Introducción:
Muchas veces, creemos lo que diariamente vivimos, nuestra rutina, nuestra forma de vida, nuestra existencia tal cual y como la conocemos, pero de pronto, algo distinto sucede y conmociona nuestros sentidos, lo que se lleva consigo ya sea por años, o por generaciones. Tan sólo un pequeño detalle, y todo puede ser diferente, pese a nuestras convicciones, a nuestro entendimiento o a lo que realmente somos.
Historia:
Caminaba en dirección al metro, era un día soleado, tranquilo, como cualquier día, sin mayor contratiempo. De pronto, se aproxima desde el frente por la misma vereda, una mujer, de menuda figura, apariencia sencilla, sin mayor belleza que fuese lo suficiente como para prestarle demasiada atención. Portaba una guagua en brazos, envuelta en una frazada, impecable, con aspecto de recién comprada, parecía haber caminado bastante, pero no denotaba un esfuerzo notoriamente demoledor, pese a que era obvio que ya había transitado bastantes kilómetros a pie. Nada inusual.
Jonas era un hombre sencillo, alegre, siempre positivo, con una vida totalmente común, siempre corto de tiempo por sus actividades, solía caminar muy deprisa, y rara vez se detenía. Pero en ese momento, durante los breves segundos que duró el acercamiento con la mujer, Jonas tuvo una sensación diferente, su visión se perdió en el abismo de sus pensamientos, y en un abrir y cerrar de ojos, de pronto sintió un mareo intenso y se vio observando en dirección contraria a donde iba.
Todo parecía levemente más grande, y sus pasos parecían más cortos, sentía una carga pesada sobre sus brazos, que se encontraban doloridos y agarrotados, cosa que notó al momento que recobraba su conciencia después de un par de segundos desconectado.
Se quedó inmóvil, y volteó lentamente en forma temerosa, vio como se alejaba tras de sí una persona de su mismo aspecto, figura, y vestimenta. Era exactamente igual a el, y se encaminaba hacia el metro a grandes pasos, sin parar. Era totalmente irracional lo que sucedía, al menos para su entendimiento. Estaba enajenado de si mismo, en otro envase y más encima con un bebé entre sus brazos.
Reconoció la frazada que envolvía a la dulce criatura, entonces aceptó plenamente lo sucedido. El como y el por qué, estaban demás en ese minuto, ya que la prioridad era la enorme responsabilidad que sujetaba con sigo.
Lo último que recordaba era la dirección en que iba, y donde estaba, parado, desconcertado aún por el acontecimiento. No podía ir tras de sí, porque su caminar era rápido, y su actual menuda contextura le hacían imposible perseguir lo que era su nuevo cuerpo. Lo extraño, pensaba, es que la otra persona debía estar en las mismas condiciones que el, no obstante, su cuerpo se distanció sin mirar atrás, como si la actividad normal no se hubiese quebrantado, y sólo él, era el único que se percató del cambio sufrido. Trató de gritar, infructuosamente, pero el ruido de la ciudad y la distancia menos cabo su inútil intento.
¿Que hacer?, ¿dónde ir?, en sus actuales condiciones, nadie le creería. Ir a donde se dirigía en esos momentos, cuando todo era normal, parecía la mejor alternativa. Estaba conciente de que no contaba con su documentación habitual, o dinero que acostumbraba para movilizarse. Respiró hondo y procuró calmarse, se sentó al pie de una escalera cercana de un edificio, y procuró buscar entre las ropas, algo que le sirviera. Prontamente revisó una cartera negra que prendía en cima, de aspecto rústico, algo desgastado, más bien parecida a un bolso común y corriente. La revisó meticulosamente, encontrando cosas típicas de mujer, pero ninguna identificación, y sólo algo de escaso dinero.
Sus brazos le dolían, y se sentía extraño, totalmente distinto, su motricidad y equilibrio eran preocupantemente erráticos, por lo que debía continuar con cautela. Por suerte el bebé dormía plácidamente, cosas que sabía, no duraría.
A duras penas, se adaptó lo mejor posible para controlar su nuevo cuerpo, y se dirigió a su destino. Llegó apenas al metro, y se trasladó hasta llegar a la casa de unos tíos, que era su destino original, mientras el bebé aún dormía. Una vez logrado su objetivo, se acercó con cautela, y tímidamente tocó el timbre de la puerta y esperó. Desde el interior salió una mujer, su señora, con una expresión de extrañeza, pero amable, y le preguntó: - Buenas tardes, ¿qué desea?
El hombre se quedó mudo por unos pocos segundos, y dijo su nombre: - Marie, soy yo. La mujer no entendía como una perfecta extraña conocía su nombre, y se inquietó. Llamó a su marido, quién salió al instante, constatando a la mujer.
- La conoces, preguntó Marie con extrañeza, ante lo cual Jonas indicó que no. - ¿Qué sucede, preguntó Jonás con discreción? - No lo sé, ella sabe mi nombre, no te parece extraño.
La menuda mujer, desde la puerta, empezó a describir poco a poco cada etapa de la vida de ambos personajes, con múltiples detalles, y mientras lo hacía, los celos y el temor se apoderaron rápidamente de Marie, que no entendía como una total extraña podía conocer tantos detalles de ella y de su marido.
Jonas, también se inquietó, y en su nerviosismo, se vio envuelto en excusas inútiles que eran ignoradas por ambas mujeres. Prontamente la conversación se transformó en discusión, y pese a la racionalidad que siempre tenían, la desesperación de la desconocida mujer se sobrepuso ante el desentendimiento. Así pasó por lo menos una hora, en que el matrimonio totalmente desconcertado, finalmente le permitió entrar, motivados por el repentino llanto del bebé que aún permanecía en los brazos de la mujer.
Una vez dentro de la casa, se produjo un silencio absoluto, donde sólo el desesperado llanto del bebé, de un par de meses de vida, dio una dirección más productiva al momento, y lo atendieron. Tenía hambre, estaba acalorado, y necesitaba pañales.
Pasaron varias horas, y el dialogo se reestableció. Ya se hacía tarde, y el matrimonio finalmente decidió acoger a la mujer en su casa aquella noche.
Lo más preocupante de todo, era que la menuda mujer no tenía identificación, y no sabía su nombre. Conversaba consigo de igual a igual, con entendimiento absoluto, ante el asombro de Marie, quién a medida que pasaban las horas, se convencía cada vez más de la inusual situación en que estaba su marido.
Estaba claro, habría que hacer los trámites necesarios para identificar y contactar con la familia de la menuda mujer, para no incurrir en un problema mayor. No obstante, estaba claro que se trataba del mismo Jonas, lo cual complicaba la situación.
Al otro día, los tres se levantaron muy temprano, y después de atender al bebé, conversaron nuevamente. Jonas hablaba mucho con Jonas, y Marie no lo podía creer, definitivamente eran la misma persona.
Pero la vida continúa. Así pasaron los días, las semanas, los meses, los años, y los tres convivieron de la mejor manera posible, con la mayor discreción posible respecto al tema, no exentos de problemas, prejuicios, emociones, confusa intimidad, que en ocasiones desconcertaba la armonía del grupo. Mientras tanto, el bebé crecía, y se iba convirtiendo en niño y después en joven, decente, hermoso, muy bien cuidado, pilar fundamental para la existencia de los tres personajes, que con sabiduría, comprensión y profunda inteligencia emocional, lograron sobrellevar su curiosa situación.
Los años se vinieron encima, el niño se hizo hombre, sus progenitores sucumbieron ante el implacable paso del tiempo, y consigo quedó el recuerdo de aquella historia. Había formado familia, y no podía tener hijos en principio, pero después de mucha insistencia por fin lo había conseguido y una linda familia formó. Su hijo creció sano y prodigio, pero tenía un defecto, porque por extrañas circunstancias médicas mudo nació. El médico sólo indicó que un milagro podría devolverle la voz. Tristes los padres quedaron, pero esperanzados se sometieron a la paciencia, y un día, después de 10 años, el niño habló, y ante el asombro de sus padres, el niño dijo: - Mi nombre es Jonas, soy el portador.
Muchas veces, creemos lo que diariamente vivimos, nuestra rutina, nuestra forma de vida, nuestra existencia tal cual y como la conocemos, pero de pronto, algo distinto sucede y conmociona nuestros sentidos, lo que se lleva consigo ya sea por años, o por generaciones. Tan sólo un pequeño detalle, y todo puede ser diferente, pese a nuestras convicciones, a nuestro entendimiento o a lo que realmente somos.
Historia:
Caminaba en dirección al metro, era un día soleado, tranquilo, como cualquier día, sin mayor contratiempo. De pronto, se aproxima desde el frente por la misma vereda, una mujer, de menuda figura, apariencia sencilla, sin mayor belleza que fuese lo suficiente como para prestarle demasiada atención. Portaba una guagua en brazos, envuelta en una frazada, impecable, con aspecto de recién comprada, parecía haber caminado bastante, pero no denotaba un esfuerzo notoriamente demoledor, pese a que era obvio que ya había transitado bastantes kilómetros a pie. Nada inusual.
Jonas era un hombre sencillo, alegre, siempre positivo, con una vida totalmente común, siempre corto de tiempo por sus actividades, solía caminar muy deprisa, y rara vez se detenía. Pero en ese momento, durante los breves segundos que duró el acercamiento con la mujer, Jonas tuvo una sensación diferente, su visión se perdió en el abismo de sus pensamientos, y en un abrir y cerrar de ojos, de pronto sintió un mareo intenso y se vio observando en dirección contraria a donde iba.
Todo parecía levemente más grande, y sus pasos parecían más cortos, sentía una carga pesada sobre sus brazos, que se encontraban doloridos y agarrotados, cosa que notó al momento que recobraba su conciencia después de un par de segundos desconectado.
Se quedó inmóvil, y volteó lentamente en forma temerosa, vio como se alejaba tras de sí una persona de su mismo aspecto, figura, y vestimenta. Era exactamente igual a el, y se encaminaba hacia el metro a grandes pasos, sin parar. Era totalmente irracional lo que sucedía, al menos para su entendimiento. Estaba enajenado de si mismo, en otro envase y más encima con un bebé entre sus brazos.
Reconoció la frazada que envolvía a la dulce criatura, entonces aceptó plenamente lo sucedido. El como y el por qué, estaban demás en ese minuto, ya que la prioridad era la enorme responsabilidad que sujetaba con sigo.
Lo último que recordaba era la dirección en que iba, y donde estaba, parado, desconcertado aún por el acontecimiento. No podía ir tras de sí, porque su caminar era rápido, y su actual menuda contextura le hacían imposible perseguir lo que era su nuevo cuerpo. Lo extraño, pensaba, es que la otra persona debía estar en las mismas condiciones que el, no obstante, su cuerpo se distanció sin mirar atrás, como si la actividad normal no se hubiese quebrantado, y sólo él, era el único que se percató del cambio sufrido. Trató de gritar, infructuosamente, pero el ruido de la ciudad y la distancia menos cabo su inútil intento.
¿Que hacer?, ¿dónde ir?, en sus actuales condiciones, nadie le creería. Ir a donde se dirigía en esos momentos, cuando todo era normal, parecía la mejor alternativa. Estaba conciente de que no contaba con su documentación habitual, o dinero que acostumbraba para movilizarse. Respiró hondo y procuró calmarse, se sentó al pie de una escalera cercana de un edificio, y procuró buscar entre las ropas, algo que le sirviera. Prontamente revisó una cartera negra que prendía en cima, de aspecto rústico, algo desgastado, más bien parecida a un bolso común y corriente. La revisó meticulosamente, encontrando cosas típicas de mujer, pero ninguna identificación, y sólo algo de escaso dinero.
Sus brazos le dolían, y se sentía extraño, totalmente distinto, su motricidad y equilibrio eran preocupantemente erráticos, por lo que debía continuar con cautela. Por suerte el bebé dormía plácidamente, cosas que sabía, no duraría.
A duras penas, se adaptó lo mejor posible para controlar su nuevo cuerpo, y se dirigió a su destino. Llegó apenas al metro, y se trasladó hasta llegar a la casa de unos tíos, que era su destino original, mientras el bebé aún dormía. Una vez logrado su objetivo, se acercó con cautela, y tímidamente tocó el timbre de la puerta y esperó. Desde el interior salió una mujer, su señora, con una expresión de extrañeza, pero amable, y le preguntó: - Buenas tardes, ¿qué desea?
El hombre se quedó mudo por unos pocos segundos, y dijo su nombre: - Marie, soy yo. La mujer no entendía como una perfecta extraña conocía su nombre, y se inquietó. Llamó a su marido, quién salió al instante, constatando a la mujer.
- La conoces, preguntó Marie con extrañeza, ante lo cual Jonas indicó que no. - ¿Qué sucede, preguntó Jonás con discreción? - No lo sé, ella sabe mi nombre, no te parece extraño.
La menuda mujer, desde la puerta, empezó a describir poco a poco cada etapa de la vida de ambos personajes, con múltiples detalles, y mientras lo hacía, los celos y el temor se apoderaron rápidamente de Marie, que no entendía como una total extraña podía conocer tantos detalles de ella y de su marido.
Jonas, también se inquietó, y en su nerviosismo, se vio envuelto en excusas inútiles que eran ignoradas por ambas mujeres. Prontamente la conversación se transformó en discusión, y pese a la racionalidad que siempre tenían, la desesperación de la desconocida mujer se sobrepuso ante el desentendimiento. Así pasó por lo menos una hora, en que el matrimonio totalmente desconcertado, finalmente le permitió entrar, motivados por el repentino llanto del bebé que aún permanecía en los brazos de la mujer.
Una vez dentro de la casa, se produjo un silencio absoluto, donde sólo el desesperado llanto del bebé, de un par de meses de vida, dio una dirección más productiva al momento, y lo atendieron. Tenía hambre, estaba acalorado, y necesitaba pañales.
Pasaron varias horas, y el dialogo se reestableció. Ya se hacía tarde, y el matrimonio finalmente decidió acoger a la mujer en su casa aquella noche.
Lo más preocupante de todo, era que la menuda mujer no tenía identificación, y no sabía su nombre. Conversaba consigo de igual a igual, con entendimiento absoluto, ante el asombro de Marie, quién a medida que pasaban las horas, se convencía cada vez más de la inusual situación en que estaba su marido.
Estaba claro, habría que hacer los trámites necesarios para identificar y contactar con la familia de la menuda mujer, para no incurrir en un problema mayor. No obstante, estaba claro que se trataba del mismo Jonas, lo cual complicaba la situación.
Al otro día, los tres se levantaron muy temprano, y después de atender al bebé, conversaron nuevamente. Jonas hablaba mucho con Jonas, y Marie no lo podía creer, definitivamente eran la misma persona.
Pero la vida continúa. Así pasaron los días, las semanas, los meses, los años, y los tres convivieron de la mejor manera posible, con la mayor discreción posible respecto al tema, no exentos de problemas, prejuicios, emociones, confusa intimidad, que en ocasiones desconcertaba la armonía del grupo. Mientras tanto, el bebé crecía, y se iba convirtiendo en niño y después en joven, decente, hermoso, muy bien cuidado, pilar fundamental para la existencia de los tres personajes, que con sabiduría, comprensión y profunda inteligencia emocional, lograron sobrellevar su curiosa situación.
Los años se vinieron encima, el niño se hizo hombre, sus progenitores sucumbieron ante el implacable paso del tiempo, y consigo quedó el recuerdo de aquella historia. Había formado familia, y no podía tener hijos en principio, pero después de mucha insistencia por fin lo había conseguido y una linda familia formó. Su hijo creció sano y prodigio, pero tenía un defecto, porque por extrañas circunstancias médicas mudo nació. El médico sólo indicó que un milagro podría devolverle la voz. Tristes los padres quedaron, pero esperanzados se sometieron a la paciencia, y un día, después de 10 años, el niño habló, y ante el asombro de sus padres, el niño dijo: - Mi nombre es Jonas, soy el portador.
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