su presencia, y mirándose con incertidumbre, algo se preguntaban. Seguramente escuchaban la música del piano, pero no veían a nadie que lo tocara, que contradicción, porque el les veía, pero a su vez, no les escuchaba.
Podía sentir los diversos olores guardados y acumulados por siglos, de cada lugar, algo proveniente del rocío fluctuante del jardín, regado y cuidado con esmero. Algo se preparaba en la cocina, algo se fumaba en el despacho, algunos perfumes se entremezclaban, un piso que era encerado.
Era mucha gente que se movía, sólo en apariencia, ya que se entremezclaban los instantes, mismas personas en tiempos distintos. Como si fuesen secuencias de tiempo, a intervalos relativos. Quizás el mejor ejemplo, es cuando batimos nuestras manos de un lado para otro, frente a la pantalla de un televisor.
Quiso coger una copa, puesta sobre el piano, pero no pudo, era como querer tomar el aire escurriéndose entre sus dedos. No obstante, no desistió, y por un segundo, lo tuvo claro, pudo sentir su solidez momentánea, y lo tocó. El vaso dejado a orillas del piano se inclinó aún más hacia el borde y luego de tambalear un poco calló lentamente al vacío, rompiéndose en diminutos pedazos al llegar al suelo, derramado el rojizo vino que contenía.
Nadie notó lo inusual del accidente, pasando por alto el incidente sin prestar mayor importancia a lo sucedido, salvo una niña pequeña, que con sus brillantes zapatitos negros de charol, se acercó al piano y frunciendo el ceño en la nada le vio.
El le sonrió con ternura, y la niña esbozó también una sonrisa, ladeando su cabeza para ver mejor. Era el único testimonio real que entendió el porqué del vaso roto. No obstante, fue rápidamente retirada por sus padres, dado el peligro de los filosos cristales esparcidos a sus pies, y en brazos se la llevaron. Mientras se iban, ella batía su pequeña manito, diciendo: - Adiós, nos veremos luego. El hombre asintió con una reverencia discreta, y poco a poco, todo se esfumó.
P.D.
Luego de eso, se quedó un instante más, aferrado a su piano, tocando lo incomprensible, un recuerdo que jamás fue desvanecido de su mente, que con mucho cariño lo cuidó, protegiéndole del olvido, porque fue importante, un momento en su vida donde pudo compartir aquello que nunca más dejó.
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