17 septiembre, 2009

Dos Hermanos (R)


Dos hermanos se encontraban en pleno campo, rodeados de vegetación y muchos árboles pino que en su conjunto hacían una gran sombra bajo sus frondosas ramas. Una casita de rústica apariencia, construida en madera y algo de pintura celeste se apreciaba en las cercanías, en conjunto con algunos gruesos troncos talados y leños amontonados por doquier. Era un día diferente, primaveral, en una zona seudo tropical, inundada por el cambio climático que sufría la tierra en aquella época, era un día de Septiembre próximo a ciertas festividades, donde el ajetreo normal de la euforia daba poco pié para un momento de profunda tranquilidad. No obstante, ahí se encontraban los dos hermanos, bajo la tibieza de una lluvia inusual, diferente, e incomprensiblemente presente.

Mientras conversaban afanosamente, recordaban su niñez, sus aventuras, juntos, a sus padres que ya habían partido, a sus familiares, los lugares recorridos, sus juegos, sus penas y alegrías. Era un momento especial, de sinceridad sin más, uno al lado del otro, como siempre, hablando sin mirarse mientras bebían una tasa de café al aire libre.

Era un clima errático, llovía torrencialmente a ratos, y salía sol a la vez, con muchas nubes densas que rápidamente se iban diluyendo y condensando a intervalos de tiempos irregulares.

Tras cada trago de café, vertido en cada jarro, y protegido por sus vestimentas, se daban cita en el mismo lugar cada año, tan sólo para recordar y compartir sus más preciados recuerdos.

Con la lluvia sobre ellos, uno de los hermanos Jho, quedaba totalmente empapado, sin embargo el otro Jheler permanecía seco como si nada. Para ellos, eso no era significativo en lo absoluto, conocían el motivo y entendían perfectamente el porqué de las cosas, sin mayor cuestionamiento absurdo. Para los demás, sin embargo, aquellos que eran próximos al lugar, y que transitaban por un camino cercano a la casa, siempre observaban hacia abajo, pudiendo ver sólo a una persona, creyéndole ermitaño, sin prestarle mayor importancia.

Pero aquel día fue diferente, no solo por el clima destellante, sino porque un niño, que circundaba en su bicicleta por el destartalado camino, repentinamente se volcó, cayendo cuesta abajo en ruedo, hasta quedar detrás de la casa. El niño se llamaba Cloth, era un jovencito de no más de nueve años, blanco, de apariencia sencilla, que siempre gustaba de pasear por el lugar en su vieja bicicleta.

Aturdido, Cloth, tímidamente se asomó detrás de la casa, no había sido detectado debido al ruido de la tormenta, la cual cesaba a ratos en cuestión de minutos.

Puso atención, miró hacia donde sentía una conversación, pero el muchacho sólo vio a Jheler, y tímidamente se le acercó. Con pasos sigilosos, notó que conversaba afanosamente, y se quedó parado al lado de Jheler por unos minutos. El hombre no se percató de inmediato, hasta que de pronto mientras sujetaba su jarro, volteó su mirada, dando un brinco de espanto, ya que nunca recibía visitas en aquel lugar. Se tropezó, y el jarro saltó lejos, quemándole levemente una de sus manos. Cayó al suelo cuando se tropezó con uno de los leños próximos a sus pies, y una vez en el suelo miró al muchacho, que también se había asustado, y le dijo: - ¿Y tú quien eres?. El muchacho le miró con curiosidad, más no desconfió y le dijo su nombre. - ¿Qué haces aquí pequeño? Replicó Jheler, despabilándose de la impresión. El niño, le respondió – ¿Sólo me caí, lo siento señor?, no quise interrumpirlo, lo vi conversando con alguien, pero no a nadie más.

Jheler, al observar la curiosidad natural del niño, se acercó con cuidado y le dijo: - No todo lo que parece es una realidad absoluta, y este lugar no es lo que crees hijo, aquí nada malo te pasará, sólo debes abrir tu mente y comprenderás.

Jheler, le ofreció asiento y le explicó de qué se trataba todo aquello, con paciencia, con ternura, sus palabras tranquilas y serenas convencieron al muchacho de que no había nada que temer, lo cual era cierto.

El niño, sin entender mucho todas sus palabras, frunció el seño, meditó unos minutos y luego dijo – Entiendo señor.

Una vez dicho eso, Jheler desapareció ante los ojos del niño, y todo el lugar cambió rotundamente. La casa se veía más deteriorada y se podía apreciar muchos más árboles talados. Entonces el muchacho se sintió extraño, diferente, pudiendo observar el suelo un poco más distante a sus pies, a su vez que se encontró vestido diferente. Variados recuerdos que no poseía se conglomeraron en su mente como si los hubiera vivido, y muchos recuerdos que no tenía fueron apareciendo en cuestión de segundos.

Cuando concluyó la turbulencia, el niño tenía la apariencia de un hombre joven, de impecable aspecto, y su atuendo estaba totalmente seco y limpio, bajo un clima totalmente caluroso. Miró a su alrededor sin entender mucho lo que pasaba, hasta que de pronto vio al otro hermano, era Jho, y curiosamente le conocía. Se mostró muy amable, se acercó y le abrazó con afecto, diciéndole – Bienvenido Cloth, has pasado el umbral, nadie lo había logrado jamás, ni si quiera nosotros que lo descubrimos, ahora comprenderás realmente lo que te comentaba Jheler.

Cloth, estaba consternado, y taciturno, pero recordaba claramente las palabras de Jheler, de que debía abrir su mente y comprender que no existía nada de que preocuparse, y que él sería el único capaz de ver lo que otros no.

Desde entonces, Cloth se dedicó a ayudar a los demás, gracias al conocimiento que fue adquiriendo a través de lo mejor de cada mundo, y tanto como un hombre o como un niño, se desenvolvió eficientemente en el difícil camino del entendimiento.

Así pasaron los años, y otros también llegaron, pero nunca nadie pudo pasar el umbral que era celosamente custodiado por los dos hermanos, desde hacía ya unos cuantos siglos.

Sólo Cloth podía ver a ambos hermanos, a cada uno en su mundo, separados y juntos a la vez, por un azar de la vida, pero que sin embargo, sin importar el qué, cómo ni cuando, hacía comprender la importancia que tiene, aquella hermosa unificación, llamada, familia.


Pd. Por cierto… Cloth tenía hermano.






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